
Nada más, y nada menos, que vino de cosecha propia y cinco tapas de cocina popular gallega es lo que despachan estos furanchos, guardianes de la genuina esencia de estos efímeros establecimientos, hoy convertidos en lugares de culto
31 may 2024 . Actualizado a las 11:34 h.«La autenticidad es el nuevo lujo», le he escuchado decir en muchas ocasiones al empresario José Luis Vilanova, propietario del hotel enológico Novavila Design Wine Hotel. Y de corroborar la veracidad de tal sentencia se encarga, por ejemplo, la constatación del auge que en los últimos años está viviendo el fenómeno de los furanchos.
Surgieron en su día como una solución para dar salida al excedente de la producción de vino de algunas casas del campo gallego. Sus propietarios, y a la vez cosecheros y viticultores, abrían al público, generalmente en los bajos de sus viviendas, un espacio para despachar el vino sobrante del reservado para el consumo familiar. Unas ramas de laurel colocadas en el dintel de la puerta era la señal que identificaba al furancho. De ahí que en algunas zonas también se les llamen loureiros. En su origen, en el furancho no se servía comida. Cada quien llevaba sus viandas, que incluso podía preparar allí. Después, comenzó a ser común que sirviesen un poco de chorizo, queso o empanada. Y la actual legislación les permite ofrecer cinco tapas calientes. «Si tienen carta de comidas, aunque lleven la palabra furancho en su denominación, no lo son», comenta alguno de estos genuinos furancheiros.
Sea como fuere, lo cierto es que de ocasional punto de encuentro y disfrute para el paisanaje del lugar, los furanchos se han convertido en objeto de deseo y de peregrinación de gente llegada de todos los rincones de Galicia y de sus visitantes, que han hallado en estos espacios una suerte de aldea gala en la que palpar y paladear los fundamentos de nuestra idiosincrasia, de nuestra gastronomía y de nuestra viticultura. Y por encima, a bajo coste.

ADIÓS VIDA (Reboredo, Redondela)
«La gente cuando viene aquí busca algo diferente, y está claro que el furancho es algo exótico», comenta Poli Couñago, propietario del furancho Adiós Vida, ubicado en la parroquia redondelana de Reboredo, que este año abrirá sus puertas a partir del 13 de junio.
El nombre escogido ya es toda una declaración de principios. «Yo tengo un barco y salgo al mar. Mi mujer tiene una zapatería... Los dos éramos conscientes de que durante los tres meses en los que está abierto el furancho nos íbamos a quedar sin vida». Sin embargo, decidió abrirlo y mantenerlo para darle sentido al trabajo de su padre, Nariño, que, aun jubilado, es quien se sigue haciendo cargo de los viñedos y de la elaboración de los vinos.
Nariño hace un blanco con albariño y loureiro, y un tinto con garnacha y mencía, que después conserva en una bodega semienterrada, con paredes y techo de piedra y tierra natural, y con un pasadizo que la conecta con una antigua mina de agua. «Es perfecta para los vinos porque la temperatura está siempre entre 14 y 16 grados».
En la parte gastronómica, Adiós Vida ofrece a su clientela una propuesta que califica de «simple, sencilla y honesta»: tortilla, croquetas caseras, tabla de ibéricos, empanada de maíz con choco o con xoubas y queso de tetilla con membrillo. El furancho abrirá hasta el 31 de julio, de jueves a domingo, solo por la noche y no admite reservas. Todas sus mesas están en el exterior, por lo que en caso de lluvia permanece cerrado.

A SANTA SEDE (Chapela, Redondela)
Del tránsito del pasado al presente de los furanchos es buen conocedor Luis Videira, propietario del furancho A Santa Sede, en Chapela (Redondela). Él fue una de las personas que participaron activamente en la definición —y redefinición— legal de este tipo de establecimientos. Confiesa Videira que decidió abrir un furancho hace ya 20 años, no por tradición familiar, como suele ser habitual, sino porque «gustábame moito o ambiente que tiñan este tipo de locais». Así que comenzó a comprar pequeñas parcelas, «e cando xa tiña unha finca xeitosa, abrín o furancho».
En un primer momento lo ubicó en la propia bodega en la que elaboraba el vino, en Hío. Pero una vez que desde la bodega comenzó a comercializar también vino embotellado, ya no era compatible, por lo que lo trasladó a su propia casa, en Chapela. Allí habilitó una terraza, ahora acristalada, con unas espectaculares vistas de la ría. El resto, responde a lo habitual en los furanchos: mesas y bancos corridos, mantel de hule y jarras de cerámica.
Y es que Luis Videira se manifiesta extraordinariamente escrupuloso con la esencia de estos locales. En su furancho no hay refrescos, ni cerveza ni licores. Alguna agua por si va un niño, y para de contar. «Aquí o protagonista é o viño. Temos que ter moi claro que non somos unha tapería, que somos un furancho», comenta. En su caso, elabora tanto blanco como tinto. El blanco es albariño. El tinto, una creación propia a partir de uvas mencía, sousón y caíño. «Este ano está gustando moitísimo». Tanto es así que no cree que le dure hasta más allá de mediados de junio. A partir de ese momento, cerrará la puerta hasta la siguiente cosecha.
En cuanto a las tapas, el furancho de Videira ofrece cinco, como impone la normativa: empanada, oreja con chorizo, raxo, tortilla y callos. Para Luis lo más bonito del furancho es ver cómo personas que no se conocen de nada cuando entran, acaban compartiendo juntas jarras de vino. «Esa é a alma e o verdadeiro sentido destes locais». A Santa Sede abre de miércoles a sábado a partir de las siete de la tarde.

