
«Cuando no tenía que comer, me disfrazaba de marinero con Mayra Gómez Kemp», revela el actor, que estrena «Verano en rojo». La calle fue su escuela desde los 17 a los 30. Fue el galán y el tío más duro del cine español. Coronado se corona aún más. A sus pies...
14 sep 2023 . Actualizado a las 22:17 h.Antes que actor, fue camarero, modelo, universitario. Y en la calle hizo de los 17 a los 30 la carrera de la vida. A Jose Coronado (le quitamos el acento a Jose porque él prefiere ir así, sin acentos por la vida) el oficio de sus amores le guiñó un ojo a los 30 y él lo dejó todo, cuenta. Este septiembre, 36 años después, estrena Verano en rojo y Cerrar los ojos. Coraje y sensibilidad. «Qué acentiño más bonito tienes... Yo pasé mucho tiempo ahí en tu tierra, un sitio precioso», desenfunda el talismán de Netflix, el incombustible, el tipo duro (más tierno) del cine español.
—Ya que mencionas Galicia, hace poco nos revelaba el director de un hotel de Santiago que habías vivido una buena temporada alojado allí.
—Sí, por el rodaje de la serie Vivir sin permiso. En Galicia estuve por todos lados, pero en el NH estuve varios meses... Me trataron de maravilla.
—Llevamos tiempo siguiéndote, algunos ya te veíamos en «Hermanos de leche».
—¿Pero qué edad tienes tú?... Hermanos de leche, qué recuerdos.
—Luego llegó el jefe de local del Crónica, de «Periodistas», «El príncipe», «Vivir sin permiso». Son décadas.
—He tenido mucha suerte. El trabajo siempre es importante, saber estar en el momento en el lugar donde tienes que estar. Y coger el buen trabajo que te permite hacer otros que te hacen crecer.
—Diría que tienes la suerte de cara, pero que te lo has «curra’o».
—Evidentemente, esa suerte hay que acompañarla de disciplina y sacrificio, ¡e ir a por todas! Así lo hice desde que se cruzó este oficio en mi camino sin que yo me propusiera...
—¿Actor por casualidad?
—Fue algo que me encontré y dije: «¡Esto es una maravilla!». Y así empecé.
—Al filo de los 30...
—Treinta. Treinta justos tenía yo cuando empecé en esto. Antes, había empezado Medicina y Derecho. No acabé ninguna, pero creo que los años de Universidad fueron importantes para mi carrera de actor. A los 30, tenía un restaurante y estaba harto de pelear con los clientes y las lechugas, y buscaba algo que me pudiese evadir. Tenía una amiga actriz que fue la que me aconsejó que me metiera ahí, y ahí estaba Cristina Rota, que me dijo: «Tienes voz y tienes planta. Ahora, todo depende de tu trabajo». Y dije: «¡Pues os vais a enterar!».
—¿Ya tenías don de gentes, un conocimiento de las personas?
—Tenía mucha calle. Tuve la suerte de vivir de los 20 a los 30 lo que fue la Movida. Yo, aparte, antes del bar, tuve una agencia de viajes, una agencia de modelos, fui coreógrafo... Viajé por todo el mundo por la cara, con lo de modelo. Te cuento una de las cosas que agradecí mucho, fue con una película que hice, Berlin Blues, de Ricardo Franco. Le dijeron: «¿Cómo coges a este hombre, que está muy verde ?». Y él les dijo: «Estará verde, pero sabe mirar a una mujer». Es verdad que tuve una... no sé cómo llamar a esa etapa entre los 17 y los 30.
—¿Escuela de vida?
—Una escuela de vida en la calle, que, acompañada de mis años en la Universidad, me ha ayudado a que haya podido llegar hasta aquí.
—Coronado empezó siendo el galán de la peli. ¿Es difícil superar el cliché y hacerse con otro tipo de papeles?
—No reniego de aquello. Yo no tenía oficio, lo fui aprendiendo por el camino. Y lo que, al principio, podía ser una losa, cuando me saqué el carné de actor haciendo mil teatros de todo tipo, se convirtió en un valor añadido. En el cine, a la gente le gusta ver a alguien que tenga un aspecto más o menos agradable, ¿no? ¿Que era galán? Vale. ¿Que luego fui el tipo duro del cine español? Bien.
—O abuelo coraje en «Entrevías». ¿Te incomoda algún registro? Estás, por ejemplo, muy curtido como periodista. Lo has sido ya varias veces.
—Y es lo maravilloso de este oficio. En la medida que tú quieras bucear en los personajes, aprendes y te enriqueces de cosas. Eso me ha sucedido con muchos personajes, que me han hecho crecer como persona, quizá más que a alguien que está todo el día, toda la vida, en su banco u operando gente. Tocas muchos palos y es lo maravilloso.
