María Lamela, periodista gallega de La Sexta: «Hay cosas que esperé a que prescribieran para contárselas a mi madre»
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La gallega, uno de los rostros de las tardes de La Sexta, presume de ser de aldea. Dice que encuentra una paz «que le da la vida» y no tiene en el centro de Madrid. «Me encanta volver a casa de mi madre, estar con las vacas, los cerdos y las gallinas», asegura
30 sep 2024 . Actualizado a las 10:54 h.Lo suyo siempre ha sido crear historias, aunque ahora se dedique a contar las de otros. Pero siendo muy pequeñita, María Lamela (Vilalba, 1991) les regalaba a sus padres cuentos escritos por ella misma con sus propias ilustraciones. Tiene mucha imaginación, y por eso también ha estado siempre muy ligada al teatro, no solo en el cole, también en la universidad, e incluso ya después en Madrid ha dirigido y guionizado obras de microteatro. Pero fue un profe de primaria, el que la puso a presentar las galas del cole, algo que a ella le fastidiaba porque prefería estar bailando con sus amigas, quien supo ver sus dotes en la comunicación, que le abrieron el camino para estudiar Periodismo. Aunque ha trabajado muchos años como reportera, ahora forma parte del equipo de Más vale tarde, en La Sexta, un programa que copresenta los veranos junto a Marina Valdés. Precisamente, con su compañera y amiga ha escrito Microdramas. Peripecias arriesgadas de las reporteras más kamikazes de la TV, donde comparten sus aventuras, que no son pocas.
—¿Te has metido en algún que otro «fregao», no?
—Uy, en más de los que quisieran mis padres.
—¿Todos periodísticos?
—No, muchos personales y otros profesionales, pero en esta profesión muchas veces se desdibuja la línea de cuándo estás actuando como profesional y cuándo te está saliendo el bicho propio de dentro para ejecutar según qué cosas y meterte en según qué sitios.
—Ponme algún ejemplo.
—Ahora estoy en Más vale tarde, es un programa de actualidad diario y no requiere tampoco que me meta en tantos líos, pero estuve trabajando de periodista de investigación y hacía cámaras ocultas, y me metía en fregaos más susceptibles de que pasaran cosas. Por ejemplo, me fui a una carrera ilegal de coches con una cámara oculta. Iba con un compañero cámara, pero la que se metía en la carrera infiltrada era yo. Estuve una hora intentando conseguir testimonios, que me contaran si había apuestas, o armas, porque allí había de todo, y digamos que, como no obtenía las declaraciones que a mí me interesaban, acabé por meterme en el coche de los que competían a 300 kilómetros por hora en una noche de lluvia a cántaros.
—¿Hubo consecuencias?
—Al día siguiente, mi jefe me echó una bronca que flipas, me dijo que no podía arriesgar mi vida para un buen reportaje. Este es un poco mi modus operandi: por conseguir una mejor historia, hay veces que estás en la delgada línea de la legalidad e ilegalidad, pero siempre cumpliendo en última instancia.
—¿El miedo no aparece o sí?
—No sé por qué, pero yo me vengo arriba en momentos así. Me pasó también en el Mundial de Rusia. Viví una historia bastante de miedo.
—Cuenta.
—El primer día conocí a un señor que se llamaba Vladimir, que tenía 70 años, y fue mi guía durante toda la aventura, porque era local y hablaba un perfecto castellano, tenía lo mejor de los dos mundos, como diría Hannah Montana. Me conseguía todas las historias y me traducía, era el intermediario perfecto, y aun encima no me cobraba, conseguí camelármelo gratis. Cuando acabó el Mundial, y España perdió contra Rusia, me llamó llorando, todo afectado, porque eso significaba que nos íbamos para casa, y me dijo que quería organizar una merienda de despedida. Esto lo cuento en el libro, porque esta historia fue muy truculenta.
—Sigue, sigue.
—Obviamente, le dijimos que claro que íbamos a su casa, faltaría más. Vino a por nosotros al hotel, y de camino nos contó que tenía una gata que acababa de dar a luz a gatitos, así que yo cuando llegué a su casa, lo primero que hice fue preguntarle por esos gatos. Lo voy a dejar en alto, porque si no, espoileo todo. Vladimir se dirigió a una habitación que había al fondo del pasillo, y entreabrió la puerta para que no viéramos lo que había dentro, pero yo fui sigilosa por detrás sin que se diera cuenta, y había un armario con puertas correderas y el brazo de una persona saliendo de él. Nada más entrar él agarró el brazo, lo metió dentro del armario, y cerró la puerta. Inmediatamente, retrocedí para que no supiera que lo había visto. Salimos por patas de allí, pero me tuve que hacer cargo de la situación, porque los cámaras estaban bloqueados, fui yo la que trazó la estrategia para salir de esa casa.
—Y cuando le cuentas a tu madre todo esto, ¿qué te dice?
—Esta historia tardé años en contársela. No sabía si hacerlo, y decidí esperar a que prescribiera. Se llevó las manos a la cabeza, encima ella es muy miedosa, es todo lo contrario a mí, y cualquier cosa que le cuento ya se pone... A día de hoy me sigue diciendo: «¡Ten cuidado, por favor!». Yo le digo: «Ya sabes cómo soy, no voy a cambiar».
