Juan Luis Arsuaga: «El orgasmo femenino de nuestra especie es excepcional»

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Carlos Ruiz

«En contra de Darwin, yo creo que las hembras han seleccionado a los machos que les proporcionaban más placer», señala Arsuaga, que apunta que un día de playa es el Paleolítico: «Ahí ves cómo nos comportamos socialmente los humanos»

05 jun 2023 . Actualizado a las 13:00 h.

Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) es un pozo de sabiduría, pero también una caja llena de sorpresas. De modo que nada más empezar a charlar de su nuevo libro, Nuestro cuerpo, hace una acotación para reivindicar la figura de Álvaro Cunqueiro: «Me parece mucho mejor escritor que García Márquez, cuando leí Cien años de soledad yo ya había visto que eso del realismo mágico estaba inventado por Cunqueiro, es un autor enorme que tenía que estar situado como uno de los mejores de la literatura del siglo XX». Así que ya se pueden imaginar que conversar con el paleontólogo que descubrió Atapuerca es una lección de vida, pero también una oportunidad para abrirse a la carcajada, porque en ese epicureísmo que él lleva como filosofía, la felicidad se asoma cada dos frases que pronuncia, por eso acabamos hablando de Cádiz, de sus playas, y del Puerto de Santa María donde él tiene el placer de veranear.

—En el libro haces un repaso por la anatomía humana y nos cuentas que los glúteos están ahí para mantenernos en cuclillas. ¿Era nuestra posición habitual de descanso?

—Esa es una de sus funciones, pero tiene otras. Si te fijas, ahora hay una obsesión por el culo, no hay más que ir a un gimnasio y ya te das cuentas. Entras y ves a cuarenta personas haciendo sentadillas como locas. La pregunta es por qué se machacan con eso en lugar de jugar al tenis, por ejemplo. Es una novedad. Las sentadillas las hacen porque favorecen el culo. Y de ahí sacamos dos lecciones: las sentadillas son buenas para el glúteo mayor y el cuádriceps, porque hacen que nos levantemos desde la posición de cuclillas, y la segunda, que a la gente le preocupa mucho su culo. Luego, claro, leemos a Aristóteles y él nos descubre que somos la única especie que tiene culo. Y dices: «Caray». Y también ves el Diadúmeno, de Policleto, y todo lo que esculpían los griegos y también observas que el culo importaba mucho.

—Siempre importó, no solo el de las Kardashian...

—Hay culos y culos. ¡Yo me quedo con el de las estatuas griegas del Prado! [Risas]. El ideal clásico, que no operado, es el que está en el Museo del Prado, con ese yo creo que todos nos conformaríamos. No me importaría a mí tener el culo del Diadúmeno. Pero vas tirando del hilo, te vas haciendo preguntas y ya ves otras cosas, como que el culo vale para todo, por ejemplo, para levantarse de las cuclillas, si tú eres una cazadora recolectora. Para nosotros ha sido fundamental, porque permite agacharte, ponerte de cuclillas y luego levantarte. Y eso es muy importante, si te vas a dedicar a la recolección.

—El culo, nos enseñas, tiene también una función sexual.

—Sí, el culo es importante en la atracción.

—¿Para las hembras y para los machos, para ambos?

—Sí. Darwin decía que la selección sexual a veces produce rasgos que son característicos de uno de los dos sexos, por ejemplo, las mamas abultadas, que solo se encuentran en las hembras. O la barba, que solo tienen los hombres. Pero hay otros rasgos que también hacen atractivos a los dos sexos y el culo es uno de ellos.

Carlos Ruiz

—Ya que estamos hablando de culos, cuentas también que el tamaño del pene importa, no por el largo, como podríamos pensar, sino por el grosor.

—Exactamente. Este es un ejemplo de que queda todo por estudiar. Date cuenta de que el cuerpo humano empezó a investigarse en el siglo XVI y siguen quedando muchas cosas pendientes, sobre todo de anatomía comparada. El pene humano no es ni grande ni pequeño, porque, como decía Groucho Marx: «¿Comparado con qué? [Risas]». El pene humano no es largo, es el que nos corresponde por nuestro tamaño del cuerpo, pero sí es grueso y con un glande con una forma voluminosa. De largo, el pene humano es un tercio más largo que la vagina, así que, en consecuencia, la longitud no importa, porque en la gran mayoría de los casos el pene es más largo que la vagina.

—Llegar llega de sobra.

—Sí. Llega llega, pero el grosor sí importa, porque ese grosor ha sido seleccionado. Y en este punto empiezan las preguntas, aunque lo que nos faltan son datos. Uno podría pensar que el pene es grueso porque la vagina es ancha, pero no tenemos datos de vaginas de primates, con lo cual no podemos compararlas con las hembras de otras especies. Pero la vagina podría ser ancha también porque se pare a un niño con una cabeza muy grande... En este sentido, mi postura es feminista, aunque no sé si utilizar ese término.

