Son vecinos de Xove y nos reciben para hablar «a corazón abierto» del amor y la experiencia matrimonial de largo recorrido en su casa de aldea, levantada con sudores, pero también alegrías
18 nov 2024 . Actualizado a las 18:09 h.Es el suyo un amor como el de tiempos pretéritos. No había ni Tinder, ni WhatsApp, ni emoticonos, ni siquiera el tema Love is in The Air que no aparecería hasta 1978, ni el ghosting, ni el First Dates y ni siquiera imaginaríamos que incluso una herramienta robótica como el ChatGPT osaría definir cómo es el amor a los 90 años. El sabelotodo frío y calculador me respondió: «El amor a los 90 años es una mezcla de sabiduría, ternura y aceptación. No se trata tanto de buscar la perfección, sino de disfrutar de la compañía y el afecto mutuo mientras se navega por las últimas etapas de la vida». Además, resume el matrimonio en ese punto vital en nueve claves, que serían: 1. Profunda conexión emocional; 2. Más paciencia y tolerancia; 3. Redefinición de la intimidad; 4. Rituales compartidos; 5. Desafíos físicos y de salud; 6. Reflexión sobre el legado; 7. Cercanía a la partida; 8. Reducción de conflictos externos; 9. Soledad y compañía. Como no quiero que la IA me quite el puesto, paso a lo que me concierne: hablar con humanos. María Riveira Balseiro, de 96 años recién cumplidos, y José García Pérez, de 99 y que llegará a los 100 en mayo, bien se merecen toda mi atención de lo majetes que son. Cada uno sentado en su silla de comedor de toda la vida, bien arreglados y bastón en mano. El de él es de madera, liso. El de ella está adornado, parecen motivos florales. Me colocan en medio de ambos, con la ventana enfrente mirando a cinco porcos celtas que toman el sol para darme envidia cochina, nunca mejor dicho. La charla es compleja de gestionar porque a veces pregunto y contestan a la vez. Con paciencia, pues José oye y ve regular, por lo que discretamente de vez en cuando le doy un toque en la rodilla para que yo pueda escuchar a María. En muchas reflexiones coinciden. Su nuera atiende a ratos del almuerzo. Hoy toca porco celta estofado. Vuelvo a mirar a los animales de la granja, pero ahora con cierta pena por su fatal destino.
Padres antes de la boda
«Estamos aquí», me responden ambos. Para ellos, es un logro. Como soy natural del municipio vecino, me interrogan también a mí para saber de qué familia vengo. José dice que se crio en Valcarría, en Viveiro, y aún vivió en casa de los suegros siete u ocho años hasta que volvió a casa de sus padres y ya casado. Pregunto la fecha de la boda y no hay manera de ajustar calendario. «Hai tantos anos!», exclama María. «Non sei se cho saberei dicir», sigue su esposo. Apuntan un dato relevante que ya da una pista: se casaron justo después de nacer su primer hijo, quien ahora tiene 73 años. «Naceu uns días antes de casar. As vodas non se facían en hoteis senón nas casas. Xa tiñamos determiñado de antes casar». «El xa foi á voda», indica. «Agora éche o que se leva», apostilla José, aludiendo a que en la sociedad actual hay quien se casa años después de tener descendencia. «A vida dá moitas voltas», otra gran verdad que María saca del listado de frases míticas. «Nós sempre fomos tirando para diante», defiende. Por tanto, les debe faltar poco para las llamadas bodas de brillantes que se cumplen a los 75 años de matrimonio. Les sugiero celebrarlas, pero María responde rápido: «Nunca celebramos os aniversarios». De hecho, su boda fue sencilla. Le digo a José que entonces no habría marisco y me contesta, con cierta picardía y risa al final: «E do resto tampouco». «As vodas dos nosos fillos xa levaron cartos», agrega. Cierto que ahora incluso hay bautizos con fuegos artificiales, a riesgo de que la criatura bautizada se ponga hecha un basilisco por el estruendo: «Non tivemos nada diso, nada máis que traballar e seguir adiante. Axudamos os fillos a levar a vida, que tamén nos axudaron no campo e foron tamén ao mar e á Aluminia».
