Agustín Álvarez, uno de los últimos jugueteros artesanos de España: «La tabla curva tiene algo, los niños se quedan enganchados a ella»

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Marcos Míguez

Junto a su socio, Marcos López, fabrican piezas únicas hechas a mano en su nave de Oleiros, que distribuyen por todo el país

29 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Suena paradójico, pero Agustín Álvarez, un vigués que lleva desde los 18 años afincado en A Coruña, es de los últimos jugueteros artesanos de España y podríamos decir, salvo que alguien más levante la mano, el único que queda en Galicia, a pesar de llevar apenas siete años en el sector. «Sí, es así, no los conozco a todos, pero los que yo conocía están desapareciendo. En Galicia no conozco a otra persona que haga un trabajo similar al mío», señala. Y esto se explica, según Agustín, en la dificultad para sobrevivir en este trabajo que, a pesar de ser «muy apetecible», se vuelve muy duro por momentos. «Sí, hay un bum de juguetes de madera que vienen del extranjero sobre todo, y por otro lado, hay mucha gente que empieza con proyectos, pero al cabo de un tiempo cierran sus negocios porque competir con producciones industriales es muy complicado. Nosotros distribuimos a jugueterías y tiendas de toda España, y aún el otro día le pregunté a una juguetería de Vigo, que es bastante grande, cuántos artesanos tenían de toda España, y me dijeron que solo nosotros», señala este arquitecto técnico, que hace siete años montó junto a su socio Habitar Las Formas, que además de contar con su propia tienda online, se puede encontrar en tiendas de todo el país.

 Ellos, señala, resisten gracias a que tienen un catálogo bastante amplio y si no es una pieza, es otra, pero «siempre están vendiendo». «Son trabajos que llevan mucho tiempo, se trabaja con las manos, la gente empieza porque es muy apetecible, pero tienes que competir en el mercado, y cuesta mucho mantenerse y llegar a final de mes, nosotros a veces nos lo planteamos. Siempre estamos vendiendo, pero a años luz de lo que necesitaríamos para decir que estamos consolidados».

No niega, de hecho lo confirma, que el bum de ciertas pedagogías como Montessori, Pikler o Waldorf, por este orden, han sido un gran revulsivo para el juguete artesano. A quién no le suena el arcoíris de Montessori, uno de los juguetes de madera que más se han popularizado en los últimos años. «Sí, hay mucha gente interesada, también detectamos que es algo que suena, que está bien, que desarrolla al niño, pero tampoco se profundiza mucho al respecto. Además, hay grandes empresas que cuentan con mucha gente que viene de fuera que se interesa por este tipo de pedagogías para sus hijos».

NECESIDAD DE JUGUETES

Él mismo hace años que se acercó así a una de ellas. A raíz del nacimiento de su hijo pequeño, se juntó con un grupo de padres, y formaron una iniciativa Waldorf en A Coruña. Profundizaron y desarrollaron un proyecto de la mano de dos profesoras, y poco a poco se fueron metiendo en este mundo, también en el de Montessori, y una vez dentro, vieron la necesidad de juguetes que había en estas dos pedagogías. Fue entonces cuando de la mano de Marcos López decidió poner en marcha este negocio, para el que no partían de cero. Los dos son hijos de carpinteros, de ebanistas, conocían muy bien el mundo de la madera, pero además la formación de cada uno —Marcos es diplomado en Artes y conoce y trabaja muy bien los materiales, y él es aparejador y aporta la parte más técnica— fue clave para un perfecto equilibrio. Empezaron con las tablas curvas, como la que él sostiene en la imagen, el juguete de madera estrella. «Yo siempre cuando alguien nos llama o va por nuestra tienda, y nos pide consejo, recomiendo la tabla curva; y si por su precio no pueden comprarla, el arcoíris, y todo el mundo de accesorios que tiene a su alrededor, porque tiene complementos para que los niños puedan generar sus propios micromundos».

La tabla curva es, sin duda, el juguete que más venden, y Agustín señala que tiene «algo» que atrapa a los más pequeños de la casa. «Es un juguete que les transmite algo. Hay bebés que todavía solo gatean, que se suben a la tabla, y algo les transmite porque no salen de ahí. O niños casi invidentes, esto nos lo han contado, que entran en una juguetería y se van directamente a ella. Se está trasladando el amor con el que nosotros hacemos las cosas, son piezas que, de alguna manera, las ves diferentes, que sean artesanas tiene algo que ver», apunta Agustín.

Es un oficio que requiere mucha implicación. Le dedican unas tres o cuatro horas a cada pieza, por ejemplo, al arcoíris, y de cada modelo suelen hacer una tirada de quince. Además del stock que tienen para la web, trabajan bajo pedido para otras jugueterías. «Si una tienda nos pide una cantidad importante, siempre nos faltan piezas», apunta. Hay modelos que son icónicos, como el arcoíris Waldorf que viene desde Estados Unidos desde hace muchísimos años, y cada juguetero personaliza en tamaño, dimensiones y colores —a ellos conseguir su paleta de 12 tonos les llevó casi dos años porque tienen que cumplir una serie de requisitos—, aunque también hay otros como la torre rosa de Montessori que, aunque es un clásico, no tiene mucha modificación posible, porque son diez piezas con unas medidas concretas, puede variar algo el tono del color entre uno hecho en Alemania, en Holanda o en España; y otros juguetes que son diseños exclusivos. Ellos diseñan, hacen prototipos, y sacan al mercado, normalmente cada mes de septiembre, para que las novedades estén listas de cara a la campaña de Navidad.

 DIFERENCIAS EVIDENTES

Una gran parte de las compras se hacen online, y a través de las fotografías en la web apenas se pueden percibir las diferencias entre los juguetes artesanos y los industriales, pero en mano son «evidentes» porque habelas hailas. «La textura es diferente, hay pequeñas imperfecciones que nosotros sí apreciamos, pero el comprador no, y también en la veta, en la pequeña veta que se ve a través de tu color. Cuando vienen de serie, vienen lacadas, absolutamente lijadas, lisas, notas que están hechas con una máquina, además se nota en el propio color», señala Agustín, que destaca como una de las grandes ventajas del juguete hecho a mano que pasa intacto de generación en generación. «Es mucho más duradero, yo cuando de casualidad voy a casa de mis amigos, o de clientes, veo algunas de nuestras piezas, que ya son casi de adorno, porque sus hijos han dejado de usarlas, y las tienen colocadas en un estante. Tienen una resistencia diferente a una pieza que está lacada, y que con el tiempo puede estar astillada, rallada...», explica este arquitecto técnico, que también se dedica a hacer obras de rehabilitación.

Son juguetes que no tienen edad, la tabla curva, por ejemplo, está indicada de 3 a 99 años, así que no hay razón para no seguir jugando.