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—¿Es un poco lo hacemos y ya luego, si tal, pedimos permiso?
—Sí, siempre es mejor pedir perdón que permiso, en mi caso.
—¿Vives un poco al límite?
—Sí, todo lo que se pueda. Además, que yo voy un poco detrás de estas cosas, porque para mí es contenido vital. Me gusta mucho tener estas experiencias y almacenarlas, y crear nuevas. Si me voy de viaje con mis amigas, lo más normal del mundo, que pasen cosas, aunque otra persona las vea como malas, para mí son aventuras. Todo lo acabo viendo positivo, porque son historias que recordaremos.
—Haces muy buen tándem con Marina.
—Sí, somos muy distintas, pero mucho. Yo soy más alocada, y ella es más ordenada, metódica, es el punto de organización y de estabilidad de este dúo televisivo. Nos compenetramos muy bien porque ella lo organiza todo, y yo aporto ese punto creativo y surrealista. Es muy divertida, tiene mucho sentido del humor, y nos entendemos muy bien, la forma que tenemos de ver la vida es muy similar, solo que tenemos distintas maneras de ejecución. Ambos perfiles son necesarios.
—Ya no me quiero imaginar cuando os juntáis...
—Bueno, bueno, es que no te puedes imaginar. Yo se lo cuento a mi madre y me dice: «¡Qué va!», pero luego se da cuenta de que sí. Por ejemplo, estas vacaciones que hemos estado juntas. Tengo un imán para que me pasen cosas surrealistas, de verdad. La gente no se lo cree hasta que pasa dos días conmigo y empiezan a suceder cosas. Es Esta casa es una ruina en versión persona. Y a Marina le pasa exactamente lo mismo.
—¿Qué te gusta más: el plató o la calle?
—Me gusta combinar; el plató impone porque estás en una mesa con analistas políticos, presentadores... tienes que tratar los temas más en profundidad, y tienes más tiempo para darle la forma que tú quieres al contenido, pero la calle es donde pasa todo. Es necesario tener esa conexión permanente con la calle. Yo soy un culo inquieto, a mí me encanta hablar con la gente, para mí es uno de mis puntos fuertes.
—¿Cuál es la pregunta más incómoda que has hecho?
—Para mí no lo fue, pero sí para la otra persona. Después de las elecciones europeas, yo tenía que conseguir las declaraciones de Tezanos, el presidente del CIS, porque había fallado en los resultados de los nueve partidos con representación para el Parlamento europeo. Fue muy cómica la escena, de hecho, se hizo hasta medio viral. Yo le pregunté: «¿Qué ha pasado con la última encuesta del CIS?». Y él me dijo que lo explicarían un día en una rueda de prensa tranquilamente. «¿Nos tenemos que esperar a la rueda de prensa, no nos puede decir cuál ha podido ser el error?», le dije. Y me contestó: «¿Error?». «Es que ha fallado el resultado de los nueve partidos», le insistí. «Eso es que no se ha entendido, y que usted no sabe nada de sociología», me dijo. Intenté obviar la segunda frase, y le dije: «Ah, que no se han entendido las encuestas». «No, no, que usted no lo ha entendido», me suelta. «Pues explíquemelo». Se quedó cortado.
—¿Quién te ha dado un buen consejo que hayas puesto en práctica en televisión?
—Tengo dos. Uno es de mi mentora, Mamen Mendizábal, con la que empecé en MVT, que me dijo que «cuando empiezas a trabajar bien, y a creértelo y a confiar en ti, es cuando empiezas a equivocarte. Así que siempre ojo avizor, y nunca te relajes en esta profesión». Y es totalmente cierto, a mí me ha pasado también. El otro me lo dio Antonio García Ferreras, otro de mis mentores, que me dijo un día: «La comodidad es el mayor oxímoron de esta profesión. Siempre hay que buscar algo, cuando te acostumbras a lo que tienes, dejas de evolucionar».
—¿Cuándo vienes a Vilalba?
—Cuando puedo, voy. Me encanta porque para mí es un remanso de paz, un retiro espiritual. Soy de Vilalba, pero realmente soy de aldea, de O Santo, por parte de mi padre, y de Corvite, un pueblo en la montaña con cuatro casas, por parte de mi madre. A mí me encanta volver a la casa de la montaña de mi madre, y estar allí entre las vacas, los cerdos, y las gallinas. Allí soy feliz, es el contraste más absoluto con el centro de Madrid. Me encanta estar con mi madre, me da mucha paz.
—Nada que ver con los focos, los platós, los eventos... ¿Cómo lo llevas?
—Lo llevo maravillosamente bien porque es volver adonde yo me crie, conectar otra vez con la María de la infancia, de hacer las cosas que hacía de pequeña, que jugaba con mis amigos del pueblo. Era la única niña, jugaba al fútbol, iba a una escuela unitaria, íbamos todos en la misma clase. Era una aldea superpequeña. He tenido una infancia muy divertida, porque nos marchábamos después de comer y hasta la noche no volvíamos a casa, teníamos una libertad absoluta por el campo. Yo siento una conexión brutal con la naturaleza, con el bosque, los animales... y eso me llena muchísimo, y es algo que no tengo en Madrid, y cuando vuelvo es que me da la vida.