Paca, la abuela de Rosa Villacastín, fue el gran amor de Rubén Darío

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En a la izquierda, Francisca con su hijo Guichín, fruto de su relación con Darío. A la derecha, el poeta nicaragüense
En a la izquierda, Francisca con su hijo Guichín, fruto de su relación con Darío. A la derecha, el poeta nicaragüense -

Francisca Sánchez conoció al poeta en 1899 y juntos vivieron una tórrida historia, un amor prohibido que duró 16 años y del que nacieron 4 hijos, pero todos fallecieron. Cuando murió el escritor, Francisca se casó y a los 52 años tuvo a la madre de Rosa Villacastín

29 abr 2023 . Actualizado a las 10:20 h.

La periodista Rosa Villacastín tiene una historia personal digna de una novela. Su abuela, a la que ella llamó siempre cariñosamente Lala, murió con el nombre de Rubén Darío en los labios. Así lo confesó en una entrevista que Rosa dio a YES en la que contaba la gran historia de amor que había vivido Francisca Sánchez, nombre real de Lala, con el poeta nicaragüense Rubén Darío. Procedían de mundos muy diferentes, pero se enamoraron perdidamente y rompieron las reglas que imperaban socialmente entonces. Se conocieron por casualidad una primavera de 1899 en un ambiente muy modernista. Valle-Inclán y Rubén paseaban por unos jardines de la Casa de Campo en Madrid, y Francisca, a la que cariñosamente denominaban Paca, se cruzó con ellos porque iba a llevarle la comida a su padre, que trabajaba como jardinero en ese entorno. «Ella tenía 20 años y quedó impactada desde el primer momento por Rubén que, a sus 32, era guapísimo. Sus labios carnosos...», relató la periodista en esa misma entrevista, pero también describe así ese primer encuentro en su libro La princesa Paca, que le dedicó hace unos años.

 

La periodista Rosa Villacastín  estaba muy unida a su abuela, a la que  llamaba Lala. A la izquierda, las dos juntas, cuando Rosa era una niña.
La periodista Rosa Villacastín  estaba muy unida a su abuela, a la que  llamaba Lala. A la izquierda, las dos juntas, cuando Rosa era una niña. -

 Su abuela Paca era una mujer analfabeta, castellana, recia, con mucho sentido del humor, muy coqueta, que despertó enseguida la llama en el poeta. En esa situación, los dos se fueron a vivir juntos y durante dieciséis años, hasta la muerte del poeta, dieron rienda suelta a un amor que marcó sus vidas. La fascinación de él por ella era innegable, según Villacastín, que cree que de Paca le atrajo sobre todo su entrega, la entrega absoluta de una mujer que se lo dio todo y lo llenó de esperanza, porque Paca le facilitó ese hogar que jamás había tenido. Él ya había perdido un hijo de su segunda esposa —había enviudado de la primera—, y vivía atormentado por el peso de haberse casado con una mujer a la que no quería y con la que no convivía.

«Mi abuela era analfabeta, él le enseñó todo. Fue una entrega total»

El poeta modeló a Paca a su modo Pigmalión, ella cocinaba comidas americanas que a él le gustaban, como la sopa de tortuga, y encajó perfectamente en el mundo del poeta. Amado Nervo y Rubén Darío le enseñaron a leer y a escribir, pero después ella aprendió francés perfectamente y fueron Juan Ramón Jiménez y Amado Nervo quienes le impusieron ese apelativo de Princesa Paca, precisamente porque era la mujer y la amante del Príncipe de las Letras.

  

DE UNAMUNO A MACHADO

«Ella los conoció a todos, a Unamuno, a Machado, Pardo Bazán, viajó continuamente con él por todo el mundo porque cada poco tiempo cambiaban de casa», relató Rosa Villacastín, que tardó unos años en saber, en realidad, quién era su abuela. A ella estaba tan apegada que hasta los 9 años durmió a su lado en la misma cama. Era, para ella, más que una segunda madre, una madre que la cuidó con todo el mimo. En 1956, cuando Rosa aún era una niña de 9 años, un coche llegó a la puerta de la casa familiar y de él bajó la escritora Carmen Conde, que le dijo una frase a Paca que le abrió el corazón: «Francisca, vengo a acompañarte», en referencia al poema A Francisca, que Darío le había escrito: «Ajena al dolor y al sentir artero, llena de la ilusión que da la fe, lazarillo de Dios en mi sendero, Francisca Sánchez, acompáñame...». Después de ese encuentro, Rosa le preguntó a su abuela quién era Rubén Darío y ella le respondió rotunda: «El gran amor de mi vida». Fue así cómo descubrió el gran secreto que escondía su abuela y por qué Carmen Conde había venido a verla: quería que donase todo lo que aún conservaba de Darío. En casa, Paca guardaba como oro en paño un baúl de color azul, como no podía ser de otra manera, en el que atesoraba más de 10.000 documentos, papeles y más papeles que ella no quiso subastar, sino que finalmente cedió al Gobierno español y en el que también se contenían detalles de la vida de Darío como embajador y cónsul. Paca y Rubén pasaron penalidades, porque no siempre su vida fue de exceso, sino todo lo contrario. Pero la desgracia se cebó con ellos en lo familiar. Juntos viajaron por el mundo, vivieron en París y Barcelona, y tuvieron cuatro hijos, pero solo uno, Guichín, le sobrevivió al poeta. El resto murieron muy pequeñitos. Y Guichín también falleció después, a los 18 años, de modo que Paca se quedó sin descendencia de su gran amor.

Esa situación terrible influyó de manera importante en la obra de Rubén Darío. De Azul y Prosas profanas, pasa a Cantos de vida y esperanza y Paca lo estimula como puede para que escriba, aunque su adicción a la bebida lo atormente. «Era sabido por todos su alcoholismo, pero cuando estaba atascado, mi abuela —cuenta Villacastín— lo animaba para espabilarlo. La marcha triunfal, por ejemplo, la escribe un día que él está abatido, y ella se viste con un mantón de Manila, que le había regalado Machado, y se pone a cantar y a bailar para él. Entonces Rubén se pone a escribir». Él solo conseguía estar abstemio cuando pasaba largas temporadas con ella.

El poeta no consiguió la nulidad de su segundo matrimonio con Rosario Murillo y apeló al papa León XIII para que se la concediese, pero fue inútil, el divorcio no llegó nunca. En 1914, Francisca, que a todos los efectos siempre fue tratada como su mujer, lo despide en el puerto de Barcelona y ya no volvió a verlo jamás. Catorce meses después, recibió una carta en la que le anunciaban la muerte de su amado, en Nicaragua, debido a una cirrosis. Paca se aferró entonces a su baúl azul, que además de su hijo Guichín era lo único que le quedaba, porque parte de la herencia se la quedó su esposa legal, Rosario. Fallecido su hijo, que era el gran heredero del escritor, a Paca solo le quedó el recuerdo.

Cinco años después de la muerte de Rubén Darío, Francisca Sánchez, que aún tenía a su hijo Guichín, se casó con un empresario de Ávila, José Villacastín, y a los 52 años, cuando ya no esperaba que la vida le sorprendiera, se quedó embarazada de Carmen, la madre de Rosa. José, que sabía del fervor de su mujer por el poeta, no solo entendió a su esposa sino que compartió el mismo espíritu y se gastó toda su fortuna en rememorar al escritor. Después tuvieron que enfrentar juntos la muerte del hijo del escritor. Como dice su nieta, Rosa Villacastín, él es otro personaje que merece otra novela.