¿Cómo ligan los gallegos? «Si me apetece liarme con alguien, lo hago y punto; no me quedo con las ganas»

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JOSE PARDO

Son de tres generaciones distintas. Iria, Katy y César, de 25, 53 y 83 años, respectivamente, nos cuentan su experiencia en su etapa de soltería

03 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Iria es una ferrolana que, a sus 25 años, lo tiene claro: lo más importante para ella es ella misma. Por eso, cuando conoce a alguien, le deja las cosas bien claras acerca de lo que busca.

Ya pasaron de moda los cuentos de Disney en los que el príncipe le promete amor eterno a la princesa. Un beso que te despierta del sueño eterno no te hace propiedad de nadie. «Una verdad a tiempo duele menos que una vieja mentira», apunta la joven. Así que, por mucho tiempo que lleve quedando con alguna persona, aunque no se haya oficializado la relación, ante todo tiene que existir respeto entre ambos. «Incluso si lo que tenemos no llega a ningún sitio, para mí lo más importante a la hora de conocer a alguien es que exista una buena comunicación», afirma. Es decir, que antes de tener cualquier tipo de relación amorosa lo mejor es hablar acerca de las intenciones que se tienen respecto al otro: si busca solo sexo o si está dispuesto a abrirse a ti.

Se ha llegado a un punto en el que no queda claro si es que se ponen demasiadas etiquetas o que casi han desaparecido. Iria cree que antes de ser novios existe el «nos estamos conociendo». Y, asegura, que eso ya dice mucho sobre el tipo de relación sentimental que se tiene. Ya que estás confirmando que existe una responsabilidad afectiva entre la pareja. Sin embargo, añade que eso va dentro de cada uno. «Ser leal es más importante que ser fiel, si no se da lo primero, es imposible que se dé lo segundo», cuenta.

Iria, a su edad, ya ha pasado por dos relaciones. La última de casi cinco años. Por eso, cuando salió de nuevo al mercado, se topó con un panorama muy diferente al que existía cuando era adolescente. Ella sabía lo que era Tinder porque todas sus amigas lo tenían, pero claro, era algo muy diferente al Tuenti, al que estaba acostumbrada. «En esta red social de niños lo que se llevaba era chatear con unos cuantos, y cuando te cansabas de uno, pasabas a otro», afirma. Aunque reconoce que Tinder no es muy diferente. «Es la mejor forma de ligar, y más, si lo que quieres es vivir emociones fuertes, porque nunca sabes cómo te va a salir», añade. Normalmente se trata de alguien que no conoces de nada. Pero si algo caracteriza a estas generaciones es que les encanta vivir aventuras y correr riesgos. De ahí que piense que por mucho que antes hayas chateado, con una red social como esta, es imposible anticiparse a los hechos. «Todo el mundo saca su mejor lado en internet», comenta.

«Yo no sé ligar, soy yo misma y punto. Creo que poca gente es tan directa como yo»

Mucha gente ha encontrado el amor en aplicaciones como esta. Es el caso de la mejor amiga de Iria, que del match, en poco tiempo, se plantó en el altar. Podría decirse que vivió un capítulo de Black Mirror. Pero, como esta joven, son otros muchos los que encuentran a través de esta aplicación a su media naranja. Sin embargo, a Iria a veces se le complica el asunto. «Yo no sé ligar, soy yo misma y punto. Creo que poca gente es tan directa como yo», asegura. Ella pasa de las típicas respuestas de los que llama «los machitos»; «son los que te inician la conversación con frases como: ‘¡Qué guapa eres!', ‘¡ey!', o un simple emoticono de una berenjena acompañado del de las gotas de agua». Porque, en opinión de Iria, si algo le ha gustado siempre a las mujeres, es un elogio bien trabajado. «Lo que viene siendo una frase ingeniosa que no tiene por qué hacer referencia solo al físico», explica.

Es un diez pero...

