El hábito no hace al monje. «No me he tatuado nada, pero me flipan los tatuajes», dice este párroco al que nunca le han llamado la atención dentro de la Iglesia «por sus pintas». Eso sí, tiene anécdotas para aburrir
15 sep 2024 . Actualizado a las 12:43 h.Está muy claro que en el caso del padre Juan el hábito no hace al monje. Todo lo contrario. Imagínate que en un pequeño pueblo de Guadalajara aparece un sacerdote con barba, pelo largo, rastas y hasta cinco pendientes —que él mismo puntualiza que son dilataciones—, y que encima le gusta el heavy metal, el trash metal, el death metal y todos los demás metal. Pues no es de extrañar que los feligreses recelaran en un primer momento de este representante de Dios en la tierra. Eso fue lo que le ocurrió en una parroquia que le encomendaron hace años a Juan Antonio Mínguez. Eso sí, doce meses después, cuando tuvo que dejarla, no querían que se fuera. Así es él, un sacerdote muy peculiar, con un estilo muy diferente al resto, pero que por ello no deja de hacer el bien. Además, habla con tanta naturalidad y lo cuenta todo tan bien que en apenas 30 segundos crees que tiene más razón que un santo.
De alzacuellos a rastas
«Cuando me ordené con 24 o 25 años no iba así. Yo salí del seminario con tirilla (alzacuellos), porque no había otra forma de ordenarse. No te dejaban ser como tú eras. Entonces, cuando me ordené, me dije: ‘Voy a ponerme cosas que me gustan'», explica. Fue así cómo inició un viaje de no retorno hacia una forma de vestir muy peculiar para un sacerdote. «Y luego, pues tampoco lo piensas. Te vas poniendo cosas. Un pendiente...; claro que en un cura normalmente no se veía... Y después me dije: ‘Pues ahora me voy a poner otro'... Y al final terminé poniéndome cinco. Pero he llevado muchos más. Y luego unas cuantas rastas...», cuenta. Con lo que todavía nunca se ha atrevido es con los tatuajes. «Se quedan para toda la vida y eso es demasiado tiempo. Tampoco he encontrado uno que me gustaría tenerlo para siempre. No me he tatuado nada, pero me flipan. Y admiro a la gente que se tatúa». Por si esto fuera poco, practica boxeo. Confiesa que es un deporte con el que ha aprendido muchas cosas: «No es para derrotar a alguien, sino el arte de levantarse después de haber sido tumbado. No te dejes derrotar por la vida. En las artes marciales he descubierto esfuerzo, compañerismo y lealtad».
En su foto de perfil de WhatsApp se le ve de espalda con un hábito negro con calaveras entrando en una iglesia. «Se llama capa pluvial y me la pongo en Viernes Santo. Me molaba que tuviera unas carabelas. Y un señor que colabora mucho con nosotros fue a El Escorial y vio que había túmulos con calaveras y por eso se las han puesto. Pero, vamos, cuando estuve en la sierra de Molina de Aragón había casullas y capas con calaveras que eran maravillosas. Y que ya se han dejado de utilizar, pero que sí se usaban. El color negro y las calaveras son litúrgicas. Y yo, una vez al año me lo pongo».
«Me gustaría que las mujeres pudieran ordenarse. Pero no debe hacerse porque haya una falta de curas. Debe ser por vocación»
¿Pero de dónde le viene la pasión a este sacerdote tan peculiar por el rock duro? Pues desde siempre, aunque reconoce que ahora se siente más cercano al flamenco. «La gente ya me ha encasillado en el tema del rock, el heavy, el trash, el death, pero ahora escucho más flamenco. Aunque el otro día estuve en un concierto y me lo pasé muy bien. Todo tiene su momento. Conozco algunas bandas actuales de metal, pero las antiguas son las que más me gustan. Y hay alguna que me ha dejado de gustar, como Metallica. Los he visto muchas veces y los últimos discos no me llaman la atención y ya no voy a verlos. En cambio, otros grupos sí. Megadeth sigue siendo una banda increíble. Y luego los Lamb of God (Cordero de Dios) son buenísimos también. O Kreator son increíbles», dice. Lejos de crearle un conflicto interno el hecho de que estos grupos utilicen nombres litúrgicos o incluso satánicos en sus canciones, el padre Juan considera que todo forma parte de una puesta en escena. «Son personas normales que hacen un show. En el fondo es todo márketing», dice.
