Azores, más cerca de Galicia de lo que piensas

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BRAIS SUÁREZ

A apenas dos horas desde Oporto, la isla de São Miguel, con su exuberante naturaleza tropical, pequeños pueblos costeros, lagos y baños termales, es una excelente opción de turismo activo

30 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Poco a poco, Oporto se convierte en la puerta de entrada a Europa para los gallegos. Es decir, para ir al norte y al este, a menudo compensa bajar hacia el sur y, desde allí, despegar. Pero ¿por qué no aprovechar el trayecto para seguir hacia el Atlántico? Desde los últimos diez años, el archipiélago de las Azores se fue transformando en un destino de turismo alternativo, impulsado por la oferta de vuelos económicos y por su posición privilegiada entre Europa y América. Desde el aeropuerto de Sá Carneiro hay conexiones diarias y asequibles para llegar en menos de dos horas y media hasta este clima y paisajes propios del trópico.

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Fuera de temporada, están ahí, en medio del Atlántico, expuestas para el que quiera sorprenderse, con el único riesgo de encontrarse más nubes de las que uno quisiera. Sin masificaciones, son perfectas para disfrutar de la naturaleza, así como de pequeños pueblos con excelente gastronomía y no pocas curiosidades históricas. Llama la atención la aparente contradicción de seguir en Portugal, de recorrer sus mismas freguesías salpicando la costa, con los muros enjalbegados, calles adoquinadas y alguna que otra iglesia revestida de azulejo. A una escala menor, todo es similar, pero todo es más pausado, algo espeso por la humedad y sometido a una naturaleza generosa que, de tanto que da, no da respiro. Todo es húmedo, vegetal, acuático.

Este contrapunto entre civilización y naturaleza es tan sorprendente como su nombre: no se llaman Azores por la especie de aves (inexistente en el archipiélago), sino, posiblemente, por una derivación de la palabra azul (azzurre o azzorre) que los genoveses empleaban para referirse a ellas y que, desde luego, las define mejor que cualquier pájaro. Al recorrerlas, uno se empapa de todas las gamas posibles de azul y verde. Desde el añil metálico del océano, la vegetación evoluciona en las laderas para devolvernos a unos tonos más dulces y mansos: los lagos que coronan cada cumbre.

LA ISLA MAYOR

El principal aeropuerto está en Ponta Delgada, mayor ciudad de São Miguel, que también es la mayor isla del archipiélago. Ahí se concentra el turismo, ya que llegar a las otras ocho islas exige tomar más aviones. Eso sí, entre ellas, los trayectos en ferri son rápidos y con elevada frecuencia. Dentro de São Miguel se nos abren dos alternativas: o excursiones guiadas que nos paseen por los puntos más relevantes, o alquilar un coche (más vale hacerlo con antelación) para desplazarse cada día hasta el inicio de una nueva ruta de senderismo, una de las principales actividades.

Las carreteras son una atracción turística por sí misma, ya sea bordeando la costa y los acantilados, o circulando entre esta especie de brócolis gigantes que son las montañas. Pero para evitar muchas horas al volante, lo más práctico es concentrar la mitad de nuestros días en la parte occidental de la isla (con Ponta Delgada como base) y la otra mitad en la zona central y oriental; Furnas es una buena opción de alojamiento.

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Ponta Delgada comparte la capitalidad de esta región autónoma portuguesa: su importancia histórica se percibe en su planificación urbanística, que se articula en torno al conjunto de edificios administrativos junto a la costa y crece desde el fuerte de São Brás hacia la montaña. Las estrechas calles peatonales giran en torno a la Porta da Cidade, la Torre Sineira y la Iglésia de São Sebastião. Para su tamaño, sorprende la calidad y diversidad de los restaurantes, así como los impresionantes jardines botánicos, cuyos banianos destacan sobre cualquier monumento.

Mientras que Furnas es un pueblo exclusivamente dedicado al turismo, la vida local se dibuja más claramente en las pequeñas aldeas del norte o en la oriental Povoação, con ese mismo aire colonial que la capital y primer asentamiento portugués del siglo XV, cuando la isla estaba desierta. Es uno de los pocos pueblos marineros, en esta isla concentrada en la ganadería y donde las playas tienen un rol secundario.

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Los acantilados volcánicos de la costa occidental y norte son de aspecto extraterrestre. El punto más alto está coronado por la Vista do Rei, adonde se puede llegar en coche y también caminando para observar el pueblo de Sete Cidades y sus dos lagos mellizos, que contrastan por la distinta tonalidad de sus aguas: uno es verde y el otro, azul. Eso si hay suerte, porque los bancos de niebla son frecuentes y pueden ocultar el paisaje. La caminata, en cualquier caso, habrá merecido la pena, pues permite conocer otros lagos y una concentración portentosa de vegetación. De tan cuidado, limpio y bien señalizado, es frecuente tener la sensación de estar en un parque ajardinado y no en el entorno salvaje que es.

La parte central de la isla es la que más actividades ofrece. La ruta circular de doce kilómetros hasta la Lagoa do Fogo es una de las mejores opciones para pasar un día entero. El ascenso culmina en otro espectacular lago, apto para el baño. A pocos kilómetros, se puede visitar la fábrica de té Gorreana, cuyas plantaciones tallan unos laberínticos bancales en las colinas.

Furnas acoge una de las particularidades gastronómicas de la isla: el cocido de Azores, una contundente reunión de carnes preparadas bajo tierra, aprovechando el calor que desprenden las aguas subterráneas. Para verlo es necesario reservar. La oferta de restauración es buena, con excelentes carnes y el pulpo y atún típicos. De las Azores también procede el queso más popular de Portugal, que toma la forma de queijadas para el postre. Se puede terminar el viaje con un baño nocturno en las aguas de Dona Beija, que abren hasta las once de la noche.