«Yo tardo un tiempo largo hasta que por fin me decido a quedar con una persona», comenta Iria. Cuando Tinder termina con su labor de celestina, es el momento de ver a esa persona que te llevas trabajando unas cuantas semanas. Eso es lo que tardan los jóvenes en ganar cierta confianza con el match. Eso sí, Iria afirma que antes de encontrarse con alguien no tarda en reunir a su equipo de investigación, es decir, a sus amigas, y sacar información de debajo de las piedras sobre su cita. «De esta forma te puedes crear una idea de quién es el que está realmente detrás de la pantalla», indica.

«Si le habla bien al camarero, es de fiar»

Y en esa investigación, poco les falta para conocer el grupo sanguíneo del objeto de estudio. Superada esta fase, es entonces el momento de tener el primer contacto físico. «Casi siempre quedamos en un bar, porque no sabes en principio a quién te vas a encontrar», comenta Iria. Para ella es un buen lugar para darse cuenta de si se trata de una buena persona. «Si le habla bien al camarero, es de fiar», apostilla.

De hecho, una frase que está ahora de moda entre los jóvenes es la de: «Es un diez, pero...». Y a continuación añades un rasgo negativo de esa persona que le hace bajar la puntuación. En el caso de Iria sería: «Es un diez, pero trata mal al camarero».

«Te saltas el chatear»

Dicho así, parece que Tinder es una especie de LinkedIn en el que primero te contactan y luego pasas a la entrevista. Lo cierto es que no hay mucha diferencia respecto a cuando te besas con alguien de fiesta. «En este caso, te saltas el proceso de chatear. A mí si me apetece liarme con alguien en una discoteca lo hago y punto, no sirve de nada quedarse con las ganas», señala. Pero eso no quita, que si te interesa esa persona, luego no le hagas un análisis para «saber de qué palo va», añade.

Pero Iria no apuesta todas sus cartas a las redes sociales ni a la seguridad en ti mismo que te dan las copas de la discoteca. «El amor de tu vida te lo puedes encontrar tanto en el trabajo como en el Mercadona, aunque a estas alturas, enamorarme me parecen palabras mayores», comenta.

Iria posa con su abuelo, César, en Ferrol
Iria posa con su abuelo, César, en Ferrol JOSE PARDO

Sin embargo, por mucho que los tiempos de ahora hayan cambiado con respecto a antes, la promiscuidad sigue generando debate. «El valor de las personas no se mide por la cantidad de chicos con los que te hayas liado», asegura Iria. Para ella el concepto de ser una chica fácil o difícil ha pasado a la historia. «De hecho, si un chico te rechaza por tu pasado, desde mi punto de vista son inseguridades suyas», afirma.

Aun así, Iria se lleva muy bien con su abuelo (que cuenta su particular historia posteriormente). A pesar de la diferencia de edad, aprenden el uno del otro. Él le cuenta sus anécdotas de cuando era joven, y ella le pone al día acerca de cómo han cambiado las cosas. Sin embargo, reconoce que no puede ni plantearse vivir en un mundo como el de su abuelo, porque ella ha crecido con una educación más avanzada del feminismo. Un mundo en el que las mujeres no dependen de los hombres para todo: «Para mi abuelo su mayor ilusión era cumplir con la sociedad, es decir, casarse al terminar la mili». Mientras que para Iria primero hay que vivir la vida y ya luego, cuando encuentres el amor, casarte. Pero lo segundo no lo ve como lo primordial para ser feliz: «Hoy tienes a tu pareja, pero igual mañana no». De ahí, que, en su opinión, la idea del amor eterno se haya quedado obsoleta para los más jóvenes. Ellos, como Iria, prefieren vivir al día.

Katy: «Con 50 años abrí Tinder y decidí pasar de los hombres»

Katy en primer término, con su pareja, Susi, a la que conoció por Tinder hace un año
Katy en primer término, con su pareja, Susi, a la que conoció por Tinder hace un año Marcos Míguez

Cuando se llega a una edad entre los 40 y los 50 uno ya no busca ataduras. Pero si te lo ponen en bandeja, como hace Tinder, el amor te llega cuando menos te lo esperas. Esto lo saben muy bien Katy y Susi, dos ferrolanas de 51 y 53 años, que sin verlo venir hicieron match en esta aplicación de citas. «Tinder sirve para encontrar sin tener que buscar. Y es que, con mi edad, ya da pereza conocer a gente», asegura Susi. Sin embargo, nadie se puede resistir a las facilidades que te aporta esta red social de citas. De hecho, Katy se la instaló por presión social. Todas sus amigas la tenían. Y ya de perdidos al río, cuando Tinder le preguntó qué género buscaba, no dudó en ampliar el espectro y marcar la casilla de mujeres. «Había perdido la esperanza en los hombres después de pasar por largas relaciones con estos en los últimos años», reconoce Katy. Así que, por primera vez en su vida, decidió dejar de lado sus prejuicios y lanzarse a buscar a su futura novia.

