A la deriva. Uno de los actores más importantes del cine francés, Gérard Depardieu se enfrenta desde hace años a problemas fiscales, acusaciones de abuso sexual, huye de Francia a Rusia, y vive «a la deriva» en un barco en el Mediterráneo
12 sep 2023 . Actualizado a las 17:55 h.Todo lo que era sutileza, poesía y respeto. Todo lo que representaba su magistral Cyrano de Bergerac. ¿Había algo de todo aquello en el actor que bordaba ese papel a principios de los 90? En realidad, parece que su personalidad se acerca mucho más a la de Dominique Strauss-Kahn, a quien interpretó hace unos años en una polémica cinta dirigida por Abel Ferrara en la que se revisan los escándalos sexuales del exdirector del Fondo Monetario Internacional. Como él, Depardieu se enfrenta a varias acusaciones de acoso sexual e incluso violación. Casos que han salido a la luz en los últimos años, pendientes algunos ellos de respuesta judicial, y que esconden un comportamiento que muchas compañeras del actor aseguran que eran de dominio público. Si el escándalo de Harvey Weinstein destapó conductas inaceptables, cuando no directamente delictivas, en el mundo del cine, el movimiento MeToo permitió que muchas mujeres que durante años había sufrido estos comportamientos en un obligado silencio, contaran con el respaldo suficiente para denunciar lo que habían vivido. Y en el caso de Depardieu, en mayo del pasado año la Justicia francesa confirmó la imputación por violación y agresión sexual tras la acusación realizada por la actriz Charlotte Arnauld en agosto del 2018. Un caso que se cerró en un primer momento, pero que se reabrió poco después, y que el actor siempre ha negado, asegurando que era inocente, que nada temía. Su defensa lo definió como un «caballero amante del cortejo». Una especie de Cyrano, según la defensa, pero sospechosamente parecido a Strauss-Kahn, según una exhaustiva investigación del diario francés Mediapart, que este mismo año reveló que 13 mujeres (actrices y otras profesionales del cine) habían acusado a Depardieu de agresiones sexuales en rodajes realizados entre los años 2004 y 2022.
TRIPLE NACIONALIDAD
Los problemas de Depardieu con la Administración francesa van más allá de estas investigaciones. Hace una década, el Gobierno del socialista François Hollande impuso un nuevo impuesto para las rentas más altas. Depardieu decidió entonces comprar una casa en Bélgica apenas a unos kilómetros de la frontera, en un municipio donde curiosamente casi el 30 % de los habitantes son franceses. Criticado por varios ministros, escribió una carta en el Journal du Dimanche, dirigida al entonces primer ministro Jean-Marc Ayrault, en la que aseguraba que se marchaba porque el Gobierno «cree que el éxito, la creación, el talento y todo lo diferente debe ser sancionado». Y en esta se quejaba de que había pagado 175 millones a la Hacienda francesa desde que comenzó a trabajar. El cabreo del actor era mayúsculo, y anunció que estaba dispuesto a renunciar a la nacionalidad francesa.
En un llamativo giro de guion, el guante lo recogió Vladimir Putin, que en el año 2013 le concedió la ciudadanía rusa y lo acogió con los brazos abiertos. Aunque la relación entre ambos ya no parece tan sólida: el actor francés afirmó, tras la invasión de Ucrania, que estaba en contra de la guerra y pedía el fin de esta. Y aseguraba que el pueblo ruso no tenía la culpa de los excesos de sus líderes, mencionando directamente a Putin. Para sumar más pasaportes a su azarosa vida, no solo mantiene la nacionalidad francesa y la rusa, sino que también tiene pasaporte de Dubái. Pero el año pasado, en una entrevista, aseguraba que en realidad vive en el Mediterráneo, navegando. A la deriva, afirmaba. Como parece que continúa su vida, marcada por el alcohol (llegó a decir que empezaba a beber a las 10 de la mañana, que podía consumir hasta catorce botellas diarias) y por sus complicadas relaciones familiares. Desde su madre a sus hijos, sobre todo el mayor de ellos.
GUILLAUME
Fruto de su primer matrimonio con la actriz Élisabeth Guignot, Guillaume Depardieu se enfrentó durante toda su vida a la larguísima sombra de su padre. Del que llegó a decir que era un cobarde y un tramposo, obsesionado con el deseo de ser amado y del dinero. Había compartido pantalla con él en la preciosa Todas las mañanas del mundo (Alain Corneau), por la que fue nominado a mejor actor revelación en los premios César. Pero desde muy joven se enfrentaba a su adicción a las drogas, y pasó tres años en la cárcel por tráfico de heroína. Más tarde ambos se acercarían de nuevo, y Guillaume afirmaba que trabajar como actor le había ayudado a comprenderlo mejor. Pero la cárcel marcó a Depardieu hijo de por vida. Décadas después, su padre aseguraba que a Guillaume lo mató la Justicia francesa «por dos gramos de heroína», apuntando a que la jueza iba en realidad contra Gérard. Las desgracias del joven Depardieu no habían finalizado: en el año 95 sufrió un accidente de moto que le provocó graves secuelas, que remataron con la amputación de una pierna en el año 2003. Falleció cinco años después, a los 37, a causa de una neumonía.
OCASO
Arranca El último metro, de Truffaut, con Depardieu abordando en plena calle a una chica. Comenzaba la década de los ochenta, que con los noventa serán las más activas de su carrera. El descaro de su personaje, su presencia física, su voz, ya habían sido claves en películas como Los rompepelotas, o su inmenso Olmo Daco en la excesiva Novecento. Había rodado ya con Marguerite Duras o Techiné, y en los siguientes años repetiría con Truffaut, Claude Berri, Alain Resnais. Danton para Andrzej Wajda, Rodin en Camille Claudel, con Isabelle Adjani, ganaba peso en películas de época. Y entonces llegó Jean-Paul Rappenau y le ofreció uno de los mejores papeles de su carrera. Cyrano de Bergerac lo consagró en Francia en 1990, arrasó en los César, y le abrió las puertas de Hollywood. Al año siguiente protagonizó con Andy MacDowell Matrimonio de conveniencia, de Peter Weir. Se puso a las órdenes de Ridley Scott para ser un Colón bastante improbable... pero el grueso de su carrera siguió discurriendo en Francia. Su físico lo convirtió en Obélix hasta en cuatro ocasiones. Estas dos últimas décadas están marcadas más por sus escándalos que por sus películas, y también por su aterrizaje en Netflix en su papel de alcalde corrupto en la serie Marsella. Aunque es su última película, Maigret, dirigida por Patrice Leconte, la que parece resumir los efectos de medio siglo de excesos, éxitos y escándalos. Su comisario, silencioso, triste y achacoso, cierra la película mirando atrás con cansancio, antes de desaparecer. Cómo no pensar en un último telón.