Reconoce que le encantaría ir alguna vez al Resurrection Fest, aunque en verano no se puede permitir dejar las 17 parroquias que lleva con la ayuda de dos compañeros más. «Si fuera en invierno, no me importaría ir, pero en verano es imposible. De hecho, conozco a gente de aquí que va y que me animan. Pero no puedo. En noviembre es cuando los pueblos se quedan vacíos y ahí sí que aprovecho para viajar o hacer cosas».
Además, confiesa que siempre se ha sentido arropado por sus obispos: «Nunca se han metido conmigo ni por mis pintas ni por mis pendientes ni por mis gustos musicales ni por que salgo a tomar cervezas. Al revés. Siempre se han preocupado por que estuviera bien». También ha sentido el apoyo de sus feligreses. Y cuenta que ellos ya están acostumbrado a verlo. Es más le acaban de hacer un homenaje por sus bodas de plata como sacerdote. «Aquí en los pueblos ya no les llama la atención mi forma de vestir. La gente de fuera sí que se sorprende más», cuenta.
Lo mismo le pasa con la Guardia Civil. Pero él se lo toma con resignación cristiana. «Cuando me paran, normalmente no digo que soy sacerdote. Me piden los papeles y se los doy. Y ya me preguntan: ‘¿Fuma psicotrópicos?' ‘No, no fumo'. ‘¿Toma drogas?' ‘No tomo, de verdad'. ‘¿Ha bebido algo?' ‘No, no he bebido‘. Ahí es cuando me dicen que me baje para hacerme el control. Luego, si encuentran algo litúrgico en el coche, es cuando me preguntan si soy religioso. Y ya les digo que soy el cura del tal sitio. ‘Hombre, ¿por qué no lo ha dicho antes?'. ‘Pues porque una vez lo dije y el agente se enfadó tanto conmigo porque no me creía que hasta tuve que enseñarle el carné. Entonces ya no lo digo'. Y como yo nunca bebo cuando conduzco, pues no tengo ningún problema», relata.
¿Y qué opina el padre Juan sobre si algún día las mujeres podrán ordenarse? «A mí me gustaría. Pero no debe hacerse porque haya una falta de curas. El planteamiento debe ser que haya gente que tenga vocación. Y hay que mirar en el origen de la Iglesia y preguntarse si había mujeres ordenadas, pues posiblemente sí. Aunque de otra manera, no como lo entendemos ahora. También debemos fijarnos en otras iglesias, como la anglicana, en la que la mujer se ha abierto paso con una base teológica, no simplemente por una carestía. Y también debemos mirar a Jesús y fijarnos en lo que empezó a hacer y qué haría él ahora».
¿Curas con hijos?
¿Habrá entonces en un futuro sacerdotes casados y con hijos? «Sí, sí. Con el tiempo los habrá. Desde un planteamiento cristiano y desde la libertad, que es lo que promueve la Iglesia. Unos optarán u optaremos por el celibato y otros no. Pero desde la libertad. Porque la opción celibataria es importante, pero no creo que te corte tu ministerio. Se pueden compatibilizar las dos cosas. Aunque, a lo mejor, esto es un planteamiento muy moderno y a los teólogos y obispos les explota la cabeza. Pero yo no lo veo tan mal», dice.
Al padre Juan le encanta ser cura. Prueba de ello es que lleva 25 años feliz siéndolo. «Creo que he elegido bien y que he acertado. Me gusta. Hay cosas que me encantan como visitar a gente mayor o ir al centro penitenciario de Alcalá Meco, Madrid II. O estar en la vida de la gente, hacer fiestas, cultura... Creo que eso también es ser cura y me encanta. Y hay otras cosas que me gustan menos. Como tener que hacer 7 u 8 misas en un fin de semana e ir corriendo. Con una tendríamos de sobra. Eso lo sufro con paciencia, pero todo lo demás me encanta. Intentar ser conexión con la divinidad, eso está muy bien. Y estar con los chavales, escuchar sus problemas. Todo eso es ser cura». Claro que sí.