Nidia Arango, 64 años: «Empeñé la olla exprés, una cadenita de oro y la televisión para venir a España»

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MARCOS MÍGUEZ

«Aquí la gente se queja de vicio, lo tienen todo y todo y se quejan. Pero en España hay ayudas y amparo, no saben lo que es la verdadera pobreza y el miedo», apunta Nidia, que dejó a sus tres hijas en Colombia para ganarse la vida

20 may 2023 . Actualizado a las 08:24 h.

Hay que estar muy desesperada para marcharte de tu país y dejar a tus tres hijas. Esa despedida es inimaginable. Duele solo de pensarlo, pero Nidia Arango no tuvo otra opción cuando se vio obligada, a los 40 años, a dejar su ciudad, Tuluá Valle, en Colombia, para buscarse la vida. Nidia tenía que alimentar a sus hijas y procurarles un futuro mejor, pensaba en ofrecerles unos estudios y la oportunidad de tener una vida que a ella se le había negado. Siempre se había criado en finca —me cuenta— y eso le dio al menos la posibilidad de guardarse unos plátanos o unas naranjas para alimentar a sus niñas, pero llegó un momento en que la realidad se fue oscureciendo y ya solo el negro se dibujaba en su horizonte. Nidia se dedicaba a vacunar pollos en una granja, pero con la llegada de la tecnología, en cuanto se empezó a ponerles las vacunas en el agua a los animales, ella se quedó sin trabajo. Algunas personas le hablaban de España y de que quienes llegaban aquí, pronto regresaban y podían incluso comprarse en Colombia una casa o un coche, así que con esa esperanza Nidia empezó a darle vueltas a la cabeza y se planteó cambiar totalmente su mundo. «Yo entonces estaba separada, mi hija mayor aún no había cumplido los 19 años y las otras dos eran pequeñas, pero mi situación económica era insostenible. Yo pensaba: ‘Puedo hacerlo, yo puedo trabajar, yo soy capaz’», indica. Con esa voluntad y pensando que aquí habría una persona que a su llegada podría ayudarla, Nidia tomó la decisión de emigrar. «Empeñé la olla a presión, una cadenita de oro, unos anillitos, la televisión y una bicecletica para poder venir a España. Con ese dinero me compré el billete, y con otro poco que me completó una sobrina. En cuanto pude se los devolví», matiza. En total Nidia consiguió reunir 215 dólares, una fortuna que le abría las puertas para su viaje de ida. Ella no pensaba en la vuelta. No podía todavía. «Como tenía que pasarme por turista, porque no tenía contrato ni papeles, tenía que llevar más dinero, así que a través de una mafia me prestaron 2.000 dólares, que si no devolvía, podían cobrarse con la vida de uno de los míos. Me metí ese dinero en mi ropa interior solo con la intención de devolverlo en cuanto pusiera un pie en España», relata. Así fue, lo mandó de vuelta de inmediato. En 1999, hace 24 años, Nidia llegó a Madrid. Sin embargo, nada resultó ser como imaginaba. A ella no la esperaba ese supuesto contacto en nuestro país, que jamás apareció, y además el taxista que la cogió para llevarla al hotel donde ella creía que podría estar esa conocida la timó. «Por llevarme desde el aeropuerto me cobró en aquel entonces 150 dólares, me pidió 200, pero le dije que no tenía dinero», recuerda. Nidia perdió su poca fortuna en ese momento y se vio sola, sin ninguna mano que la sostuviese En esa situación desesperada, y muerta de frío, porque apenas traía ropa de abrigo, cogió un autobús a Ponferrada donde creía que alguien podría ayudarla. No fue así. Se encontró tan sola y tan desesperada que no tenía ni dónde pasar la noche. En Ponferrada un señor que tenía un quiosco en la propia estación la ayudó. «Él tenía una hija en Inglaterra y solo de pensar que podría verse como yo, perdida, lo llevó a echarme la mano. Me dejó dormir en su quiosco, me pagó la comida en la cafetería de la estación y me compró una botellita de agua para que me pudiera lavar en los baños. Siempre le estaré agradecida», relata Nidia, que sabe que él fue en ese momento un ángel de la guarda. «Lloré tantas horas que no te puedes imaginar, yo decía: ‘Dios mío, ¿qué hago? ¿adónde me lleva la vida’, yo puedo trabajar, tengo que trabajar, yo sé hacerlo’».

UN ÁNGEL DE LA GUARDA

Con ayuda del señor del quiosco, Nidia fue literalmente abriéndose camino. «Él me guiaba y me decía: ‘Vete tres calles por la derecha, luego gira a la izquierda y pregunta en tal sitio si pueden darte trabajo’», explica esta mujer valiente, que por supuesto se encontró con todas las puertas cerradas. «Nadie me quería dar empleo, sin papeles y en mis circunstancias era imposible. Sufrí rechazo, si preguntaba en la calle cualquier cosa, me despreciaban por mi acento, alguno incluso me increpó para que volviese a mi país», dice. Sin embargo, con el tiempo su insistencia dio frutos. Y un amigo del señor del quiosco le dio trabajo en su restaurante en Ponferrada. Este hombre, además, tenía unos viñedos en Lalín y cuando hubo la oportunidad de limpiar las matas de sus fincas, Nidia se ofreció. «Yo le decía: ‘Lléveme, lléveme’, porque yo en Colombia había trabajado en el campo y sabía que eso se me daba bien». Así fue cómo llegó a Galicia, donde se asentó definitivamente. En Lalín conoció a otra colombiana que trabajaba como temporera y fue ella quien le habló por primera vez de A Coruña, adonde se trasladó para buscar trabajo. En la ONG Ecos do Sur la ayudaron y enseguida Nidia encontró una oportunidad como interna con una familia de Celas de Peiro (Culleredo). «Son unas personas maravillosas a las que sigo queriendo y cada vez que tengo ocasión, voy a verlos. Entonces yo fui a cuidar a la madre, y ellos fueron como familia. Me ayudaron mucho, me enseñaron a hacer el caldo gallego, la caldeirada, la paella, las filloas, las orejas... Cuidaba a la madre de lunes a sábado, y venía a Coruña el día libre. Recuerdo que caminaba diez calles y volvía por el mismo camino, exactamente el mismo, así fui poco a poco conociendo la ciudad. Cada ocho días venía y me volvía para allá», hace memoria.

