«Sensación de vivir», «Los Ángeles de Charlie», «Embrujadas»: este es el hombre que está detrás de las series de tu vida

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Aaron Spelling puso una serie, y una villana, a cada generación. El genio de las «soap operas» soplaría este año cien velas. Desde su muerte no ha vuelto a haber productos tan mediáticos en televisión

06 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

De no haber sido por la pequeña pantalla, Dallas sería una ciudad más. De esas que solo sitúan en el mapa los que pelean el quesito azul en el Trivial. En los setenta, la televisión en color se convirtió en el canal oficial de entrada de la cultura popular y en una ventana donde asomarse a los sueños, algunos mundanos y otros inalcanzables. El machaque diario de las conocidas como soap operas —culebrones llegados de las tierras del tío Sam— permitió que los españoles sacasen a pasear a la vieja del visillo, regocijándose al comprobar que los ricos también lloran y descubriendo cuáles son, en realidad, los problemas del primer mundo. Dallas, que con la «bébeda Sue Ellen» trajo a Galicia el primer meme, dio el pistoletazo de salida a un ramillete de salseos audiovisuales que acabaron modificando los hábitos de consumo de buena parte de la sociedad occidental.

Si Dallas caminó para que otros pudiesen correr, Aaron Spelling se hizo los seis grandes maratones. Pese a haber nacido en esta metrópolis texana, el que fue considerado el productor más importante del mundo no estuvo detrás de las tramas de la familia Ewing, pero consiguió hacerse con el monopolio de las telenovelas de habla inglesa en un visto y no visto. Contaba con el bagaje de Vacaciones en el mar, Starsky y Hutch o Los Ángeles de Charlie, así que darle una vuelta a sus futuros proyectos era tarea sencilla. Al fin y al cabo, se trataba de contar lo que llevaba viendo toda su vida: gente intentando coger el ascensor social estuviese lleno o no. Lo hizo como nadie, pues sus ficciones se apoderaron de las conversaciones de todas las casas. Spelling falleció en el 2006 y, desde su muerte, apenas ha habido series de tal relevancia mediática, salvando la excepción de Juego de tronos. Este año habría soplado cien velas asistiendo a la caída del imperio que le llevó a tenerlo absolutamente todo: la televisión en abierto.

Bajo la premisa de que «empezó desde abajo», lo lógico sería pensar que este multimillonario se hubiese tomado con filosofía el cambio de rumbo del sector audiovisual. Hijo de inmigrantes polacos, de niño no tuvo la suerte de su lado. Sufrió acoso en la escuela y del estrés acabó padeciendo un ataque de psicosomatismo por el que perdió la movilidad en las piernas durante un año. La situación precaria de su familia le obligaba a vivir prácticamente hacinado con sus parientes en una habitación. Nada que ver con el lujo y esplendor con el que crecieron sus hijos Randy y —la mítica Donna de Sensación de Vivir— Tori Spelling.

Tori Spelling (con camiseta roja), con sus compañeros de Sensación de Vivir
Tori Spelling (con camiseta roja), con sus compañeros de Sensación de Vivir

Al no tenerlo, Aaron creció obsesionado con el dinero. Con amasar él mismo billetes y también con que sus producciones fuesen productos aspiracionales donde el esfuerzo tiene recompensa. Y donde los malos son muy malos y los buenos muy buenos. Así se desprende la idea de que cada uno tiene lo que se merece, de ahí que a los Spelling les fuera tan bien. Tanto, tanto que, con más de 200 series con su impronta, no solo consiguió entrar en el Libro Guinness de los Récords como el productor más prolífico, en 1999; sino que la cadena con la que había firmado exclusividad llegó a expulsarlo en 1989, alegando que las siglas del canal —ABC— no significaban Aaron’s Broadcasting Company.

Efectivamente, la presencia del magnate en la parrilla televisiva era total en Estados Unidos, y durante una época las familias norteamericanas tenían en sus salones más de siete horas semanales de series de Aaron Spelling en su prime time, convirtiéndose las historias que contaba en los temas de actualidad del momento. Puede decirse que Aaron Spelling le puso una serie a cada generación. Es más, le puso una villana a cada generación.

Los boomers tuvieron en Alexis Carrington —el eterno alter ego de Joan Collins— una malvada que, pese a su malísima baba, se convirtió, gracias a sus trajes, en un icono de sofisticación y pompa desbocada. Los primeros millennials descubrieron con Melrose Place que el sueño americano consistía para los jóvenes californianos en sexo, champán y desenfreno. Un contraste sin parangón para la mayoría de españoles en la veintena, que seguían destinados a estudiar una carrera «con salida», casarse y tener hijos. En esa desquiciada serie descubrieron la erótica de lo oscuro gracias a una Heather Locklear, la rubísima y pérfida Amanda Woodward, que ayudó a asentar un axioma que aún nos estamos sacudiendo: que las mujeres solo pueden ser buenas, malas o tontas.

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SUCEDÁNEOS NACIONALES

Con la democracia aún en pañales, el complejo de inferioridad era marca de la casa en nuestro país y, en lo respectivo a la caja tonta, las producciones que llegaban de Estados Unidos se acogían con una mezcla de recelo, envidia y muchísimo placer culpable. La llegada de la televisión privada hizo que series como Sensación de Vivir o Melrose Place tuvieran recorrido en España, y obligó a los guionistas españoles a ponerse las pilas. Pepa y Pepe o Farmacia de guardia estaban muy bien como productos familiares blancos, pero los adolescentes querían glutamato en forma de folletín. Al salir de clase o Compañeros fueron paliativos resultones. Con enredos imposibles en sus tramas —y una apuesta en firme por tocar temas sociales que también fueron eje central de muchas series de Spelling: homofobia, feminismo, conciencia de clase—, no desprendían el aura inalcanzable de las series americanas pero cautivaban, precisamente, por todo lo contrario.

Aaron Spelling servía para todo. Tanto es así que si con Vacaciones en el mar había convertido un crucero en la mayor aspiración estival de los españoles, veinte años después volvía a hacer de las suyas con Embrujadas, reconciliando a los escépticos del género con la ciencia ficción. La dosis perfecta de pócimas, hechizos y demonios mucho más atractivos que Manolo, Javi o tu tío Paco, se sumaba a la relación idílica de Piper, Phoebe y Prue que alcanzaba su cénit en un San Francisco de postal. Esto sobre el papel, claro, porque si algo caracterizó a las series de Aaron Spelling es la capacidad de la realidad de superar a la ficción.

Los escándalos rodearon a muchos de los actores principales de estas series, empezando por Heather Locklear —su personaje en Melrose Place fingió su propia muerte y, en la vida real, la actriz intentó suicidarse pegándose un tiro—, siguiendo por Tori Spelling —que tras la muerte de su padre, con demencia severa, acusó a su madre de manipularlo para que cambiara el testamento— para acabar con Shannen Doherty. Quien hizo el papel de Brenda en Sensación de Vivir y, posteriormente, de Prue en Embrujadas, no salía indemne de ninguna producción. Si en la primera parece ser que llegó a las manos con Tori, en la segunda sus desencuentros con la actriz Alyssa Milano eran de tal calado que hubo que elegir cuál de las dos seguía haciendo de bruja. Spoiler: Prue murió en la tercera temporada tras ser atacada por un demonio.

La sombra de Aaron Spelling es alargada y de él quedan en la actualidad las creaciones de Darren Star, su pupilo. El creador de exitazos como Sexo en Nueva York arrasa hoy con Emily in Paris.