La ventaja de compartir piso siendo estudiante en Santiago: «Sobrevivo con 380 euros al mes, alquiler incluido»

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XOAN A. SOLER

Lucía y Pauli llevan tres años viviendo juntas mientras estudian la carrera. «Del piso sales más espabilada que de la residencia», aseguran las compañeras

22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Pauli, de A Coruña, y Lucía, de Vigo, son compañeras de piso en un edificio a tan solo unos pasos del campus norte de la Universidade de Santiago de Compostela (USC). En el piso son tres, y el espacio se distribuye en una habitación para cada una, un salón, una cocina y un baño. Todo ello por 465 euros al mes (155 cada una): «Nada mal para como está la situación del alquiler en las ciudades universitarias», reconocen las estudiantes. No es un piso pequeño, los dormitorios son amplios, tienen bastante luz y, a pesar de ser una construcción antigua, está bien conservada. «Tuvimos suerte», alardea Pauli, la primera que llegó al inmueble. Las amigas son de la promoción que empezó la universidad con restricciones por el covid, en el 2020. «La gente se quedaba en sus casas porque todas las clases las daban online», argumenta la joven, que reconoce que, gracias a la poca demanda de pisos en aquel momento, encontró este «chollo».

Ambas estudian el doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la USC. «Yo podía haberme quedado en A Coruña estudiando, pero me vine porque quería vivir la experiencia universitaria desde el principio», explica Pauli. Lucía, por su parte, el primer año lo pasó en una residencia. «Era muy cómodo. En el centro teníamos todo incluido: limpieza, comida, etcétera». Sin embargo, confiesa que ahora tiene total libertad para hacer lo que se le antoje. «Como cuando me apetece, limpio cuando creo conveniente, tengo mi propio salón, baño, habitación, cocina y puedes traerte a quien quieras». Aunque según Pauli, eso es porque ha tenido suerte con las compañeras con las que ha coincidido. «Las tres éramos amigas ya de antes. La convivencia es superbuena y no discutimos apenas por temas del piso», argumenta. Para ella, el problema viene cuando no conoces a tus convivientes. «Es verdad, algunos estudiantes, ante la desesperación de no encontrar habitación, se conforman con un piso a compartir con desconocidos y se arriesgan a que les pueda salir mal», responde Lucía. Aun así, según ellas, muchas veces el problema ya no solo viene de dentro de la casa, sino de fuera: «Hay vecinos que no se paran de quejar del ruido, caseros que en verano te echan para alquilar el inmueble a turistas, o que solo se manifiestan para cobrar la mensualidad». En esto las universitarias han tenido suerte. Cuentan que el propietario en verano les cede la vivienda para no tener que hacer mudanza a final del curso, y sin cobrarles nada, y que cuando tienen cualquier problema, se presenta enseguida para solucionarlo. «Así es que no soltamos este piso», ríen las dos.

LO MÁS CARO: LA COMIDA

Sin embargo, es difícil encontrar chollos como el de Pauli y Lucía. «Ahora la gente empieza a hacer cola en las inmobiliarias desde mayo para que no se queden sin opciones cuando se acerque el inicio del nuevo curso», apuntan. Ya no existe eso de esperar hasta agosto o septiembre para encontrar vivienda. Aunque confiesan que cualquier opción es muchísimo más barata que un colegio mayor. «En caso de escoger residencia, hubiera tenido que solicitar una pública, porque si no a mis padres les hubiera sido imposible mantenerme más de un año», reflexiona Pauli, que ve los 800 euros que se piden en el centro residencial una exageración.

A Lucía sus padres le pasan 380 euros al mes. «Con eso pago los 155 del alquiler, wifi, luz, gas, comida, y mantenerme aquí», explica la joven. Todos los fines de semana aprovecha y se va a su casa de Vigo para visitar a la familia y, ya de paso, se lleva unos táperes. «Aunque me traigo comida de casa, el otro día fui al supermercado y me gasté 25 euros en un par de chorradas. En un mes eso ya son 200 euros», dice indignada. «También es verdad que si vamos a tomar algo, nos tomamos tres cervezas y pagamos siete euros sin rechistar», le replica Pauli. A lo que dicen al unísono: «Y eso lo hacemos todos los días, ja, ja». A la coruñesa, por el contrario, le ingresan una paga mayor al mes: «Yo me tengo que cocinar todo, no me mandan nada de comer, así que tengo que hacer compras casi a diario». Reconoce que ella antes llegaba a final de mes alimentándose a base de sándwiches, pero con los años ha aprendido a organizarse y a no gastarse todo al principio. «Tienes que priorizar, yo cuando voy a casa de mis padres siempre tienen aguacate, sin embargo aquí nunca me lo pude permitir», ríe la viguesa.

El piso espabila

«En una residencia sabes que lo básico siempre lo vas a tener: comida, agua, luz... Aquí sabes que si no te organizas tú, las cosas no se van a hacer solas», anota Pauli. «Los padres, de la otra forma, pagan una especie de paquete en el que se aseguran de que a sus hijos no les va a faltar de nada, pero no aprendes a convivir ni a mantenerte a ti misma», añade Lucía. Ellas se hacen calendarios para limpiar, tienen horarios para cocinar y así no coincidir a la vez en la cocina, y se amoldan las unas a las otras. «Procuramos no hacer aquí los botellones para ahorrarnos la limpieza al día siguiente. La última vez que vinieron unos amigos llenamos dos bolsas de basura de latas de cerveza, y al irse, no bajaron ni una a los contenedores», manifiesta Lucía entre risas. «Algunas cosas son tonterías, pero de esta forma ves detalles en los demás, y en ti mismo, que no aprendes en las residencias. Del piso sales más espabilada en todos los sentidos», recalca Pauli.

Sin duda, ellas están encantadas con la vida que llevan, no habrían escogido otra ciudad para estudiar ni otra estancia en la que vivir. «Santiago es la ciudad perfecta para la etapa universitaria: allá donde vayas siempre hay ambiente universitario, puedes salir de fiesta cualquier día de la semana, estoy a una hora de mi casa familiar, tenemos la universidad a dos pasos de nuestro piso y es muy fácil hacer amigos de nuestra edad», indica Lucía. Eso sí, aunque hablen mucho más de la fiesta y de las discotecas que de los estudios, estas dos universitarias llevan sus asignaturas al día, no suspenden ni una.