Los «Messi» de las cortinas desde hace 108 años en Pontevedra: «Siempre se nos enseñó que lo primero es el cliente»
YES
Almacenes Clarita resiste con el nieto de su fundadora, que asegura que «la sonrisa y la amabilidad son una obligación»
13 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.El corazón de Almacenes Clarita late desde hace 108 años, cuando la abuela de Miguel Cimadevila empezó a vender telas en la céntrica plaza de A Ferrería de Pontevedra. Años después, ese pequeño puesto se transformó en una gran tienda de textil que llegó a emplear a una veintena de trabajadores que se convirtieron en familia, unos porque lo llevaban en la sangre y otros porque estrecharon lazos tan fuertes como los del corazón. Hoy, el nieto de esa mujer emprendedora sigue al frente de Almacenes Clarita, un negocio que ha dejado el corazón de la zona monumental por obras en el inmueble que ocupaban. Se mudaron unos metros sin perder clientes. Ni uno. ¿El secreto? «La fidelidad que tenemos, que creo que es gracias al servicio que damos», apunta Cimadevila, que trabaja junto a Alejandro Couto y Sergio López, «el Messi de las cortinas», como lo llama entre risas.
Han sido capaces de sobrevivir a todas las multinacionales con la atención personalizada y apostando siempre que pueden por las empresas españolas. «Siempre se nos enseñó que primero es el cliente, así que la sonrisa y la amabilidad son una obligación. Con los años nos volvemos un poco más psicólogos con el cliente y escuchamos lo que nos cuentan», asegura Cimadevila, que ejerce de portavoz de todos los trabajadores. Es nieto de Clarita, pero no se quiere olvidar de su padre Jesús y de su tío Paco, que tuvieron que dejar los estudios para incorporarse a la tienda cuando en la posguerra se llevaron preso a su abuelo. Les tocó echar una mano en casa y sin querer le dieron una larga vida a Almacenes Clarita. «Mi tío Paco fue el alma de esta tienda, sin él no hubiésemos llegado hasta aquí. Era un jefe duro, pero tremendamente justo», explica Miguel, que recuerda su figura como la de un hombre de mirar por sus empleados antes que por los familiares que trabajaban con él.
A Cimadevila le sigue gustando estar detrás del mostrador tanto como cuando tenía 17 años. Quizás podía haberse dedicado a otra cosa, pero esta le llegó por obligación y acabó descubriendo una vocación. Solo hay que verlo atendiendo a las decenas de clientes que desfilan por sus almacenes. Son la tercera generación de un negocio que ha sabido adaptarse a los tiempos. Además de la venta particular trabajan para el Ejército, hoteles y muchos albergues de peregrinos. Son muchos los turistas que duermen con productos de una empresa centenaria.