Pero que sea fácil encontrar ahí pareja no significa que todo el mundo sepa cómo funciona. Elegir la foto de perfil en la que mejor salgas es algo que ya se da por supuesto. Sin embargo, cuando la aplicación te facilita las instrucciones de cómo se selecciona a la gente es como cuando empiezas a montar un mueble de Ikea, las instrucciones te las saltas. Por eso, cuando Katy se metió a indagar en la app, le dio la oportunidad de hablarle a muchos de sus pretendientes, y a la mayoría sin que le gustaran siquiera. «Yo estaba supercontenta porque tenía un montón de matches, pero luego me di cuenta de que era porque si deslizas el dedo hacia la derecha, significa que te gusta ese perfil, y si lo deslizas hacia la izquierda, lo descartas. Y claro, yo aceptaba a todo el mundo porque me pensaba que era una especie de catálogo», explica.

Así fue, que entre ese mar de pretendientes coincidiera con su ahora novia. Y bendita casualidad. «Porque de no haber sido por la personalidad echada pa'lante de Susi, yo no hubiera tenido agallas para hablarle», apunta Katy. A todo esto, cabe matizar que, aunque Tinder te lo ponga todo muy fácil, si uno de los dos no da el paso de entablar una conversación, ahí la aplicación ya no puede entrometerse. Siempre tiene que existir una persona que lance la primera piedra, y eso puede resultar un problema si los dos son igual de tímidos. Pero menos mal que Susi tan solo se resistía a la idea de tener una relación. Si algo tenía claro era que ella no estaba en Tinder para buscar el amor, aclara. «Se hacía la dura», matiza Katy.

«Yo en estas aplicaciones no me fío de nadie»

Aunque a la pareja eso de andar chateando no les gusta: «Ahí es donde nos diferenciamos de la juventud de ahora». Rápido pasaron de escribirse a escucharse. Enganchadas al teléfono como adolescentes empezaron a crecer las ganas de conocerse en persona. Sin embargo, Katy indica que nunca hubiera quedado con ella de no ser porque tenían una conocida en común. «Yo en estas aplicaciones no me fío de nadie, todo el mundo parece MacGyver, son empresarios de éxito y practican deportes de riesgo», asegura. Así que tras la aprobación de su amiga, Katy y Susi quedaron después de una semana de eternas llamadas telefónicas.

Mejor el cara a cara

¿Y dónde quedaron? «Pues en el bar, como siempre», apunta Katy. «Y ya después del bar, no nos volvimos a separar», subraya Susi. De hecho, comentan que ya esa misma noche se «liaron». Y de esto hace ya un año.

Este es el claro ejemplo de que los móviles marcaron un antes y un después en las relaciones amorosas. Y la pareja ha sido partícipe del cambio. Pero ambas aseguran echar de menos la forma de ligar de antes. Los juegos de miradas son lo que más extrañan. Y es que ya lo dice el dicho «la cara es el espejo del alma». Para ellas la mejor forma de ligar eran las discotecas. «La química entre dos personas surgía tras ese cruce de miradas furtivas», afirman. Pero, claro, comentan que si querías volver a ver a ese pretendiente tenías que dar o bien tu número de teléfono fijo o tener la suerte de que teníais amigos en común. Katy la primera de las opciones la descartaba. «Si te llamaban y lo cogía tu madre se encargaba de hacerle el tercer grado de interrogatorio a cualquier persona que estuviera al otro lado del teléfono. ¿Quién eres? ¿Qué quieres con mi hija? ¿A qué te dedicas?», señala.