«El tamaño del pene importa, no por largo, sino por el grosor»

—Sí, sí, es feminista, porque tú dices que los machos no seleccionaron a las hembras, sino que fue al revés, ¿no?

—Yo creo que el orgasmo femenino y el placer en la cópula de nuestra especie es excepcional. Es una conquista femenina de nuestra especie. Mi hipótesis es que las hembras de nuestra especie han seleccionado a los machos que les proporcionaban más placer.

 —Porque las hembras repetían con el mismo macho...

—Claro, porque tú te preguntas: «¿Cómo sabía una mujer de entonces que un pene grueso le iba a dar más placer?». Las hembras de nuestra especie, a diferencia de otras, como las de los chimpancés, no anuncian su ovulación, por eso su probabilidad de quedarse embarazadas a la primera, aunque existe, es baja. Y en consecuencia, pueden repetir el coito, es decir, pueden experimentar en sus propias carnes que el grosor del pene tiene que ver con el placer. Nuestra especie tiene el pene más grueso que nuestros antepasados, presuntamente. Pero dentro de una especie hay muy poca variación.

«Las hembras de una nuestra especie han seleccionado machos pacíficos»

 —Tú, en este aspecto, estás en contra de Darwin.

—Por descontado. Pero a mí me interesa más el tema de la violencia. Imaginemos el planteamiento de Darwin: él decía que las mujeres son el sexo bello, un sexo más adornado. En los pavos reales, por ejemplo, el sexo bello son los machos. Pues bien, Darwin lo pensaba por rasgos como el pecho de las mujeres que, según él, tienen la función de atraer. Así, él expresaba que los machos se pelean por las hembras más atractivas. Pero si esto fuera así, ¿qué sociedad tendríamos después de años y años de evolución? Pues una especie en la que las mujeres serían pasivas y se mostrarían bellas para ser elegidas. Pero lo más importante, sería una especie con unos machos muy agresivos que se pelearían entre ellos para tener a esas hembras. No sería una sociedad cooperativa, como es la especie humana. Y para mí, el mejor ejemplo de la sociedad que somos se ve en un día de playa. Una playa es el Paleolítico.

—¡En una playa de Cádiz, dices tú!

—Ja, ja, ja. Porque yo veraneo allí y lo veo. En la playa tú no ves a unos machos luchando entre ellos. Sino que los ves jugando con los niños con el cubito. Además, en Cádiz es mejor todavía porque llegan y montan todo un campamento, comen en la playa, y de ese modo observas todo el comportamiento social de la tribu. ¿Vemos a unos machos peleándose? No, los machos son, por lo general, gordos, y están sentados en la silla tomándose una cerveza, ja, ja. Nos parecerá bien o mal, pero son unos machos pacíficos. Y yo digo: «¿Cómo se ha llegado a este modelo de sociedad?». Desde luego, por el procedimiento de Darwin, no. [Risas] Tiene que ser al revés: son las hembras las que han seleccionado a estos machos, que finalmente han acabado debajo de la sombrilla sentados en la silla, ja, ja, ja. Yo los veo bastante cooperativos, están con la crianza, con los niños...

—¿Esto va a ir a más? ¿Vamos a seguir seleccionando a machos todavía más pacíficos?

—No sé dentro de un millón de años, porque esto va muy, muy lento...

—Desde el punto de vista biológico, ¿han evolucionado más los machos o las hembras? ¿O no hay diferencias?

—Somos iguales en todo, porque lo que evolucionan son las especies. Eso sí, nosotros somos una de las especies de mamíferos con menos variación genética, aunque parezca lo contrario. Tú ves a los leones y te parecen todos iguales frente a los humanos. Pero eso de que somos muy diferentes es un tópico, lo que se ha visto es que somos una de las especies menos diversas, lo digo para todos esos que son racistas. El racismo es vomitivo, es aberrante. Así que esa gente debería saber que estamos en el top de las especies con menos variación genética, porque el Homo sapiens es una especie muy joven, no nos ha dado tiempo a diferenciarnos.

«Lo normal es ser negro, lo raro, lo extraño es ser blanco»

—¿El «Homo sapiens» era racista con otras especies?

—El concepto de racismo es moderno. Lo que somos es muy tribales, muy cooperativos dentro del grupo y excluyentes o poco tolerantes con el que es de otra parroquia. Tendemos a desconfiar de las otras tribus. Pero eso tiene fácil solución: solo hay que ampliar el tamaño de la tribu.

