Emilio Santiago, antropólogo del CSIC: «España puede convertirse en un desierto. El 75 % está en riesgo»

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No abraza teorías apocalípticas sino realidades, este científico también nos habla de ilusionar a la sociedad con la transición ecológica y de demostrar que se puede vivir mejor. «El teletrabajo debería convertirse en norma y no en una excepción», dice

25 jun 2023 . Actualizado a las 10:05 h.

Hablemos de cambio climático y de ecología, pero aplicada a nuestro día a día y a cómo nos puede afectar. Porque ya estamos notando sus efectos y nos va a seguir condicionando la vida. Eso sí, Emilio Santiago, antropólogo del cambio climático del CSIC y autor de Contra el mito del colapso ecológico, desmonta las teorías apocalípticas y se muestra convencido de que estamos a tiempo de reconducir la situación. Eso sí, las políticas ecológicas deben aplicarse a todos los ámbitos de la vida.

—¿Por qué dices que el colapso ecológico es un mito?

—Porque no vamos a colapsar. Lo que va a suceder en las próximas décadas es que vamos a vivir muchísimas turbulencias. Si lo hacemos mal, pueden derivar en una sociedad con más degradación de la calidad de vida, con más desigualdad, pero eso no es un colapso. Y, sobre todo, tenemos la posibilidad de hacer las cosas bien y, a pesar de que nos enfrentamos a una crisis ecológica y climática de enorme gravedad, terminar viviendo mejor.

—¿Crees, entonces, que no vamos a perder calidad de vida?

—Todas las evidencias científicas apuntan a que el siglo XXI va a ser difícil en términos climáticos. Pero existe la posibilidad de dar respuestas colectivas a estas turbulencias. Entonces en donde tenemos que poner el acento es en eso y no dar por perdido el mundo tal y como lo conocemos.

—¿Qué hay que hacer para paliar esas consecuencias climáticas?

—Tenemos que transitar a toda velocidad hacia un sistema energético renovable, pero también son necesarios cambios sociales y culturales. Necesitamos una economía que no actúe como un depredador de nuestro planeta. Pero esto no tiene por qué derivarse en peor calidad de vida si añadimos el tercer elemento clave, que es redistribuir la riqueza, para que la transición ecológica sea justa y nos pueda garantizar una buena vida a todos.

—Dices también que hay un diagnóstico científico sesgado en las teorías del colapso, ¿por qué?

—Dentro de las ideas colapsistas hay distintas corrientes. Pero en el caso de la cuestión energética no existe consenso. Y, por tanto, no lo podemos dar como evidencia científica. Hay investigadores que dicen que vamos hacia una reducción de nuestros consumos energéticos muy drástica, y otros, que podemos crecer energéticamente. El debate es complejo y plural. También que las renovables no van a poder suministrar la energía que necesita la sociedad. Ninguna de estas ideas cuentan con respaldo científico. Sin embargo, a veces, se presentan a la opinión pública como si una voz específica fuese la voz del consenso y no es así. Entonces, hay cierto sesgo en la elección de los datos, que hace cuadrar el relato que tú quieres imponer. Yo creo que lo prudente sería entender que el campo está abierto, que hay cosas que todavía no tenemos claro cómo van a suceder.

—¿Podrías concretar más?

—Es verdad que tenemos problemas con los límites de los minerales para hacer la transición energética. Esto es un hecho. Pero es muy distinto si la transición energética la hacemos electrificando el total de nuestro parque automovilístico o si apostamos por el transporte público. La demanda de minerales va a ser muy distinta. Entonces, dar por hecho que no existen minerales, pues es un sesgo.

—¿Infundir terror ecológico es contraproducente?

—Sí. Todos los estudios del comportamiento humano nos dicen que ante mensajes centrados en el miedo, lo que provocan en la sociedad es parálisis, resignación y cinismo, que es el tipo de actitud que nos puede llevar al desastre. Y lo que necesitamos es justo lo contrario. Necesitamos sociedades movilizadas en pos de transformaciones que van a ser profundas, por supuesto, y que también van a ser difíciles. Pero que son perfectamente posibles.

—¿Qué habría que hacer para concienciar a la sociedad?

—Los ecologistas tenemos el reto de dibujar un futuro en el que la sostenibilidad no sea un castigo, sino una posibilidad para vivir mejor en muchísimos aspectos. Y se puede hacer así. Ese es uno de los grandes retos que tenemos. Que la gente sea capaz de ilusionarse con la transición ecológica y no verla como un problema o una carga.

—Pero da la impresión de que la responsabilidad de salvar el mundo es individual, de cada uno... Casi se le exige más al ciudadano que a la industria.

