Cristina sacó la oposición en un año: «Me decían que sin enchufe no lo iba a lograr, y soy un ejemplo de que no es así»
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Toca el piano desde los 8 años, pero al principio no estaba tan segura de querer se profe, cuando sintió que era el momento de enseñar música, también estaba lista para enfrentarse a las oposiciones
03 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Cristina Arenas Hernán (Albacete, 1988) es una apasionada de la música. Sus padres, que la trajeron a vivir a los dos años a Marín (Pontevedra) también los inscribieron a ella y a su hermano en clases de música desde que tenían 8. «A ellos les gustaba mucho, pero no tocaban instrumentos, así que nos metieron a mí y a mi hermano desde que éramos pequeños, y fue un éxito», relata. Eso, además de ser una de sus pasiones, le sirvió también para tener una planificación en su día a día. «Me tenía que organizar muy bien para compaginar el estudio y la música», dice.
A pesar de haber continuado por el camino del ritmo, Cris, como la conocen los más cercanos, decidió que no quería ser maestra ni estar condenada a opositar; tampoco quería hacer estudios superiores en música, porque implicaba un exceso de dedicación, así que al terminar el instituto, se matriculó en Bellas Artes, que siempre le había llamado la atención, y lo compaginó con su formación musical. Sin embargo, después de dos años, sintió que no era su lugar y otra vez se vio obligada a elegir. «Fue un año complicado, hacía muchas horas entre la universidad y el conservatorio. Tuve un conflicto interno, pero entendí que Bellas Artes no era mi camino y tomé la decisión. Quería que la música fuera parte de mi vida», recuerda.
Comenzó Educación Musical, todavía con la convicción de no querer trabajar en escuelas públicas ni opositar, por lo que, al graduarse, durante varios años trabajó en el comercio y se dedicó a la música de manera paralela. «Estuvo presente siempre. Seguía estudiando, daba clases particulares a niños, o en escuelas privadas, pero me ganaba la vida de otra manera», explica.
Tomar la decisión
A pesar de que todo marchaba bien en su vida, Cris sabía que era el momento de dar el paso definitivo. «Dije: ‘Me tengo que dedicar a esto por completo, porque es lo que me hace feliz’», relata. Aun así, presentarse a los exámenes para ser funcionaria le parecía complejo. «No conocía el mundo de las oposiciones y me daba mucho respeto. Pensaba que las plazas las asignaban a dedo, que tenías que tener enchufe o que había que pagar, así que lo veía muy lejano», recuerda.
Sin embargo, ya tenía una decisión tomada, y comenzó a explorar. «Me presenté un año sin haber estudiado nada, por probar, y me di cuenta de que no era imposible. También me introduje en el mundo y conocí a personas que habían entrado sin enchufe. Ahí supe que yo también podía», narra.
Las ganas de hacer de la música su día a día se sumaron con esos conocidos que habían aprobado las oposiciones y Cris dio el salto. Pidió una excedencia y se puso a estudiar. También se inscribió en una academia para tener un seguimiento más planificado de sus logros. «Estar en el proceso de preparar unas oposiciones es como estar en una montaña rusa. Unas veces estás arriba y otras veces quieres tirar la toalla, la academia es un apoyo para darle seguimiento a tus avances. En los momentos de bajón, el tutor te echa una mano y te anima a que no te rindas», apunta.
Y, aunque inicialmente sería un año de solo estudio, en el 2020 la llamaron de Lugo, porque había quedado en las listas (debido a los exámenes que presentó por probar). Comenzó a trabajar de profesora a la par que seguía estudiando. Ahí la cosa se complicó un poco. Entre las jornadas de trabajo, el estudio y la presión de aprobar las oposiciones, Cristina estuvo a punto de rendirse, pero en ese momento se apoyó en su familia para seguir adelante. «Me tomé unas semanas sin estudiar para reconectar conmigo y coger fuerzas para seguir adelante desde un lugar sano», dice.
En ese momento, tomó consciencia de que se estaba presentando a las oposiciones solo por ella misma. «Dije: ‘Esto lo estoy haciendo por mí y por nadie más. No tengo que impresionar a mi círculo social, a mi familia ni a la academia’, y al integrar eso, empecé a estudiar con mucha más calma. Me iba a la biblioteca feliz, sabiendo que era tiempo que me dedicaba a mí», reflexiona.
Retomó las lecciones; en la academia hacía simulacros de test los sábados y, además, para la prueba específica de música, practicaba creandode cero una composición musical que tendría que hacer, ese día, frente al tribunal. Además, iba a tener que analizar dos piezas de folklore gallego y tocar un instrumento que, en su caso, por supuesto, sería el piano.
Después de un año de preparación, llegó el momento de la verdad. Cris estaba preparada para enfrentarse a las pruebas que la llevarían a su trabajo soñado. «Lo más difícil es meter todo en tiempo. Además de los 25 temas del test escrito, tienes otra prueba de solo dos horas en la que debes hacer el análisis y la composición, pero la clave está en la práctica, había hecho tantos simulacros, que simplemente era repetir lo mismo. Es como quien quiere hacer una carrera y tiene que correr mucho en los entrenamientos, para que llegue el día de la competencia y sea solo un día más. Mi caso fue igual, fue divertido, pero no lo repetiría», asegura.
También menciona la importancia de la actitud. «Yo fui a pasármelo bien. Cuando vi a los miembros del tribunal simplemente me dije que ellos también eran profesores, igual que sería yo. Tenía claro que si no aprobaba, era únicamente porque no era el momento, y lo volvería a intentar», expresa. Pero aprobó. Le dieron la plaza de prácticas de un año en el colegio María Pita, y ahora tiene la definitiva en el Emilia Pardo Bazán, en A Coruña. Trabaja como maestra de música y otras asignaturas en primaria.
«Ser maestra es un gran compromiso. Debería ser algo que disfrutes cada día. Yo me lo paso genial con los estudiantes y es lo que pensaba el día del examen», reflexiona.
Ahora, sus días están rodeados de niños de entre 3 y 12 años, «que son una bendición, pero también una gran responsabilidad», y se dedica, no a formar músicos, sino personas que sepan apreciar este arte, a hacerlo parte de sus vidas, tal como ha hecho ella.
«La música es lo que le da sentido a mi vida, y diría que a la de muchos. A quién no le cambian el ánimo las canciones que escucha. Es algo universal, es lo que les quiero transmitir a ellos», expresa emocionada. Así que hace juegos y actividades didácticas, aunque menciona que los niños, cuanto más pequeños, más receptivos y sensibles son al ritmo y la melodía, como si fuera innato.
Tras haber pasado el proceso, se reconoce afortunada. «Tener una plaza de profesora de primaria es una bendición. Estoy segura de que llegó en el momento adecuado, en el que yo estaba preparada y tenía la madurez para asumir un compromiso para toda la vida. Es como un coche. Si te dan uno y no sabes conducirlo, no te valdrá de nada. A lo mejor, en otro momento de mi vida no lo hubiera disfrutado, hubiera sido un estrés...», reflexiona.
Aprendió a priorizarse y, antes que nada, a preguntarse por sus propias necesidades. «Una plaza no te va a cambiar, ni a definir como persona. Debe ser algo para ti», dice.
A quienes se enfrentan a este mundo, les dice: «El proceso de oposición merece la pena. Al final también te da una estabilidad laboral. Yo saqué la plaza a la primera, sin enchufe y sin contactos. Si yo pude, cualquiera lo puede lograr. Conseguí el trabajo que me hace feliz», concluye.