REBORAINA (Reboreda, Redondela)
Un enorme marco de piedra sostiene el portalón que da acceso al amplio y siempre cuidado jardín de la casa Reboraina, en la parroquia de Reboreda, en Redondela. Y es precisamente ese vistoso jardín, presidido por un solemne y centenario magnolio y decorado con vistosas plantas ornamentales, un pozo, un antiguo lavadero y aperos tradicionales, el que acoge, cada año, al furancho del mismo nombre durante los tres meses que conforman la temporada habilitada para este tipo de establecimientos.
El hecho de que todas las mesas de este furancho estén en el jardín, al aire libre, juega tanto a favor como en contra. Por una parte, si hace buen tiempo, esta privilegiada ubicación propicia que el disfrute sea mayor y que muchos padres se acerquen hasta allí con sus hijos por la tranquilidad y porque, como explica Montse Cruces, quien está al frente del furancho desde hace 14 años, «tienen sitio de sobra donde estar». Pero claro, si llueve, el furancho Reboraina ni siquiera abre sus puertas.
Pero, además del maravilloso entorno y del espectacular magnolio que domina y sombrea buena parte de la terraza, la gastronomía y el vino son las otras dos grandes bazas de este establecimiento. De la parte del sustento se encarga la propia Montse Cruces. La oferta del Reboiraina se centra en las tortillas, la zorza —elaborada a partir de una antigua receta familiar—, las tablas de embutidos y de quesos, los chorizos asados, la empanada de maíz y los pimientos de Padrón. En cuanto a los vinos, Reboraina presume de ser «probablemente el único furancho que solo sirve albariño». Un albariño fresco y delicado, elaborado exclusivamente a partir de las uvas de los viñedos que circundan el propio furancho, lo que le proporciona una expresividad fiel a la tradición y a su origen.
El furancho Reboraina abre de martes a domingo a partir de las 19.30 horas.

O CURRÍO (Trasmonte. A Pobra do Brollón)
Aunque en su abrumadora mayoría los furanchos se localizan en las Rías Baixas, principalmente en las comarcas del Baixo Miño, Vigo, Redondela, Morrazo y O Salnés, no son exclusivos de esas zonas. La normativa permite que se abran también este tipo de establecimientos en otras comarcas vinícolas, y a ello se acogió el concello de A Pobra do Brollón, en la Ribeira Sacra lucense.
Allí, en la aldea de Trasmonte, en la parroquia de Vilachá, abrió en el 2022 el primer furancho de la provincia, O Currío. «Agora tamén hai outro no concello de Monforte, pero o que ninguén nos vai poder quitar nunca é que sexamos os primeiros», comenta Pedro Pérez, quien junto a su hija Lucía, regenta el negocio.
La familia de Pedro sigue manteniendo vivo el cultivo de los viñedos en bancales en la ribera de Vilachá. Y de allí procede la totalidad del vino, tanto el tinto como el blanco, que despacha en chanqueiros, que así denomina a los vasos en los que lo sirve en su furancho.
Las cinco tapas, como marca la normativa, elegidas por O Currío son la empanada —que, según explica, en su casa de Trasmonte «sempre se coceu no forno de leña»—, las tablas de embutidos y de quesos, tortilla, callos y orella. Tanto las tapas como los vinos pueden ser degustados en la bodega habilitada en el interior de la casa como en la enxebre y arbolada terraza que se sitúa en su exterior y donde ocasionalmente se organizan también recitales de poesía o actuaciones de música tradicional.
O Currío abre los viernes y vísperas de festivos a partir de las 18 horas, y los sábados y los domingos a las doce del mediodía.

LA PALMERA (Marín)
La plaga del picudo se llevó por delante la copa de la palmera que da nombre al furancho que hace 35 años abrieron en la parroquia de San Tomé de Piñeiro, en Marín, Perfecto Pesqueira y su mujer, Rosa Pazos. Pero el resto, incluido ese espíritu furancheiro original, cada vez más difícil de encontrar, se conserva prácticamente intacto. La Palmera, ahora regentado por Jacobo, el hijo de Perfecto y de Rosa, ha sido capaz de conservar la esencia de estos establecimientos de corta pero intensa vida.
En La Palmera se sirve el reputado blanco del país, el albariño y el tinto que la familia lleva elaborando desde hace décadas. Antes lo vendían a los bares de los alrededores, pero la obligatoriedad de servir vino embotellado provocó que se quedaran con un remanente cada vez mayor, al que ahora dan salida desde el furancho.
El local cuenta con un comedor interior con media docena de mesas, habilitado en el bajo de la casa y varias mesas más en el jardín, desde el que se divisan unas fantásticas vistas sobre el valle y la ría de Pontevedra, así como unos espectaculares atardeceres.
Además del reconocimiento que se han ganado sus vinos, en La Palmera no le van a la zaga los halagos que merece su empanada y sus pinchos morunos. El sustento alimenticio se puede completar con zorza, tortilla, oreja o pimientos de Padrón. La Palmera abre de lunes a sábado a partir de las ocho de la tarde.