Nayma, 25 años: «Fui una niña de acogida y ahora acojo a mi hermano menor»

ALEJANDRA CEBALLOS

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Esta joven ha asumido la responsabilidad de ser la tutora de Mikel, de 15. «Era que se fuera a un centro o traerlo conmigo, y no lo pensé dos veces», asegura esta joven de Ares que se dedica a ayudar a niños que están en el sistema

08 abr 2024 . Actualizado a las 12:59 h.

Nayma Fernández, con apenas 25 años, asegura que su vida da para escribir un libro. Y después de escuchar su historia, no se equivoca. Con apenas pocos meses de edad fue dada en acogida porque su madre y su padre eran drogadictos y no se podían hacer cargo de ella. «Tuve la grandísima fortuna de no acabar en un centro, porque mis abuelos paternos me acogieron en un modelo denominado familiar extenso», narra agradecida. A pesar de tener el amor incondicional de sus abuelos y de sus tíos, la situación no fue fácil, ni para ella ni para sus cuidadores. «Mis familiares me lo han dado todo, pero había cosas que no estaban a su alcance y eran necesarias. Por ejemplo, en Navidad, cuando nos reuníamos todos, mis primos tenían a sus padres y a sus abuelos, yo no. Quería una madre y un padre», relata.

 El mayor problema de Nayma no fue haber perdido a sus padres sino, precisamente, la relación disfuncional que tuvo con ellos. «En acogimiento, tú sigues teniendo contacto con tus padres, porque ellos están allí. Y es muy complejo, porque el sistema no atiende a la familia de origen y eso implica, por ejemplo, que esos adultos rotos vuelvan a tener hijos que probablemente entren también en el sistema», explica. Además, Nayma se vio expuesta a chantajes emocionales y a más heridas que causaron sus progenitores con sus idas y venidas. «Con mi padre tuve un poco más de contacto, pero mi madre se fue a vivir a Barcelona. Yo estaba todo el tiempo anhelando verla, o recibir una llamada suya. En varias ocasiones me dijo que vendría a A Coruña a verme, mis abuelos me llevaban y nunca aparecía. A mí me dolía muchísimo», cuenta Nayma. «El día de mi cumpleaños, por ejemplo, yo sabía que había una posibilidad pequeñita de que llamara al teléfono de casa, así que hacía todo lo posible por quedarme allí para hablar con ella, pero a veces llamaba dos o tres días más tarde», relata. 

Heridas por sanar

El padre de Nayma estuvo en la cárcel y también sufrió un accidente que le hizo perder parte de masa encefálica; ahora tiene una discapacidad. Con su madre la relación fue más distante, pero igualmente dolorosa. «Una vez me dijo que tenía mucho amor para dar. Yo me preguntaba por qué no me daba ese amor a mí. Llegué a preguntarme muchas veces por qué yo no era suficiente», relata con tristeza. Hace 15 años, tres días después de su cumpleaños número 10, Nayma recibió una llamada suya; le dijo que tenía un nuevo hermanito, se llamaba Mikel, pero no sería hasta sus 12 cuando lo conocería. Entre tanto, el dolor de Nayma siguió creciendo: se preguntaba por qué sus padres tenían más hijos, si no se hacían cargo de ella; quería respuestas y llenar ese vacío, ser como otros niños.

A pesar de estar con su propia familia, sentía que algo le faltaba, y el mismo sistema hacía énfasis en la situación. «Cuando entré al bachillerato, la orientadora me llamó a su despacho. Comenzó a hacer un repaso de la vida de mis padres y me recomendó pensar en estudiar algo que no requiriera el bachillerato. Sin darme la oportunidad, me sentenció a fallar. Al final, le demostré que era capaz. Entré en la universidad a estudiar ADE», relata orgullosa. Durante esos años, aprovechó para ahorrar dinero y, cada vez que podía, visitaba a Mikel, aunque solo pudo hacerlo cinco veces más.

Parecía que todo andaba bien, pero el dolor de Nayma crecía silenciosamente. «Cuando entré en la universidad caí en un pozo sin fondo, llevaba desde los 14 años con un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) y tuve varios intentos de suicidio. Afortunadamente, la enfermera, la psicóloga y la psiquiatra me ayudaron a salir adelante. Creo que salí fortalecida de la situación», dice hoy, con tranquilidad. Reconoce que estar tan mal fue lo que necesitó para comprender su dolor y avanzar. «Al final, entendí que no podía hacer nada para cambiar a mis padres, pero sí podía poner límites, cuidarme a mí. El covid también me ayudó mucho. Fue un momento para poner en orden mis pensamientos y resurgir», relata. A partir de ahí, todo ha empezado a mejorar. Conoció a su nueva pareja, empezó a estudiar Integración Social, que siempre había sido su sueño, pudo dejar la medicación que tomaba hasta ese momento y cumplió su meta de trabajar con niños en el sistema de protección de menores.

Con todo sobre ruedas, Nayma comenzó a ver a su hermano más a menudo. «Mi madre tampoco se hizo cargo de él, así que lo cuidaban algunos de mis tíos, pero en el 2022, cuando fui a verlo con Luis —mi pareja— empecé a tener la sensación de que no estaba bien, así que alertamos a los Servicios Sociales, quienes confirmaron nuestras sospechas», explica. Sabía que Mikel pasaría al sistema de adopción, así que ella y su pareja se inscribieron como familia de acogida, aun a sabiendas de que no sería fácil que les entregaran un niño de 15 años siendo tan jóvenes, pero no iba a doblegarse. «Mis tíos incluso le prohibieron a mi hermano que hablara conmigo. Pero yo no me rendí. Seguí insistiendo con Servicios Sociales, tratando de verlo, o de hablar con él», narra Nayma.

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 Forrmar su familia

Fue un período difícil, en el que constantemente se preguntaba si el proceso hacía que Mikel sufriera más, pero las cosas giraron a su favor. «Un día me llamaron y me dijeron que tenía que ir ese mismo día a Barcelona. Pedimos permiso en nuestros trabajos y Luis se vino conmigo. Tuvimos una especie de cara a cara en el que Mikel me dijo que sus tíos no le estaban dejando hablar conmigo, pero que sí que quería estar con nosotros. El plan era pasar el verano con él y, posteriormente, tomar entre todos la decisión de si se quedaba o no con nosotros», explica. Esa semana se vieron un día más y al día siguiente fueron juntos al zoo para despedirse, pero Servicios Sociales llamó a Nayma para decirle que habían echado a Mikel de casa. «No esperaba que todo pasara tan rápido, pero era que se fuera a un centro o traerlo conmigo, y no lo pensé dos veces», relata.

Hoy, Nayma organiza su vida como madre de un adolescente y se apoya en su pareja para darle un hogar a Mikel. «No ha sido fácil. A veces me pregunto si le riño de más, si soy muy dura con él. Pero yo trato de dar lo mejor de mí, hacer todo desde el corazón», dice.

Mikel fue acogido por su hermana y con ella también encontró una familia en los abuelos paternos de ella, que lo han acogido como uno más desde el primer momento. Con todo y lo dura que ha sido su vida, hoy Nayma puede decir que es feliz. Trabaja en Acougo, la asociación gallega de familias de acogida, tiene una familia con Luis, con quien planea tener un hijo biológico, y, mientras tanto, tiene el mejor entrenamiento del mundo: cuidar de Mikel. «Lo más importante es acompañarlo y que sepa que si está mal, puede contar con nosotros. Quiero demostrarle que, igual que yo, no importa de dónde vengamos o quienes sean nuestros padres, podemos cumplir nuestros sueños», concluye esperanzada.