Así que lo que hacían, cuentan, era quedar en un sitio, y de noche se escapaban de casa sin decir nada a sus padres. Eso sí, tenían que esperar a que llegara el fin de semana. «De jóvenes nos pasábamos toda la semana esperando a que llegara el viernes para ver a nuestro amado o amada», argumenta Susi.

Dicho esto, se entiende que las discotecas siempre han sido el mejor sitio para conocer a gente. Pero lo que ahora es el perreo, antes eran «las lentas», es decir, cuando sonaban las canciones románticas. Explica la pareja, que era algo típico de los ochenta en Ferrol. Y que, como bien dice la palabra, se bailaba de forma lenta y con los cuerpos entrelazados como requisito fundamental. El problema era que solo bailabas si alguien te invitaba a hacerlo, y no siempre tenías la suerte de que fuera el que te gustaba.

 Los tiempos cambian

Sin embargo, en aquellos tiempos, eran los chicos los que sacaban a las chicas a bailar. «Ellas a ellos nunca, y mucho menos entre ellas», declara Susi, que siempre sintió más atracción por las mujeres. Por eso, en opinión de Katy, «a pesar de que la forma de socializar se basara en los cruces de miradas, o en esperar al fin de semana para ver al que te gusta, lo cierto es que, la libertad que tenemos ahora no tiene nada que envidiar a los tiempos de nuestra juventud».

«El amor también está en la calle»

En conclusión, tanto Susi como Katy están convencidas de que no hay nada más importante que «el tú a tú». Tampoco afirman que las redes sociales hayan sido el fin del contacto físico. Pero no hay nada como estar frente a frente con alguien. Por eso, confiesan que aprovechan «la sesión vermú» para socializar. Aunque ellas estén felizmente enamoradas, creen que es la mejor forma de conocer gente nueva. Ya que también creen que existen pocos lugares de ocio para que la gente de su edad se reúna para bailar. «Casi todas las discotecas que hay, por lo menos en la zona de Ferrol, son para adolescentes y personas de otras generaciones más jóvenes», consideran. Así que la pareja anima a que el resto de la gente de su generación se abra a buscar otras opciones a la hora de encontrar el amor, no todo es Tinder. «El amor también está en la calle, o como dicen, a la vuelta de la esquina». Aunque, si te da pereza, entonces sí, hazte Tinder.

 César, 83 años y 50 casado: «Antes se ligaba en el baile, ahí se iba a lo que se iba»

JOSE PARDO

César lo tiene claro. Este ferrolano de 83 años no podría enfrentarse a la soltería de ahora. Acaba de celebrar las bodas de oro con su amada esposa, y está convencido de que se lo debe a sus grandes dotes de conquista.

Conoció a Chus en los bailes que se celebraban los fines de semana en el parque municipal de Ferrol. «Ahí se iba a lo que se iba», reconoce César. En cuanto la vio supo que no la podía dejar escapar. Cuenta que en esa época sabías que le interesabas a una joven si se arrimaba bailando. Entre los amigos se decían: «Esa se da». Entonces, en el momento en el que César y Chus cruzaron sus miradas ya se sabía que esa sí que se daba. Y, como si de un pavo real se tratase, sacó las plumas y empezó el baile de la seducción. Dice César que tan solo tenías unos minutos para poner a prueba esa labia que ya te venía de serie. «Ahí era cuando ponías a relucir el piquito de oro», apunta.

Confiesa que en ese primer acercamiento ya le dijo que iba a ser la madre de sus futuros hijos. Todo muy de película. Y no se equivocaba, 50 años después tienen dos hijos en común, e incluso nietos a los que poder contar su historia. Pero por mucha retórica que se tuviera, es la mirada la que siempre habla. «Lo que me llamó la atención de ella fueron sus ojos», afirma César, que confiesa que lo que realmente le terminó de enamorar fue su sonrisa, «que hablaba por sí sola», aunque, para qué mentir, también le atrajo «el que fuera calladita». En esos años se exigía que una mujer guardara la compostura. Para empezar, era impensable verla sentada en un bar, y mucho menos fumando o bebiendo. No le convence que actualmente haya más libertinaje a la hora de tener una relación. «Antes había que trabajárselo más, por eso ya buscabas que estuviera dispuesta a un compromiso seguro», comenta. «Por eso las relaciones de ahora están destinadas al fracaso», apunta. En otras palabras, en los sesenta no se planteaba lo de «primero lo hacemos y luego ya vemos», como dicen los Javis, directores de cine. De hecho, la idea de la soltería estaba mal vista. El único plan de vida que existía era que, después de la mili, te tenías que casar. Por eso, los bailes eran como una «cacería», tanto para los hombres como para las mujeres. «Entre los amigos teníamos la broma de a ver quién bailaba más. Al igual que ellas, que coqueteaban con unos y con otros para poder luego decidir», señala César.

