La nueva vida de Luis Canut, marido de Patricia Pérez, tras una meningitis criptocócica: «Llegué a casa con un solo sentido, que era el tacto»

YES

La historia del productor, casado con la colaboradora gallega, es de superación y optimismo. La enfermedad le dejó con un 80 % de discapacidad y un único deseo: «Yo quiero estar vivo»

06 nov 2024 . Actualizado a las 10:28 h.

«Entré arriba, toqué la puerta y San Pedro estaba en el baño», señala Luis Canut con su habitual sentido del humor, intacto incluso después de salvar la vida de milagro. Conocido por sus éxitos como productor ejecutivo y guionista de grandes formatos de entretenimiento y ficción en televisión, el marido de la actriz, presentadora y colaboradora gallega Patricia Pérez está dando una auténtica lección de superación.

Una meningitis criptocócica lo llevó cinco meses al hospital y al borde de la muerte. También a una compleja rehabilitación que está lejos de terminar. Luis no está dado de alta y continúa luchando contra una inflamación cerebral que le dejó con un 80 % de incapacidad y 20 kilos menos. Perdió la vista y sufrió múltiples secuelas, algunas las ha superado y otras no. Pero su fuerza y su optimismo son inquebrantables. «Hombre valenciano, ciego, feliz y orgulloso de su recién estrenada afiliación», escribió recientemente en sus redes sociales tras afiliarse a la ONCE, posando con una amplia sonrisa y el bastón blanco.

 
 
 
Ver esta publicación en Instagram
 
 
 

Una publicación compartida por luiscanut (@luiscanut)

Todo empezó en marzo del 2023 con un dolor de cabeza que se originó tras la muerte de una de sus perritas danesas. Sin duda, un buen disgusto, pero el dolor de Luis era demasiado intenso como para justificarlo así: «A mí me estallaba la cabeza de dolor, era brutal. Al principio empecé pensando que era sinusitis, porque también me dolía mucho al agacharme. Tardaron bastante en diagnosticarme, porque lo peligroso de esta enfermedad es que su diagnóstico es muy difícil». Fue a urgencias diez noches seguidas, cada una de ellas peor que la anterior. «Es una cefalea emocional», le decían. «Y ahí es donde Patricia ejerció un papel fundamental, porque realmente me salvó la vida. Les suplicó durante días que, por favor, me mirasen por dentro». Le hicieron un TAC que dio bien, pero lo de Luis iba por otro camino. En realidad, presentaba muchos síntomas de la meningitis criptocócica, pero no los relacionaban. Fue su mujer quien consiguió convencer a los médicos de que lo ingresaran y lo derivaran a un especialista en medicina interna. «Por las terapias que hace ella —a mayores de su carrera televisiva, Patricia Pérez se formó en nutrición, naturopatía y nutrigenética—, le parecía que yo tenía algo raro en la sangre. Y lo que tenía era una levadura que se llama criptococo, que está en las cacas secas de las palomas, las que están como blanquitas en la calle. Eso tiene unas esporas que, si tú tienes el sistema inmune bien, no te va a afectar. Todo el mundo respira eso en mayor o menor medida».

HECES SECAS DE COTORRAS

Pero el sistema inmune de Luis estaba más debilitado, dice, por la tristeza que le causó la muerte de su perra —poco antes había perdido también a otra—. Además, recuerda que hacía mucho deporte en aquel momento y que comía poco. «Patricia siempre me decía: ‘Luis, estás comiendo muy poco. Tienes que alimentarte más, porque gastas mucho’», explica él, que también recuerda haber inhalado un espray nasal con corticoides, lo que pudo contribuir a debilitar su sistema inmunológico. En medio de este panorama, la muerte de la primera perrita hizo que la segunda entrase en depresión y que fuese constantemente a buscarla a un jardín que tienen frente a su casa, en el que hay cotorras. Y, por tanto, heces secas. Las que inhaló Luis y derivaron en su meningitis.

Tras esos insoportables dolores de cabeza y tras detectar el criptococo, por fin le administraron el tratamiento que necesitaba. «Si tardan un poquito más, yo ya peto», señala Luis, que sufrió lo que describe como dos ataques epilépticos masivos que afortunadamente no recuerda. «En el primero me quedé tuerto, y también perdí parte de la visión del ojo izquierdo. Pero yo no soy consciente, ni lo recuerdo. A mí todo esto me lo cuenta Patricia después». A partir de ese episodio y de prescribirle el tratamiento, le dan el alta y se va para casa. Pero al día siguiente, a Luis le volvió a subir la fiebre y tuvo que volver al hospital, donde su estado se volvió todavía más preocupante. «El cerebro se seguía inflamando y no lo podían parar, entonces me dio el segundo ataque, ya muy fuerte, hasta que un neurólogo me dio cortisona. El lado derecho lo tenía completamente adormilado y perdí audición. En un oído tengo una pérdida leve y en el otro moderada. También perdí el olfato y el gusto. Yo llegué a casa con un solo sentido, que era el tacto. Del resto, cero. Y me quedé con 52 kilos. No me podía mover, y tuve que estar en silla de ruedas como tres meses».

¿Qué se siente sin apenas sentidos? «No percibes prácticamente nada. Solo lo que tocaba. A mí me dejaban sentado en una butaca y no podía hacer nada, solo pensar. Afortunadamente, no soy ciego total, me entra luz. Y pensaba: “Estoy vivo, estoy fuera del hospital”, que era mi verdadera obsesión, salir del hospital». Fue después de dos meses cuando, durante un desayuno, Patricia le contó todo lo que le había pasado. Y él entró en estado de shock.

