Meteorólogo, profesión de riesgo

YES

Eduardo Briones | EUROPAPRESS

27 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La intolerancia a la frustración general, esa exigencia creciente por que la realidad se amolde a las necesidades individuales de cada uno, ha convertido a los meteorólogos en los últimos malvados. Su trabajo aplica la ciencia a una tarea esquiva, la de predecir qué tiempo va a hacer, pero el diapasón de las redes sociales y el activismo de los negacionistas climáticos los ha puesto en el paredón digital. Asesinos, os estamos vigilando, criminales, miserables, sicarios de la información al servicio del mal, lo pagaréis… Los hombres y mujeres del tiempo han decidido compartir qué tipo de amenazas reciben a diario, con picos insoportables cuando el pronóstico avanza sequía y las redes se llenan de tarados que miran al cielo para considerar las estelas de los aviones, una evidencia de que una mente criminal fumiga los cúmulos con tóxicos para frustrar la vocación del cielo por la lluvia.

En Galicia, al meteorólogo se le ha mirado siempre de reojo, sobre todo si el meteorólogo es madrileño y desoye la inclinación variable de nuestro clima y su resistencia a ser predicho. Nuestra identificación con la atmósfera es tan estrecha que Gabriel García Márquez llegó a registrar su estupor por la insistencia con la que nos disculpamos cuando a un visitante le pilla la lluvia, como si un orballo fuese un conjuro doméstico. Lo dejó escrito en la crónica de su visita a Compostela publicada por El País en mayo del 83 y que precisamente tituló Viendo llover en Santiago. En el texto decía: «A cada instante nos daban excusas por la lluvia. Ni siquiera ellos eran conscientes de que Galicia sin lluvia hubiera sido una desilusión, porque el suyo es un país mítico —mucho más de lo que los propios gallegos se lo imaginan— y en los países míticos nunca sale el sol».

En Galicia nos fiamos de nuestra agencia meteorológica, pendiente de los microclimas que tienden a infinito, hasta el punto de que si se contabilizaran todos, saldría uno por cada gallego. En Meteogalicia trabajó durante años un científico cubano, Lino Naranjo, que transmitía sus predicciones con un galego caribeño de Santa Clara delicioso y que en su retirada confesó en La Voz: «Para aprender meteorología de verdad hay que venir a Galicia. Aquí los cambios no son por días, son por horas». Para que luego los amenacen.