Quedar a solas

Pero eso cambió cuando se topó con su esposa. Cuenta César que en las primeras citas nunca quedaban a solas. Lo normal en aquel entonces era que cada uno quedara con su grupo de amigos, y luego se unieran. Juntos, pero no revueltos. Dice que «ellas siempre llevaban a sus amigas como escoltas». No sabías que se trataba de una relación seria hasta que «te dejaba acompañarla hasta el portal, ni siquiera sabías dónde vivía, aunque ya llevaras un tiempo quedando». Hasta ese momento, solo se hacían planes con otras parejas, o bien para ir a la playa, o incluso para algo tan simple como ir a dar un paseo. Todo era siempre con supervisión. Hasta que Chus cumplió los 21 años y César los 23, que entonces les llegó el momento de casarse. Ya que en esa época, y con esa edad, si no lo hacías, se te pasaba el arroz. De hecho, era tanta la demanda para pasar por el altar que tuvieron que formalizar su relación un domingo porque todos los sábados estaban solicitados. «Hubo una temporada en la que todos los fines de semana se te casaba un amigo diferente», señala. Y dado que la soltería estaba tan mal vista, te tenías que dar prisa si querías guardar las apariencias. Y era obvio que lo que tenían César y Chus estaba más que afianzado. Al fin y al cabo, después de todas las citas que tuvieron que pasar en compañía, ya iba siendo hora de firmar el matrimonio y poder pasar tiempo a solas. Dicho y hecho, hasta el día de hoy no se han vuelto a separar y con la boca llena dicen «estar muy enamorados».

«Y si van con esas intenciones, si acaso, echamos un kiki y hasta luego»

Sin embargo, si en un hipotético caso César se quedara soltero, en los tiempos que corren todo sería diferente. Afirma que no dudaría en ir con pies de plomo a la hora de acercarse a alguna mujer. «Estudiaría la situación, y primero la invitaría a tomar un café para saber qué intenciones tiene». Ya que afirma que las mujeres de hoy en día son demasiado «descaradas». «Y si van con esas intenciones —asegura—, si acaso, echamos un kiki y hasta luego». Son conclusiones que saca de sus amigos que se han quedado viudos o que se han divorciado. Asegura que muchos se han vuelto a casar porque están desesperados. De ahí, que piense que la soltería es sinónimo de soledad.

Si hay un dicho que caracteriza a nuestros mayores es «que más sabe el diablo por viejo que por diablo». Por eso, César se atreve a aconsejar a su nieta, Iria, a la hora de encontrar el amor. Se considera una persona moderna que respeta que los tiempos hayan cambiado, por eso quiere lo mejor para ella, teniendo en cuenta que los métodos para ligar y las relaciones ya no son las mismas que antes. Sin embargo, lo que tiene claro es que para ella no quiere a un hombre que tan solo busque un «aquí te pillo, aquí te mato». Si alguien se acerca a su nieta tiene que ser para conocerla, independientemente de que busquen o no tener un compromiso. Y en todo caso, debe ser ella la que lo juzgue, sin que la familia se entrometa. Además, le resulta impensable «que no se lo curren», como hizo él con su abuela, aun cuando le salían rivales, que era algo que solía pasar. Cuenta que otros hombres se acercaban a decirle: «¡Qué novia tienes! Si no te das prisa te la robo». Y él, claro, no podía quedarse impotente.

Al parecer, eso de ligar, tanto ahora como antes, por lo que cuenta César, era y es algo así como los Juegos del hambre.