—La transición ecológica la hemos empezado tarde y la estamos haciendo mal. Porque para que funcione tiene que ser justa. Y no somos capaces de lograr que aquellos que tienen una mayor responsabilidad asuman también un esfuerzo mayor. Pero también es verdad que en los últimos cinco o seis años ha habido un avance muy importante en muchos aspectos, que anima a pensar en el futuro con cierto optimismo, siempre y cuando sepamos hacer las cosas bien. Y ahí hay que insistir en que la transición ecológica tiene que ser el eje vertebrador de todas las políticas y para que pueda funcionar, tiene que ser socialmente justa.

—¿Crees que los políticos están a la altura del reto que se plantea?

—Hay algunos que sí y algunos que no. Los que no son aquellos que abrazan el negacionismo científico. Y se inventan ideas disparatadas sobre conspiraciones y cosas así.

—El transporte público es una forma de reducir la contaminación, pero si lo que consigo usándolo es perder más tiempo y esfuerzo del que dispongo...

—La transición ecológica no va de héroes haciendo sacrificios individuales inmensos. Se trata de instituciones y de políticas públicas. Si una persona usa el transporte público y la penalizas hasta el punto de que pierde dos o tres horas de su día, pues no lo va a usar. Por tanto, tenemos una responsabilidad política y pública de hacer una inversión histórica en transporte público en todas las regiones de nuestro país, para que no solo Madrid, Barcelona y Bilbao sean lugares privilegiados. Pero eso cuesta dinero. Por eso digo que es necesario redistribuir la riqueza para facilitar la transición ecológica a todas las personas. Tiene que ser algo fácil. Y eso se consigue con políticas públicas masivas.

—¿Qué otros aspectos deberíamos también cambiar?

—Tenemos que pensar en rehabilitar nuestros edificios, que son sumideros energéticos. También en producir en una escala un poco más cercana. No hace falta ser tan dependientes de un mercado global. Tenemos que incidir también en un cambio del sector primario hacia técnicas agroecológicas, de regeneración de suelos, etcétera. Y necesitamos una reconversión industrial para producir los elementos que hacen falta para la transición en nuestro país, reciclar los minerales críticos y desarrollar diferentes tecnologías que nos van a hacer falta. Y luego también la dimensión social, facilitar la transición a todas las personas. Necesitamos ampliar el estado de bienestar en clave de seguridad climática. La gente no puede sentirse frágil ante la siguiente tormenta o el siguiente evento meteorológico extremo. Tenemos que dibujar un futuro donde podamos vivir mejor siendo sociedades sostenibles. Por ejemplo, con la reducción de la jornada laboral.

—El teletrabajo se implantó en la pandemia, pero ahora es algo excepcional en muchas empresas.

—Eso ha sido un paso atrás que debería corregirse. Con la pandemia se demostró que funcionaba y los beneficios son muy positivos en muchos aspectos, no solo en la cuestión ambiental, sino también en cuestiones de conciliación, etcétera. Es verdad que no todos los sectores pueden funcionar con teletrabajo, pero en aquellos que sea posible, deberíamos avanzar hacia una regulación que lo convirtiese en norma y no en una excepción.

—El Ártico en el 2030 no tendrá hielo en verano.

—Es una de las estimaciones que se han hecho últimamente y es posible si seguimos la trayectoria actual. Sería muy mal síntoma de que no estamos sabiendo corregir la trayectoria que nos puede llevar al desastre. Por tanto, toca ponernos las pilas para evitar que suceda. En general, toda la cuestión climática va a poner contra las cuerdas nuestro sistema alimentario. Ya lo está haciendo con la sequía. En el mejor de los casos tendremos que enfrentarnos a alimentos más caros, con todo lo que eso tiene de empuje inflacionario. Y en el peor de los casos podemos enfrentarnos a situaciones de escasez, que son muy peligrosas. Eso en cuanto a la cuestión de los alimentos, pero además el cambio climático va a hacer que se multipliquen los fenómenos climáticos extremos. Y si no tomamos medidas, lo que va a suceder es que nos empobreceremos como país. Y eso está mucho más cerca que la foto del oso polar.

—¿Andalucía, por ejemplo, puede llegar a convertirse en un desierto?

—Es más allá de la mitad sur. Lo que nos indican los informes científicos es que tres cuartas partes de nuestro país, es decir, el 75 % de nuestro país está en riesgo de desertificación, de convertirse en un desierto. El divulgador climático Javi Peña lo dijo hace unos días, ese es el gran reto histórico de nuestro país. Tenemos que ser el país que frena el desierto porque estamos amenazados. Ese es el elemento central que debería condicionar todas y cada una de nuestras políticas, por sus implicaciones sociales, económicas y políticas.

—¿Va a haber guerra del agua?

—Bueno, el agua ya es un elemento que incentiva conflictos en muchos lugares del mundo. Probablemente, el cambio climático incremente los riesgos de conflictos por el auga, que ya existen. Pero es evidente que el agua va a tener un peso más central en un mundo más caliente.