También fue ella quien le recomendó un libro que cambió su manera de ver las cosas, Deja de ser tú. «Habla mucho de la meditación y de lo que son las visualizaciones de ti mismo para avanzar. Empecé a visualizarme haciendo cosas». Una de ellas fue un regalo que le hizo a Patricia, un viaje a A Toxa, «porque quería que descansara después de estar meses conmigo en el hospital». Y lo visualizó todo. Cómo irían en avión, cómo lo pasarían, qué harían allí. Sobra decir que lo cumplió. Pero antes de llegar a ese punto, Luis se volcó en una rehabilitación cognitiva en la que le decían que no sabían qué podría volver a hacer y qué no.

Tuvo que volver a aprender cosas tan elementales como escribir a mano o ponerse el cinturón. Su cerebro quería dar la orden, pero su cuerpo no terminaba de entenderla. Trabajar la memoria se convirtió en otro objetivo prioritario y complementario a la rehabilitación cognitiva, que no cree que deje nunca. Aprendió a tocar el piano, también toca la batería para ejercitar la coordinación, y nada cuatro meses a la semana. Continúa a tratamiento con cortisona para que su cerebro termine de desinflamarse, pero Luis no sabe lo que es darse por vencido. «Estuve pico y pala hasta que me puse de pie. Ahora el oído lo tengo fastidiado. Había veces que decía: ‘Es que me molesta mucho el oído, porque siento que se me tapona’. Pero es que la sordera es así», relata Luis, que ha recuperado algo de olfato.

No es capaz de identificar los olores, pero sí cuándo se produce un cambio de olor. Algo parecido le ocurre con el gusto. Ya es capaz de detectar cuando algo está dulce o salado, y se ayuda de las texturas de los alimentos para reconocerlos. «El tacto lo disfruto mucho y me está ayudando a amoldarme bien a la falta de visión», afirma. No puede reconocer ningún rasgo facial, pero los visualiza todos. «Yo antes de esto he estado viviendo 53 años, y me he dado cuenta de la cantidad de memoria que tengo, es impresionante. Y del trabajo que hace el cerebro, que no es solo la vista. Si me pongo delante de Patricia, mi cerebro me pone su cara. Y lo mismo con las de mis amigos o mi familia».

Los médicos no son capaces de saber si recuperará la visión. «Pero como no lo saben y no me dicen nada, yo creo que sí. Yo voy a volver a ver, no sé en qué medida, ni cómo, ni cuándo, pero sé que sí». La vista, asegura, es un sentido muy invasivo. De hecho, señala que la mayoría vivimos sin utilizar el tacto. «No es que haya desarrollado más el oído o el tacto, es que yo los utilizo porque no recojo información de la vista. Y hablaremos dentro de un año y seguro que prácticamente se me habrá olvidado que no veo, y a ti que soy ciego».

Ahora está volcado en aprender a moverse por la calle de forma autónoma. Incluso comparte en sus redes sociales los avances con la monitora de la ONCE que le está enseñando a usar el bastón. «Lo que estoy contando realmente son las cosas que me están llamando la atención. Por ejemplo, lo de las irregularidades del suelo, que están hechas para nosotros, lo cuento porque la gente flipa. La ONCE hace un trabajo muy desconocido, y también me gustaría agradecer la accesibilidad a los ayuntamientos y a las ciudades, aunque quedan muchas cosas por hacer. Pero hay mucho avance, yo tengo caminos por todas partes, en todos los semáforos sé si puedo cruzar o no». «El suelo habla», dice en uno de sus vídeos en redes, donde recibe los mensajes y el cariño de mucha gente: «Me enseñaron a usar un programa que te lee, entonces los escucho todos».

Si algo ha aprendido de su enfermedad Luis es que no se ha decepcionado a sí mismo, ni en las peores circunstancias. «El mundo no se paró cuando a mí me pasó esto, siguió. Entonces, ya es decisión tuya. Si te quieres parar, párate, pero el resto no lo va a hacer. Esto no es culpa de nadie, entonces, ¿para qué te lo voy a trasladar a ti? Quejarme no va a hacer que me sienta mejor». El ejemplo, dice, tiene que darlo él primero: «Patricia fue a todas las sesiones de rehabilitación conmigo, a todas, tres veces por semana. Y yo puse todo de mi parte y una sonrisa para que le mereciese la pena ir».

MOMENTOS DELICADOS

Por supuesto, también tiene sus momentos bajos. De impotencia, porque le entra la prisa y ve que no puede hacer algo tan rápido como le gustaría. Pero él apuesta por pararse, meditar y llorar hasta tranquilizarse —«yo no he perdido la vista, he perdido la prisa», afirma—. No niega que hubo momentos especialmente delicados. «Así como el hecho de que me dijeran que tengo un 5 % de visión solo en un ojo no me afectó, cuando me dieron el dato de que tenía un 80 % de discapacidad, me mató. La primera fase es la peor, porque es de miedo. De repente, tú te frotas los ojos y es que no ves», describe Luis, que no obstante dice que «en realidad, me han pasado cosas peores, pero no son tan llamativas. Todo lo llevamos a lo físico, pero hay pérdidas y vivencias muy duras», señala.

«Tu entorno posiblemente sea más importante que el médico», apunta el productor, que reconoce que una de las cosas que más le afectó fue dejar de trabajar: «Me dieron la invalidez absoluta, porque ya ni audio, ni visual». Pero Luis Canut ha descubierto que la vida está muy por encima de eso: «Comprendí que el trabajo no era más que una forma de generar dinero para disfrutar con Patricia». Y de disfrutar, incluso en estas circunstancias, ellos van sobrados.