Tupper en bancarrota

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28 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Quien no se haya llevado a un austero piso de estudiantes un tupper con la ensaladilla de su madre no ha conocido el amor verdadero. Hay algunas costumbres que marcan la superioridad emocional de una cultura, y la del afán por empaquetar la infancia en un modesto recipiente de plástico, con una tapa intercambiada, es una de las más gloriosas. Pocos gestos de ternura mayores que ese chup chup apresurado para que una criatura se lleve una muestra de lo que fue, mientras trabaja para ser lo que será. El tránsito de unas lentejas caseras del confort previsible de la casa materna a la incertidumbre de la residencia universitaria es una metáfora del rito de paso de una vida a otra, de la niña que fuiste a la mujer que serás, en ese estado intermedio en el que se cocinan las cosas. Los inuit comparten su primera caza polar con sus padres en una ceremonia ancestral que los despide de la niñez para darles las claves de la dureza adulta. Por aquí sabemos que nuestra vida se encamina hacia el futuro cuando recibes esa primera cajita que recalentarás en tu primera soledad y que consigue que la separación inicial no sea tan abrupta, tan dolorosa, porque con cada bocado volverás a la casa de la que te has ido, aún no lo sabes, para siempre.

Tupperware ha entrado en bancarrota. La noticia es de las páginas de economía, pero como la grandeza de las palabras en su polisemia en el suceso, podría haber también claves ocultas de un mundo que se despide. En el nuevo hay más pizza transportada a domicilio por riders que pelean por salir de una nueva esclavitud laboral y menos albóndigas. Pero también hay menos mujeres ocupadas en proveer a la tribu, porque el éxito de las famosas fiambreras de plástico, cuando fueron inventadas hace 80 años, fue también el de un modelo en el que las señoras solo podían ser amas de casa y socializar con otras amas de casa en las cinematográficas fiestas tupperware, siempre en un entorno doméstico y nunca fuera, en donde habitaban hombres o malas mujeres. Aun así, pase lo que pase al final con la empresa, para muchos de nosotros el tupper de mamá seguirá siendo una contraseña que nos activa ese sentimiento tan reconfortante llamado felicidad.