—Este fin de semana estrenas «Verano en rojo», y ahí te metes en la piel de Luna, un veterano periodista... ¿que sabe que ir por la vía oficial no es siempre lo más efectivo?
—Luna es un periodista de la vieja escuela, de los que se han formado en la calle. No trabaja con redes, ni con Facebook, ni con ordenador, ni con nada. Él trabaja a la antigua usanza. La película empieza con que, precisamente, lo están queriendo jubilar anticipadamente porque son otros tiempos los que corren. Y está claro que perder este tipo de periodistas es perder el alma de las noticias.
—Luna es un tipo muy habitado, muy humano, con sombras, lo contrario al avatar, al perfil virtual.
—Sí, gente de carne y hueso. Luna es un tipo que puede empatizar con el espectador, como empatiza él con sus fuentes, para llevarse al final el gato al agua. Luna tiene otra cosa, es un bebedor consciente, que sabe controlar esa bebida. Para preparar el personaje, vi una película estupenda de Vinterberg con Mads Mikkelsen que se llama Otra ronda.
—Es una maravilla de película...
—Sí, cuatro profesores de Universidad que hacen un estudio sabiendo que con un poquito de alcohol en la sangre funcionas con más ingenio, eres más extrovertido, amable, divertido... A Mikkelsen ese aguante del alcohol no le entorpece en su vida cotidiana.
—La Iglesia está, más que nunca, en el punto de mira con los abusos. ¿No habrá paz para los malvados en esto?
—No hay día que no lea algún caso en los periódicos, por mucho que salgan listas y se denuncie. Son tremendos los abusos que se han cometido y cómo en el seno de la Iglesia los tapaban. No es tanto que pidan perdón como que eviten que sigan sucediendo de una vez.
—¿Cómo es trabajar con Marta Nieto?
—Qué mujer. Es un ejemplo de lo que es ser una mujer hoy en día. Una mujer que sabe mandar entre hombres, en su personaje y también en la vida.
—Estás a punto de estrenar «Cerrar los ojos». ¿Cómo se aborda un Erice?
—Es una película de las que ya no se hacen. Peli de artesanía, absolutamente especial para mí. Trabajar con un genio como Víctor Erice, que, 50 años después de su primera película, cierra el círculo es una suerte. Es una obrita de arte.
—Talismán de Netflix, dos estrenos en un mes a los 66. ¿Cómo has conseguido vivir esta edad dorada? ¿Cómo se puede brillar así tras tanto rodaje?
—No hay otro secreto que mi amor a este oficio. Yo me dejo la vida cada día. Y este amor lo entiendo cumpliendo. He tocado todos los palos: he hecho cine, teatro, televisión... Cualquier cosa que me ayudase a ser un actor de largo recorrido. ¡No doy crédito de lo bien que me va! Por ejemplo, al ver que Entrevías es número uno ¡en Nigeria...!
—¿Alguna espinita clavada?, ¿sientes que se te ha quedado algo por hacer?
—No. He aprendido a enamorarme de lo que tengo. Si te pasas toda la vida soñando, no es sano, te vuelves loco. Me enamoro única y exclusivamente de lo que tengo. Pero no me gustaría despedirme de este mundo sin hacerme un rey Lear.
—¿Una carrera se construye más por los noes que por los síes?
—Pues sí. Porque de los 50 síes que has dado han sido cinco los que han funcionado. Pero cuando haces algo terrible, das un beso a una deportista en mal momento, fastidias la carrera. Pero ese es otro tema... Respecto a los síes, también te diré que yo me he hecho de pronto un programa que se llama La noche prohibida porque a mis padres les habían echado de su casa y estaban en la calle. Y tenía que comprarles una casa como fuera. Y cuando no tenía para comer me iba con Mayra Gómez Kemp y me disfrazaba de marinero. Cuando hay que meterse en el barro, te metes. Hay que torear todas las vaquillas, sean las que sean las que salgan. ¡Ya llegarán miuras!
—Tu hijo Nicolás dijo que había heredado de su padre «una seguridad, una confianza y una fuerza». ¿Te reconoces como alguien fuerte y seguro?
—Tengo mis fragilidades y mis procesiones que van por dentro. Es parte de mi oficio: mentir con licencia. No sé si en la vida soy seguro y fuerte. Débil no me considero, vulnerable sí. Lloro como una Magdalena, me encanta llorar...
—Los hombres duros también lloran.
—¡Hombre, claro! Si no lloran, no son hombres, son máquinas.
—En otra entrevista en YES en el 2016 nos dijiste: «La pareja está por encima de todo». ¿Lo mantienes?
—Sí. Con la pareja es con quien recorres el largo viaje de la vida. Con quien de verdad te juegas los cuartos. Es con quien luchas el día a día.