—Para curar el racismo vale esa frase tuya: «Lo normal es ser negro».

—Por descontado. Los blancos somos muy raros, somos anormales, extraños. Eso se debe a que venimos de África y necesitamos vitamina D para formar los huesos. Como en origen tenemos la piel negra, tenemos un problema si vivimos en latitudes que no son las nuestras.

—Primero teníamos pelo, se nos cayó y nos hicimos negros. ¿Es así?

—Literalmente así. Nosotros, cuando perdimos el pelo, nos tuvimos que hacer negros, en África, y luego, cuando salimos de África, depende: unos nos hemos hecho blancos en estas latitudes, pero la gente del sur de Asia o de zonas tropicales mantienen el color de piel adecuado, que es el oscuro.

—¿El beso es cultural?

—El beso sí es cultural, pero no el contacto físico. El beso erótico, de Hollywood, parece que es cultural. Otra cosa es el contacto físico, porque claro que las madres besan a sus hijos en la boca. Además, en muchas culturas y por supuesto en el pasado no había potitos en frascos de cristal y la comida se la pasaban triturada las madres a los hijos por la boca como un beso.

—¿El beso no formaba parte del propio acto sexual?

—En el acto sexual todos los besos son válidos, besar es una cuestión de cariño. Pero si te fijas, la gente que tiene un sexo muy mecánico no se besa. La especie humana, si nos comparamos con los chimpancés, tiene los labios hacia fuera. Un chimpancé, sin embargo, tiene los labios finos, el labio está oculto. Y yo creo que nuestro labio para fuera es para besar. Pero el beso de Hollywood, el de tornillo, ese sí es cultural.

—Lo que dice Darwin es que eso de sonrojarnos nos hace únicos.

—Es verdad. Somos los únicos que nos ponemos rojos, y eso es un problema, porque nos delata. En general, tendemos a controlar nuestras emociones, sin embargo, eso no lo podemos evitar.

—Hemos nacido para correr y nos pasamos el día sentados, ¿cómo nos afectará?

—¡Nos afecta! Pero los niños no paran de correr, si te fijas. La prueba es evidente, se llama Camino de Santiago, no conozco a ninguna especie que se pegue esos paseos. Pero el sedentarismo nos afecta a la salud, estar sentado es malísimo, descansar todo el peso en la parte lumbar de la columna es terrible. Lo ves cuando pasamos mucho tiempo sentados y cuando nos levantamos, ponemos las manos a la altura de los riñones. Todos nuestros problemas actuales tienen que ver con el conflicto entre nuestros genes —nuestro diseño biológico— y el tipo de vida que llevamos. Muchas de las enfermedades que tenemos son por malos hábitos: desde la alimentación hasta enfermedades mentales, con esa vida de estrés... Yo siempre doy algún consejo, pero el primero es: «¡No se lleve la silla a la playa! Eso no es bueno».

—Como dices tú: en el Paleolítico todo estaba bien, pero con el Neolítico «se jodió todo», ja, ja, ja.

—Sí, nos hicimos sedentarios y la alimentación fue mucho peor. Muchas enfermedades están asociadas con la actividad del Neolítico, la de los agricultores, esos movimientos no son nada naturales.

—¿En el Paleolítico eran tan listos como nosotros o más?

—Eran igual de listos, digo yo que los de Altamira no estaban mal... Tenían el cerebro más grande que nosotros, pero vivían de otra manera.

—¿Somos una especie poco promiscua, tendemos a emparejarnos?

—¿Comparada con qué? No, lo que pasa es que a los niños tenemos que cuidarlos muchos años. Entonces se requiere la colaboración del padre y la madre, y eso hace que en la foto fija, si volvemos a la playa, no veamos mucha promiscuidad. En la vida normal no hay una promiscuidad brutal, y, en general, se puede describir a la especie humana como monógama. Eso no quiere decir que tengamos una monogamia estricta, la vida es muy larga. Pero yo insisto en la playa: si hay un niño pequeño, observas, y detrás están el padre y la madre pendientes de que no se meta en el agua.

—Eso sí, hemos alargado el coito...

—Sí, el coito de un chimpancé puede durar dos segundos, y el cortejo, otros dos. Comparado con eso, nuestro coito es largo, y puede llegar a ser muy largo. El coito humano, con todas las fases, es bastante más largo y placentero.

—¿Qué tiene Etiopía, que todo se descubre allí?

—Es un país maravilloso, milenario, con una cultura escrita antiquísima. Yo he excavado allí; y es, además, un país muy variado ecológicamente, es una de las fuentes del Nilo. Dentro de lo que es el África subsahariana es el país, de largo, más interesante.