Con el ambiente caldeado, paso a lo que tiene miga. «Que tal se levan?», les pregunto. Sonrisas a derecha e izquierda. Oportunidad de oro para confesarse. «Hai que levarse...», suspira José. Miro para María, que se sigue riendo, y le apunto que ahora o nunca, es el momento de la verdad: «Hai algo de todo». Siguiente: «E cando se enfadan, como fan?». Ella le coge el gusto al subtema: «Hai que ir pasando, se non, estamos perdidos». Él pide turno: «Cando ela se enfada, ten que pasarlle. Se non lle pasa, ten que estar sempre enfadada». El recurso de mis abuelos era, en ese momento on fire, optar uno por marcharse a buscar agua a la fuente. Así se reconciliaban. Hoy es más probable que una situación mal avenida en pareja acabe en divorcio. «Nunca tratamos diso. Sempre estivemos xuntos», dice José, añadiendo que «da nosa época non había tantas separacións como hai agora. Sempre hai altos e baixos nas familias». «Hoxe en día son afeito», apostilla su mujer. Fueron ambos su primer y único amor.
«Nunca tratamos diso. Sempre estivemos xuntos»
Ahora sí que entra Cupido en la charla. «Ela caeu embarazada —comenta. Non había máis remedio que xuntarse, aínda que xa nos xuntáramos antes. Empezamos de mozos na festa do patrón da parroquia, no San Miguel, pero xa nos coñeciamos antes, pois eramos veciños. Non de ao pé da porta, pero si que nos coñeciamos. Daquela axudabamos moito uns veciños a outros». El minuto cero de su relación fue en el salón de baile, como recuerda también ella: «Fomos os dous á vez. Alí estaba toda a mocidade». Les digo que ahora se liga por internet y José se ríe por lo bajo. Hasta a mí, que soy de la generación del baby boom, me resulta un punto chocante. «Non sei que che diga. Agora é así», se resigna. Intento sonsacarles qué es lo que más le gustó el uno del otro cuando les llegó el flechazo. Ella: «A min el gustoume, se non non me arrimaba a el. Unhas veces teño rido e outras discutido, pero non pasa nada. Fala moito, non me aburre. Eu que sei... Son moitos anos xa!». Él: «Eu quería ter unha moza e atopeina a ela... E non me dixo que non tampouco. Así empezamos». Se resisten a desvelarme sus platos favoritos: «Somos comedores». María dice que cuando hizo falta José echó mano en las labores de casa: «Non lle quedaba outra, se eu non estaba. Si, axudaba».
El matrimonio a los 90
«Levámolo como podemos», responde María a mi pregunta sobre cómo es el matrimonio a los 90 años y al que dudo que yo vaya a llegar. «A min xa me teñen que vestir e calzar», contesta José casi centenario. «Eu axúdoo —añade ella—, pero pouco, porque tampouco podo. Teño de todo». «Durmimos xuntos, é o que facemos», le sigue él la corriente. También dan paseos y así «vai pasando o tempo», dicen. Estar juntos en esta etapa de la vida es su principal valor, deseando que ninguno de los dos llegue a encamarse «porque é moi triste para un e para o outro tamén», sostiene María. «Temos moitos anos, pero ata agora seguimos máis ou menos ben porque nos erguemos e nos deitamos», enfatiza José. Razón no le falta. Son agradecidos con la vida que les ha dado cinco hijos, nueve nietos y nueve bisnietos, y un hogar fruto del esfuerzo, aunque en otros años gloriosos de casados sí que tuvieron posibilidad de ir de vacaciones, me cuentan, mientras los hijos atendían de las obligaciones domésticas: «A primeira viaxe nosa foi a Andalucía, quince días, en tren. Aínda que a min xa me tardaba por vir para a casa». Nunca tuvieron la costumbre de regalarse algo el uno al otro. El mejor regalo es quererse y respetarse, les digo. «É o mellor, e non deixar que morra o matrimonio», confirman. El fotógrafo les pide darse un beso. Lo hacen, con cierta timidez.