«Cuando la señora que cuidaba se murió me vine a Coruña a cuidar a otra, después conseguí los papeles y retomé mis estudios, porque yo tenía algo de Enfermería e Inyectología en Colombia, que aquí no me servían. Hice unos cursos de Formación Profesional, de modo que por la mañana trabajaba y por las tardes estudiaba», resume Nidia, que se salta de golpe varios capítulos de su vida de novela. Porque ella, entre trabajo y trabajo, entre estudio y estudio, entre cuidado y cuidado, iba ahorrando lo que tenía para mandarle a sus hijas. «Ellas de esa manera iban estudiando, podían comer mejor y con ese dinero pude desempeñar la olla exprés, la bicicletica, la cadenita de oro... Yo me quedaba con lo justo para cargar la tarjeta del teléfono que tenía para llamar y comprarme alguna ropa de abrigo. Aunque la familia de Celas de Peiro era buenísima y cada poco me regalaban alguna prenda que yo guardaba como un tesoro incalculable», indica. En el 2005, cuando ella llevaba cinco años en España, consiguió traerse a su hija mayor, después a la del medio, pero la pequeña ya no quiso venirse. «Se había enamorado, y aunque yo ya le había cogido el billete y tenía todo listo, se echó para atrás en el último momento, no quiso venir», apunta con una pena que se le asoma en la cara. Cuando llevaba año y medio en nuestro país, regresó a Colombia y pensó que jamás volvería aquí, pero tuvo que hacer de tripas corazón porque la realidad de allá no había cambiado. «He tenido muchos momentos de flaqueza, ha sido duro, difícil, pero por cada tropezón ha habido diez pasos adelante. Yo procuraba aprender y si me decían que las cosas se hacían así, yo las hacía así; por la noche repasaba todo lo que aprendía para no fallar al día siguiente», expresa Nidia, que no niega lo mal que lo pasó. «Yo lloraba casi todos los días por dejar a mis hijas, echaba de menos todo: la comida, el clima...; yo no sabía nada de aquí, no sabía ni comer pulpo...», señala quien ha sufrido el racismo en su piel. «Sí me rechazaron, yo traía pegadito mi acento colombiano y en cuanto me oían hablar, me escapaban, por eso yo ahora cuando veo a la gente llegar en pateras y tan desesperada me vengo abajo», sostiene. «Sin embargo, yo quiero acordarme solo de los pasos buenos, me olvidé de muchas cosas malas porque quiero solo quedarme con lo bueno», dice Nidia, que de Colombia echa de menos el calor, la alegría de su gente y la música. De Galicia me quedo con la paz, la tranquilidad, el empleo, las ayudas... Todo lo que hay en España no se puede comparar», prosigue para señalar que en nuestro país hay una tendencia general a la queja.

NO ES EL TERCER MUNDO

«Aquí la gente se queja de vicio, lo tienen todo, todo y todo, y se quejan, piden más y más. Pero en España hay ayudas para todo, hasta para comprarte un electrodoméstico. Tenemos Seguridad Social, te quedas en el paro y tienes amparo, te atienden igual en el médico... Mucha gente de acá cree que viven como los latinos o como el tercer mundo, pero no, señor, esta es una buena vida. Aquí escuchas un ruido y son fuegos artificiales en una fiesta, no balas, la gente no sabe lo que es la pobreza o el verdadero miedo», concluye.

Ahora Nidia, a sus 64 años, sigue trabajando como auxiliar de ayuda a domicilio de geriatría y, aunque le ha tocado pasar por alguna vivencia desagradable, en general, siente que la gente la aprecia mucho. «Muchos quieren que les cuide yo a sus familiares, y a mí me gusta mucho mi trabajo, porque aquí la gente mayor está atendida. No tiene nada que ver como es en Colombia, tienen pañales desechables, hay sillas de ruedas, grúas para mover las camas, cremas para las piernas... La gente mayor está cuidada y eso me gusta, porque a veces cuando se van a una residencia caen en picado», expresa esta mujer llena de coraje, que pronto verá un sueño cumplido. «Me jubilo dentro de un año y seis meses. Y quiero conocer Roma, París, y muchos sitios lindos de España y de Galicia: las cuevas de Covadonga, Allariz...», apunta como un libro abierto. Cada dos años más o menos regresa a Colombia, y así se quita la malparidez, esa morriña propia de su país, que ahora enfrenta con unos ojos llenos de fuerza: «Galicia solo me ha dado cosas buenas, todo lo que he hecho hasta llegar aquí ha valido la pena».