Es la pequeña de una saga de actores, pero Malena también pisa fuerte en el escenario y es capaz hasta de marcarse un tango. Eso sí, confiesa que sigue siendo insegura e ingenua. Y que a pesar de llegar a España siendo un bebé, no se olvida de Argentina
30 sep 2024 . Actualizado a las 10:56 h.Ella forma parte de la saga de los Alterio. Con un padre como el gran actor Héctor Alterio y un hermano como Ernesto —su madre Ángela Bacaicoa también es directora de teatro—, Malena Grisel Alterio Bacaicoa (Buenos Aires, 1974) supo encontrar su sitio con su particular modo de interpretar. Uno de sus grandes papeles es el de Belén López Vázquez de Aquí no hay quien viva, pero esta actriz española, de raíces argentinas, no para de estrenar películas y obras de teatro. Ahora llega a Carballo en el Festival Internacional Outono de Teatro (FIOT) con Los amigos de ellos dos. Le da a todos los palos de las artes escénicas y mucho más. Porque incluso se atreve con un tango. «Si me lleva un tipo que sepa bailar, lo puedo llegar a seguir», dice. Es evidente que Malena tiene nombre de tango, en la sangre y en el corazón.
—Haces teatro, series de televisión, películas de cine...
—Sí, voy combinando. Y como se va dando así salteado, para mí es lo ideal. Porque cuando estoy saturada de cine, o de tele, o de lo que sea, pues tengo la posibilidad de calmar un poco las revoluciones y meterme en el teatro y tener más tiempo. Cuando hay también saturación de bolos, de maleta para arriba y para abajo, viene bien alternar.
—Me imagino que cuando hiciste «Aquí no hay quien viva» fue una locura. ¿Cómo lo gestionas?
—Sí, necesito parar e ir cargando mi energía, mi cabeza. Para hacer mi oficio, uno también tiene que tener el chip de la imaginación un poco activo para pensar y meterse en la vida de otra gente. Y si estás muy cansado o saturado, es más difícil buscar los momentos de paz y tranquilidad.
—Llegas a Carballo con «Los amigos de ellos dos», ¿tú qué eres: de tener muchos amigos o prefieres tener pocos, pero buenos?
—Yo soy de tener muchos conocidos y he ido conociendo a lo largo de mi camino a mucha gente muy interesante a la que quiero mucho, pero claro, por mi oficio, es como que la amistad aparece, pero luego es difícil sostenerla en el tiempo. Pero también tengo amigos que, aunque pase el tiempo y no los vea, siempre van a estar ahí y son mis joyas.
—¿Son amigos de la infancia?
—Tengo de todo. De la infancia, de la escuela de teatro, de la profesión... Tengo amigos que son familia. Hay ahí un variado.
—¿Es en la comedia donde mejor te mueves? Hay gente que opina que es mucho más difícil hacer reír que llorar.
—Es difícil todo. Pero es verdad que la comedia requiere no solamente del intérprete, sino también de un texto, de un ritmo, de una visión de un director que tiene que ser agudo y fino y es complicado coger ese pulso, ese ritmo. También, la comedia es muy particular. No todos nos reímos de lo mismo, y de repente cuando es unánime y encuentras la carcajada en una sala de cine o en el patio de butacas es como «¡guau, qué subidón!». Es muy inmediato y no se puede disimular. Y en el drama, también puedes sentir el pulso de la tensión y de la emoción, pero es menos explosivo. Aunque las dos cosas son complicadas de hacer.
—Has hecho «Que nadie duerma», «Mala persona», «Odio el verano», «En fin»... Con 50 años y a tope.
—Sí, la verdad es que estoy enganchando una cosa con otra. Y es verdad que tengo mucha continuidad. Pero lo cierto es que se acumulan los estrenos y parece más de lo que es. Que no te digo yo que no es mucho, porque no he parado, pero que se atropellan de una manera abrupta y parece más. Pero no me quejo.
—Hay actrices que a tu edad se quejan de no tener papeles, en tu caso parece todo lo contrario.
—Sí, pero yo soy una excepción. Esto es rarísimo. Y es verdad que se ha avanzado y hay destellos y brotes verdes de algún personaje que pueda pasar de los 50 y ser interesante, pero, en proporción, creo que salimos todavía en déficit, en comparación con nuestros compañeros masculinos.
—¿Y por qué crees que eres una excepción?
—A las pruebas me remito, pero también el hecho de que yo pueda ir transitando del cine al teatro o a la tele, que no todas mis compañeras pueden hacerlo. Y también que puedo dedicarle tiempo. No tengo hijos y tengo disponibilidad. Me gusta mi oficio y me meto ahí a saco, y tengo ese tiempo que mis compañeras que tienen hijos y familia a lo mejor no pueden. Porque la conciliación no es fácil. Se juntan muchas cosas. También, el hecho de tener una larga trayectoria, llevo muchos años currando y más o menos resuelvo. Y no sé, tampoco doy mucho problema y entonces quieren seguir contando conmigo.
—Dices que no tienes hijos, ¿lo echas de menos?
