Jordi Gual, economista: «El trabajador se compromete con la empresa si esta se preocupa por sus necesidades»

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El expresidente de CaixaBank reflexiona sobre la importancia del altruismo y la ética para el funcionamiento del libre mercado y la legitimación de un capitalismo de rostro humano que se preocupe por el ciudadano
22 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Jordi Gual es un catedrático de economía y un hombre de negocios. Pero también es una persona que cree en un capitalismo distinto, más humano. En su libro, Confiar no tiene precio, propone un mundo de la empresa distinto. Las claves: La confianza y el altruismo.
—¿Qué significa la confianza en términos económicos?
—Es algo imprescindible para que la economía de mercado funcione correctamente. Estos sistemas se basan en el intercambio de bienes y servicios. Llegas a acuerdos con otras personas y haces contratos. Pero esos contratos nunca van a contemplar todas las eventualidades. Por lo tanto, para que todo funcione bien ante los imprevistos, es necesario un clima de confianza entre las partes. Así se resuelven los problemas entre las partes sin necesidad de acudir a abogados. Pero tampoco es siempre fácil tener esta confianza. Y en algunas sociedades abunda más que en otras. Mi tesis es que es muy importante para la sociedad desarrollar la confianza.
—¿Por qué cuesta tanto confiar?
—Confiar en los demás, aunque no tengas que pagar, tiene un coste. Confiar en alguien es tomar un riesgo. Esa persona en la que confiabas puede no cumplir. Puede decepcionarte, incluso de forma no intencionada. Y, al revés, cuando alguien confía en ti tú asumes una responsabilidad moral. Eso también es costoso. Así que, para confiar, tenemos que ser un poco altruistas. Pero, si confiamos, al final la economía, el capitalismo, funciona mejor. Aumenta la eficiencia y no se bloquean acuerdos. Hay progreso económico y social. Es una cadena. Si yo cumplo con las expectativas de aquel que confió en mí, él, en el futuro, se animará a confiar más en otras personas. La confianza se viraliza en positivo. Pero también puede viralizarse en negativo. Si no cumplimos los unos con los otros, todos nos acabamos volviendo más desconfiados.
—A veces, los empresarios deben renunciar a parte de los beneficios potenciales por el bien común. Por ética. ¿Cómo se conjugan empresa y moralidad?
—El capitalismo tiene una crisis de pérdida de confianza entre la población, que ve el sistema no es siempre capaz de gestionar sus expectativas. Cuando fallan los estados y los organismos públicos, la gente tiende a volver la cabeza hacia las grandes empresas, y les exige que ayuden. Pero claro, estas empresas también tienen unos inversores que exigen un retorno del capital, que se traduce en una presión sobre el empresario, que tendrá que maximizar los beneficios para cumplir con los accionistas. Esto puede provocar que la población desarrolle cierta suspicacia hacia la empresa. Por eso, desde la misma empresa, nosotros nos hemos de plantear cuál es realmente el fin de una compañía. ¿Existe para ganar dinero o existe para cubrir una necesidad de la sociedad? Cada vez más, los ciudadanos le piden a la empresa que adopte este segundo papel. El negocio tiene que ser rentable, claro, porque si no, no conseguirá el capital para satisfacer sus propósitos. Pero el objetivo último tiene que ser atender alguna necesidad de la sociedad. De esa forma, se legitiman y ganan la confianza de la sociedad.
—¿Las empresas que se preocupan por la sociedad pueden estar en desventaja con los competidores que no lo hacen?
—Pueden crearse desventajas frente aquellas compañías que solo buscan el beneficio, sin preocupaciones sociales, medioambientales o éticas. Sin duda existen las empresas así. Por eso es muy importante el tipo de accionista que se tiene. Lo que se necesita son accionistas con orientación a largo plazo. Que entiendan la empresa como el resultado de un proyecto colectivo. También dentro de la empresa se necesita un clima de confianza y compromiso. Un trabajador se comprometerá con su empresa si esta le responde con hechos y atiende también a sus necesidades. Lo mismo pasa con la sociedad, que tenderá a querer hacer negocio con aquellas empresas que se preocupan genuinamente por cosas como el medio ambiente.
—Entonces, ¿ser ético es también rentable?
—Yo creo que es una estrategia competitiva que funciona. Es difícil y hay que ser paciente. Requiere, además, unos propietarios con visión de futuro. Pero es factible y ayuda a legitimar la economía de libre mercado.
—También reflexionas en tu libro sobre la crisis de confianza de la ciudadanía en los Estados modernos. ¿Está en peligro el estado del bienestar?
—Yo creo que esta crisis de confianza con el sistema y con la democracia liberal tiene su origen en los problemas que se han generado con la enorme transformación cultural y tecnológica que estamos viviendo. Con la Inteligencia Artificial, por ejemplo. O los problemas asociados a la globalización y al cambio climático. La gente se siente insegura. No ven garantizadas sus pensiones ni sus salarios, por lo que desconfían de que el estado del bienestar se vaya a mantener.
—¿Cuáles son las grandes faltas del capitalismo como sistema de producción?
—El capitalismo es un sistema muy eficiente para la generación de riqueza. Pero tiene dos graves problemas. Uno es su alta volatilidad. Todo puede cambiar de la noche a la mañana con crisis que muchas veces se provocan desde dentro del mismo sistema, como la crisis financiera. Y el otro es que, toda esa riqueza generada, no siempre se sabe distribuir armónicamente. No siempre es justo. Eso es lo que ha motivado la reacción de desconfianza entre la población, que exige también políticas públicas y una respuesta por parte de las Administraciones.
—Sin embargo hay países, como Argentina, que parecen haber tomado la senda de la desregulación absoluta...
—El caso argentino es un caso extremo. Yo me suelo centrar más en el análisis de sistemas más asentados. En Argentina se ha planteado una alternativa neoliberal porque venían de vivir muchos años en el extremo opuesto, con un intervencionismo total en la economía que atendía, más que a generar riqueza, a redistribuir lo poco que había. Y a redistribuirlo, además, de forma que los políticos que ostentaban el poder se mantuvieran en él.
—¿Vivimos en una economía de mercado plena?
—Lo que yo defiendo es que el modelo de los países desarrollados no es un capitalismo pleno, sino una economía de mercado con muchas regulaciones. Está en un punto intermedio entre el liberalismo puro y el intervencionismo total. Lo que ha sucedido en los últimos años es que las políticas públicas en el campo de la economía no han sido muy acertadas. Como el caso de las políticas financieras y monetarias, que han sido muy laxas con la creación de dinero y la generación de deuda. Esto provoca una inestabilidad que es muy negativa. Primero tuvimos crisis, ahora tenemos una inflación desbocada.
—Y los Estados a veces no han sabido proteger a la ciudadanía del impacto de estas crisis...
—No. Las políticas presupuestarias y de redistribución tampoco han sido muy válidas. Se ha generado demasiada deuda pública. Se ha limitado la desigualdad de renta, pero sin generar contento entre la población. Esto hace que la gente tenga menos confianza en el sistema económico de libre mercado. Yo sostengo que, para reducir la deuda pública, lo mejor es no generarla. En algunos países, que yo llamo «manirrotos», hay una tendencia crónica al déficit público.