La arquitecta gallega que convirtió este convento en uno de los Zara más bonitos del mundo

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MARCOS MÍGUEZ

Sonia Vázquez es la autora de una de las restauraciones más aplaudidas, a pesar de las dudas iniciales que planteó la intervención

16 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo equiparan, por su espectacularidad, al de Milán, en el antiguo cine Astra. También con el de Roma, en el Palacio Bocconi de la Via del Corso, con el de Cracovia, Atenas o el de San Petersburgo. Cuando se acerca el veinte aniversario de aquella esperada inauguración, la arquitecta del estudio coruñés COHR y profesora de la Escola Técnica Superior de Arquitectura de la UDC Sonia Vázquez Díaz (Sarria, 1978) sigue recibiendo llamadas de guías turísticos o de estudiantes europeos que preparan su trabajo de fin de grado sobre el Zara de Salamanca. En Instagram, la tienda es fotografiada cada día por usuarios de todo el mundo.

 La sorpresa de sus masivos muros y de su elevada cúpula se produce una vez dentro. Fuera, la fachada no adelanta la magia de una restauración casi única en España, donde son contadas las intervenciones en antiguas iglesias que no sean destinadas a su conservación como espacios expositivos o exclusivamente culturales. En el antiguo convento de San Antonio el Real coexisten lo barroco con lo contemporáneo.

 —¿El de Salamanca es uno de los Zara más bonitos del mundo?

—Es un poco feo que sea yo quien lo diga, pero es un edificio realmente especial. En cuanto cayó en mis manos, sentí un poco el peso de la historia. Y mucha presión. No era solo la responsabilidad de hacer bien una tienda, que funcionase, sino de desarrollar una intervención respetuosa que se va a quedar ahí durante años, y sabiendo que teníamos las miradas de mucha gente sobre nuestro trabajo, como es natural. Entonces, trabajaba en el Estudio Zara de arquitectura. José Froján Resúa, su director en ese momento, me confió las responsabilidad de llevar a cabo, con su supervisión, esta obra.

 —¿Qué sabemos del edificio?

—Es un antiguo convento, fundado en el siglo XVIII, en 1736. En la desamortización de Mendizábal se desconsagró. De hecho, la iglesia no se llegó a terminar nunca. El convento se subdividió en dos partes. Una es el Teatro Liceo, que todavía está en pie, y en la otra, donde se ubica el Zara, que era la antigua iglesia, se construyó un edificio de viviendas en el siglo XIX. Realmente, ya no era una iglesia, sino las ruinas de ese antiguo inmueble que ocupaba todo el cuerpo del templo y el crucero. La cúpula era el patio de luces y el ábside se había destruido.

 —¿Costó convencer a Patrimonio?

—Hubo mucha polémica en su momento. Hay una asociación de defensa del patrimonio muy potente en Salamanca que, obviamente, tenía miedo de la intervención que se pudiera hacer. Intentaron que el Ayuntamiento comprase este bien de interés cultural, pero claro, Salamanca tiene una cantidad de patrimonio ingente. Es insostenible que el erario público se pueda hacer cargo de todos los edificios patrimoniales. Sin embargo, quedaron muy contentos con los resultados. Ahora la tienda forma parte de muchas rutas turísticas, incluso me contactan guías de la ciudad, y lo que hay que reconocer es que la empresa fue consciente en todo momento de lo que tenía entre manos. No escatimó ningún tipo de medio material ni humano. En Zara nunca se me dijo que algo fuese muy caro.

 —Dentro de la tienda, impresionan tanto la cúpula de 22 metros de alto como los muros del viejo convento.

—Hubo que hacer una intervención muy imaginativa. De hecho, lo que se planteó es una especie de mecano: se podría desmontar sin llegar a afectar a los restos de la iglesia. Todo lo nuevo está completamente independizado de los muros antiguos y el reto fue meter todas esas instalaciones tan complejas dentro del edículo con el menor impacto visual posible. Contamos con la ayuda de ingenieros especialistas, de empresas que giran en torno al entramado Inditex, como Caamaño. Los grandes lampadarios, que dejaron los muros completamente limpios, se hicieron a escala real en los talleres de Sigrás.

—¿Había planos de la nave original?

—Los planos no existían, entonces, buceamos en los archivos. Zara siempre trabaja con arquitectos locales que están al tanto de las diferentes normativas, y contamos con su asesoramiento. El convento fue obra de un fraile franciscano, Francisco de la Visitación. En medio de la construcción, se quedó sin dinero. Antes, ya tuvieron muchos problemas. Se llamaba San Antonio el Real porque fue el rey, personalmente, quien dio la autorización. En la ciudad había otros cuatro conventos franciscanos y había que repartirse las limosnas. En la desamortización de 1840 se vende y se divide. El edificio de viviendas era el típico del siglo XIX, esa es la razón de la fachada, que no es la de una iglesia. En los años 50 se instaló en la planta baja un banco, que la destrozó completamente para hacer su sucursal con la imagen corporativa. En la intervención no dejamos de contar esta historia.

—En España todavía es excepcional el aprovechamiento de antiguos templos para otros usos, como el comercial.

—Tenemos bastantes tiendas en antiguos cines o teatros. En Italia, los Países Bajos o el Reino Unido está más extendida la desacralización de iglesias, incluso para usos más lúdicos, como la hostelería. Creo que es muy importante dedicar esfuerzos a recuperar estos edificios con valor patrimonial y darles vida con otros usos que permitan su conservación y que pasen a otras generaciones en buen estado de salud. Considero que el patrimonio tiene que estar en uso. Es malo tratar de congelarlo excesivamente en el tiempo. Hay que tener la flexibilidad suficiente como para no destruir los valores patrimoniales y espaciales de estas arquitecturas, pero es peligroso querer mantenerlas como un museo porque eso realmente las condena a la desaparición, tarde o temprano. A que no se rehabiliten, o no se rehabiliten con garantías de longevidad.

—En A Coruña, trabajas en otra importante intervención, la del palacete de La Reja Dorada, que será una vivienda.

La obra va lenta, pero segura. Ha tenido muchas vicisitudes. Lógicamente, una larga tramitación por su valor histórico y patrimonial. Después surgieron una serie de dificultades. En las rehabilitaciones siempre aparecen algunas sorpresas. En este caso, los muros no resultaron ser tan resistentes como parecían a primera vista y hubo que plantear una nueva estructura auxiliar. Hubo una paralización de obra para resolver todos los trámites administrativos, por eso se está retrasando un poco más. Estamos ahora en la recta final.

 —¿Se suele percibir la arquitectura contemporánea como una amenaza?

—La comisión de Patrimonio que supervisó el proyecto de la tienda estuvo abierta a soluciones muy imaginativas, como levantar la cubierta para separar la nueva intervención de los muros antiguos. Cosas que a día de hoy a veces no se pueden ni plantear. Se trata de llevar a cabo intervenciones contemporáneas, no historicistas ni remedos de lo que había antes que, además, en este caso, es imposible de rastrear. Todos los muros estaban dañados, perforados. Creo que esa actitud es muy inteligente para defender el patrimonio con una visión de futuro. Así se hizo siempre. Lo vemos en la catedral de Santiago. En el siglo XVIII, no la terminan colocando una nueva fachada románica, sino que es barroca. Y, en este sentido, la arquitectura contemporánea también puede añadir valor. Como profesión, tenemos una responsabilidad social muy grande. No solo con los habitantes del edificio que proyectamos, sino con la ciudad. Las huellas que dejamos son carísimas, muy duraderas y muy caras de solventar si salen mal.