Silvina Muñoz, repostera y empresaria: «Es mi marido el que se lleva el marrón de la maternidad»
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Eran mejores amigos, pero un día dieron el salto para convertirse en pareja. Llevan 13 años juntos, tienen tres hijos, una empresa familiar, y reconocen que tener los mismos objetivos ha sido su secreto
07 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.El destino no está escrito, pero hay aros por los que sí tienes que pasar. De eso está segura Silvina Muñoz Coria (Argentina, 1985). Esta repostera aventurera encontró en Galicia su lugar en el mundo y, en su familia, el proyecto que hace que todo valga la pena.
Cuando estudiaba gastronomía en Argentina, con 21 años, fue seleccionada por una empresa de Andorra, un hotel de deportes de nieve, para trabajar con ellos durante la temporada. Cuando se acabó el frío, se mudó a México; volvió a la temporada en Andorra; se fue a Honduras, donde se hizo submarinista; y después trabajó durante un año en Turín (Italia), también en un hotel de invierno; y, un día, sin buscarlo, le propusieron un trabajo en El Corte Inglés en Barcelona. «Yo había ido solo por vacaciones, a visitar a unos amigos, y el jefe de uno de ellos me dijo que nosotros (los argentinos) éramos muy buenos para vender. Me ofreció un puesto de dependienta y acepté. Fue la única vez que me dediqué a algo que no estaba relacionado directamente con la repostería o la gastronomía», relata. Fue el primer paso para que la vida le pusiera delante, un tiempo después, a quien se convertiría en su marido.
Pasó por tres casas diferentes, hasta que un día se mudó al piso de Álvaro, un informático gallego que había llegado a Barcelona para vivir tres meses, pero se quedó un año entero. Primero fueron amigos, los mejores, de hecho. «A mí me conquistó porque bebía mate. Un gallego bebiendo mate era lo más raro del mundo», señala. Y esa amistad sin cuentos románticos evolucionó hasta que decidieron hacerse pareja. «Dijimos: ‘O nos sale muy bien, o nos sale muy mal’. Ya llevamos 13 años juntos...», dice riéndose. Ella misma asegura que la canción Perfecta, de Miranda, los describe tal cual: «¿Cómo fue que de papel cambié?/ Eras mi amiga y ahora eres mi mujer/ Debes ser perfectamente, exactamente/ Lo que yo siempre soñé».
Un nuevo hogar
Ambos tenían las mismas ideas de familia, y eso fue lo que les hizo hacer el clic; así que también tomaron la decisión de mudarse a Galicia. «Teníamos buenos trabajos y vivíamos en una buena zona, pero como queríamos tener una familia, nos salía más a cuenta venirnos a vivir aquí». Y así hicieron. Primero estuvieron un tiempo en Santiago, y, posteriormente, se mudaron a Camariñas, de donde es Álvaro. Cuando Silvina se quedó embarazada de la primera niña, se casaron por lo civil.
En Galicia, a pesar de sentirse en el lugar adecuado, a Silvina no le convencía la bollería local, y empezó a elaborar ella misma los productos. Así nació Algareira, su repostería y en la que su marido es uno de los pilares fundamentales. «Él tiene su trabajo de informático, que es lo que nos da estabilidad, pero siempre está al pie de cañón en el negocio. Es el que me baja los pies a la tierra, el que me ayuda con los presupuestos, con la parte digital o cuando tengo que hacer pedidos muy grandes», explica muy agradecida.
Registró diferentes patentes, empezó a comercializar alfajores, huevos de Pascua con encaje de azúcar, y el negocio empezó a crecer, al mismo tiempo que las horas de trabajo de Silvina, que asegura hacer un mínimo de 15 al día. A las seis de la mañana ya está en la repostería.
Se atrevió con recetas medievales y con postres con algas, con sabor a esta tierra. Su formación en bromatología y dietética la llevó a experimentar también con dulces adaptados a dietas especiales: sin gluten, sin lactosa, sin azúcar. Ya lleva diez años con su repostería, que está elaborada con ingredientes principalmente ecológicos y kilómetro cero, y aunque los comienzos fueron complicados, sobre todo por la parte económica, nunca se rindió. Su satisfacción era el agradecimiento de los clientes con necesidades nutricionales específicas.