—No, no, para nada. Tengo una sobrina divina, guapísima, que está feliz con sus padres y me encanta que así sea. No sé, seguramente, en alguna ráfaga de mi pensamiento a lo mejor aparece algo de la nostalgia de lo que podía haber sido, pero hablando en plata, estoy muy bien así, en mi soledad maternal.
—En «Que nadie duerma», interpretas a una mujer que se reinventa. ¿Has tenido que vivir algo parecido?
—Como no he parado, no he tenido esa necesidad. Lo que sí tenía era que sostenerme en mi camino. Y eso implica responsabilidades y reinventarme también, porque los actores también vamos creciendo. No es lo mismo la Malena de hace 20 años que la de ahora. Siempre hay que ir creciendo e ir un poco más allá. Y sigo pagando la luz, el agua, el teléfono y el gas con mi oficio, así que no he virado hacia otro sitio.
—¿Y cómo era la Malena de hace 20 años y cómo eres ahora?
—A lo mejor más ingenua, aunque lo sigo siendo. También algo más insegura, aunque lo sigo siendo. Creo que he podido ir pilotando todos mis miedos. El hecho de consolidarme también te da seguridad y que estés un poco más sólida entre comillas. Pero es curioso que cada vez que arranco un proyecto me siento indefensa, no sé cómo va a salir. Aunque hay algo en mi cabeza que me dice que si ya lo hice una vez, lo voy a poder hacer y que confíe en mí.
—¿Es ese tu principal miedo?
—Sí, no ser capaz. Cuando hay algo de mucha responsabilidad, enfermar en mitad del rodaje o no llegar a la función... todas esas cosas forman parte de mis miedos.
—¿Alguna manía a la hora de subirte al escenario?
—No, aunque cada proyecto tiene sus cositas y sus rituales. Depende de lo que haga, pues me engancho a lo que me conecte con lo que vaya a hacer. Ahora con David [Lorente], antes de la función, siempre nos abrazamos y hacemos un precalentamiento de la situación, empezamos a construir la espera de los amigos, dónde hemos dejado al niño, qué se yo... un montón de cosas que nos inventamos que nos hace estar enchufados para lo que tenemos que contar.
—Te viniste de Argentina con 8 meses, pero todo el mundo te considera una actriz argentina...
—Es verdad que me vine muy pronto, pero argentina soy. Hay algo de mí, de mi sangre, de mi raíz y de mi corazón que tiene mucho que ver con Argentina. Mi familia es de allí.
—¿Te preocupa su situación política?
—Es terrible. Estamos realmente preocupados. Hace poco salieron unas imágenes de una manifestación de jubilados donde hubo palos. Se te cae el alma al suelo de pensarlo. Y la gran contradicción de decir: «¿Cómo es posible?». Los argentinos con lo inteligentes y ejemplares que han sido también en toda la época de la dictadura, cómo se juzgó y se encarceló, cómo hicieron esa transición ejemplar y que venga ahora un presidente como Milei a cuestionar todo eso, me indigna. Y luego, no sé qué habrá pasado con la ley del aborto, cantidad de recortes... no lo entiendo. Y no sé qué es lo que va a pasar.
—Tus padres se vinieron a España por la dictadura.
—Sí, mi padre recibió amenazas de muerte en 1974 de la Triple A, previo al golpe militar y mientras estaba en el Festival de San Sebastián. Ya estaba habiendo muchos desaparecidos, la situación era muy tensa, muy dura e incierta, entonces toda la familia y los amigos le recomendaron que no volviera, que se quedara en España. Ernesto tenía 3 años y yo 8 meses cuando nos vinimos.
—Imagino que para tu padre este país será como su cobijo.
—Sí, tiene ahora un espectáculo donde hace un recorrido de su trayectoria. La dramaturgia es de mi madre. Y cuenta cómo él nace en Buenos Aires, el tango es como la poesía que talla su cuerpo, pero se viene para España y ya no hay aviones para volver, haciendo una metáfora del exilio. Entonces cuenta que Madrid fue su cárcel, pero también su salvación.
—¿Te ha pesado venir de una saga de actores o siempre quisiste ser actriz?
—No, y tampoco fue una decisión que tuviera clara desde pequeña. Se fue dando poco a poco. Yo andaba bastante perdida y no sabía por dónde tirar, deslumbrada por la figura de mi papá. La cuestión es que Ernesto se había puesto a estudiar en la escuela de Cristina Rota y yo también iba un poco detrás, pero no te creas que con un claro deseo, aunque siempre en casa ha habido una predisposición para el arte y eso te va calando. Pero me metí en la escuela y cuando terminé fue cuando ya empecé a pensar a hacer algo con esto y a creer en la posibilidad de ser actriz.
—Malena tiene nombre de tango, ¿te atreves a bailarlo?
—Mi padre es un gran amante del tango. Y me llamo Malena Grisel que son los nombres de dos tangos muy famosos en Argentina. No sé bailarlo, pero si me lleva un tipo que sepa bailar, lo puedo llegar a seguir.