El curioso caso de la parroquia de O Corgo que duplicó su población por una urbanización: «Vinimos a pasar un verano y nos quedamos»

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OSCAR CELA

Juan Carlos y su mujer, Belén, compraron su casa en Cabreiros como segunda residencia, pero nunca volvieron a su piso del centro de Lugo

21 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Juan Carlos y su mujer, Belén, fueron a parar a la urbanización de Santa Mariña, en la parroquia lucense de Cabreiros (O Corgo) en el 2020 buscando una segunda residencia. Movidos por la pandemia, querían espacios abiertos para salir del encierro de su piso de Lugo. «Fuimos para la casa a finales de abril con la idea de quedarnos hasta que acabase el verano», explica Juan Carlos, que además tenía en ese momento en casa a un hijo adolescente que estudiaba en Lugo, por lo que la idea clara era la de volver a la ciudad en septiembre. «Pero lo que en principio teníamos tan fijo se fue desdibujando, y cuando llegó septiembre, ya teníamos clarísimo que nos queríamos quedar aquí». No sabían hasta cuándo, pensaban que hasta que llegara el frío. «Pero vino noviembre, la Navidad, la primavera... y seguimos». Hasta hoy. Su piso de Lugo está alquilado y ellos felices en medio de la naturaleza.

Ahora aquel adolescente es un adulto que está estudiando en Madrid. «El único inconveniente aquí es que no hay un transporte metropolitano que vaya con frecuencia a la ciudad, que estamos a solo 12 kilómetros del centro, pero tendríamos que llevarlo y traerlo en coche. Al estar fuera, ya no tenemos ni siquiera ese problema».

Lo que les hizo cambiar de forma definitiva su estilo de vida fue el contacto directo con el entorno. «En Lugo, un día de invierno, si a las cinco de la tarde sale un rayo de sol y estás en el piso, piensas: ‘No salgo, porque entre que me visto y llego, igual ya se nubló’. Aquí sale el sol, y ya estás fuera. Incluso hemos comido abrigados en el porche ya en el mes de enero. Esa posibilidad de estar siempre en el exterior es lo que más valoramos», dice Juan Carlos, que a su urbanización le ve también la ventaja de que dentro de su terreno tiene absoluta privacidad, «pero después, en las zonas comunes —hay piscina, varias pistas deportivas y zona infantil de juegos—, si quieres socializar, puedes».

Para la gente con hijos, su lugar de residencia es un sitio seguro al que pueden salir a cualquier hora y donde forman pandillas. Lo experimentó Juan Carlos con el suyo cuando se mudaron a sus 16 años. Y ahora, con él fuera, los padres siguen sin querer moverse de allí. Todas las calles de la urbanización que hizo aumentar la población de Cabreiros al 110 % en dos décadas (pasó de 67 vecinos a 140) tienen nombre de pájaro, quizás por esa libertad de la que sus vecinos hacen gala. Sus parcelas son amplias —la de Juan Carlos roza los cinco mil metros cuadrados—, y tienen la peculiaridad de respetar al máximo el entorno. «Yo tengo un montón de robles, abedules... Esto está hecho en medio de un bosque, y lo respetaron totalmente». No disfrutan de la naturaleza, viven en ella.