Formar una familia
Silvina y Álvaro ya tenían dos hijas, pero la familia no estaba completa. «Después de insistirle durante dos años, convencí a mi marido para tener el tercero, porque yo quería un varón», apunta la repostera, que no tardó en quedarse embarazada. Pero la felicidad no fue completa. En un control médico le detectaron un cáncer hormonal. «A los 20 días de haber dado a luz, me operaron. Mi marido tuvo que lidiar con dos niñas pequeñas, un recién nacido y con su mujer en tratamiento oncológico», explica. Sus padres tuvieron que venir desde Argentina para ayudarlos y, su suegro también fue un gran apoyo.
Reenganchó la baja de maternidad con la médica, y esto supuso cerrar el negocio durante dos años. Una pausa que le hizo replantearse las cosas. «Cuando estaba en casa con los niños, pensaba: ‘Nunca más voy a volver a trabajar horas de más’», explica. Pero hoy, cuando ya ha pasado un año del último tratamiento, ha vuelto a trabajar a doble jornada. «No me lleno de cartos, pero sí me llena la moral», dice.
Con tantas horas dedicadas al negocio familiar, conciliar con tres niños pequeños es un reto en toda regla. «Es mi marido el que se lleva el marrón del cuidado de nuestros hijos. Prácticamente es un padre soltero, es el que toma las decisiones, estoy muy mal acostumbrada. Como él teletrabaja, le es más sencillo. Yo llevo el chat de padres en la escuela, voy a las reuniones o peino a las niñas, en la repostería, pero sin él no sería posible», asegura.
«Con él he tocado el sol con las manos», dice. Está tan segura de ello, que incluso se han casado tres veces. «Primero, por lo civil; cuando nació mi primera hija nos casamos por la Iglesia y la bautizamos; y después de haber atravesado el cáncer, un amigo mío, que es cura en Roma, pidió permiso allí, vino y nos hizo una renovación de votos, y aprovechamos para bautizar al niño en presencia de tres párrocos. Al principio era la coña de: ‘Si algo me pasa, ya vas a estar requetecasado’, pero luego fue una necesidad espiritual de reforzar nuestra unión tras ese período complicado», relata.
Ahora que ya han pasado lo peor, vuelven a centrar los esfuerzos en la repostería, que reabrieron en diciembre en Vimianzo. «A pesar de que al principio no tuvimos los mejores resultados económicos, había mucha gente que estaba interesada en nuestros productos, así que decidimos volver a intentarlo. No haber tenido un comienzo sencillo te da mucha fortaleza y hace que lo demás sea más fácil de sobrellevar. Esta nueva ubicación fue como volver a nacer, estamos recogiendo los frutos que sembramos durante tanto tiempo», asegura.
Los clientes que antes eran ocasionales, porque la anterior ubicación no estaba muy a mano, se volvieron más asiduos y, personas que no los conocían, ahora llegan hasta ellos. «Hemos hecho envíos a Irlanda, Alemania y el año pasado hicimos la cesta de Navidad de una asociación en Barcelona de personas con síndrome de Glut 1 (deficiencia del transporte de glucosa al cerebro)», relata orgullosa, a la vez que admite que ha sido «muy complicado». «Las regulaciones exigen a los pequeños productores tanto como a los grandes, y eso nos pone una carga económica imposible», se queja.
Tras el cáncer, se ha volcado más a las recetas para dietas especiales, porque vivió en carne propia lo que implica no poder comer algo dulce. «Estas ventas representan el 70 % de los ingresos, y, aunque no es lo que más dinero da, sí es lo que más satisfacción me genera», asegura. Le gusta presumir de sus logros profesionales, pero prefiere no hablar mucho sobre las enfermedades. «Es algo que te toca atravesar, pero curarte o no, no depende de ti», dice convencida.
Después de diez años al frente de su negocio, agradece la ayuda de los que han estado ahí para ella: Estefanía, su amiga y madrina de su hijo; y su marido, que hace posible que ella se dedique a lo que le gusta. También reconoce que asociaciones como Fademur, le han ayudado a cometer menos errores. Los triunfos, los sigue cosechando: fue la primera gallega en ganar la beca PEPSIco, y se ha hecho proveedora de Inditex. Aun así, espera poder contratar pronto a alguien más para hacer menos horas y poder ayudar a su marido con las cosas del hogar.