¿Están los pijos en peligro de extinción?

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Del polo Lacoste al «oversize». Tres expertos analizan cómo los Borjamari de los ochenta han ido cambiando a lo largo de las décadas y cómo se los identifica hoy en día. Marquistas y amantes de los logos, los Cayetanos más rancios están, según algunas voces, camino de la desaparición. Pero otros han emergido con una estética menos exhibicionista

20 abr 2023 . Actualizado a las 09:05 h.

Si cierras los ojos y piensas en el Borjamari de los ochenta seguro que lo vistes como yo: con un polo Lacoste (tal vez de color rosa), unos vaqueros Levi’s 501, un jersey anudado al cuello y unos náuticos o unos castellanos en los pies. El prototipo del pijo de aquellos años sigue intacto en nuestras retinas porque fue un estereotipo que aglutinaba muy bien lo que se veía realmente en las discotecas y en las calles de entonces. En Pachá, en Madrid, los niños bien se vestían así, pero también las chicas se identificaban prácticamente con el mismo canon. Era unisex ese modelo juvenil de polo, vaquero y jersey, solo que ellas llevaban la permanente en el pelo y lucían una pañoleta anudada como una diadema. En los años noventa, se modificó poco la imagen, y el pijo por excelencia lo representó Mario Conde, en aquella nueva era de la Beautiful People en que la política, el dinero y el lujo lo embadurnaban todo. La gomina les marcó el peinado a los hombres que entonces, tanto de sport como trajeados, no renunciaban jamás al peinado lamido hacia atrás. Ellas, ajustadas a las tendencias, combinaban los tops y los vaqueros de cintura alta con cinturón mientras en la formalidad imperaba el traje de chaqueta con falda corta y media de cristal negra. Fue la época dorada de Marta Chávarri, Isabel Preysler y los Cortina, que alternaban con los ministros del Gobierno socialista.

 ¿Pero ahora? ¿Cómo son los pijos de hoy? ¿Cómo los identificamos? ¿Han cambiado? Para José María Paz Gago, profesor de Teoría de la Literatura y experto en Semiótica, está claro que siguen igual. «Los pijos son una tribu urbana del siglo pasado, que a mi modo de ver, están pasados de moda. Si hay que hacer un retrato del personaje sería alguien muy conservador por su ideología, y que tiene en su vestuario su signo de identidad. Los pijos que uno se encuentra en la calle Serrano de Madrid, en la calle Sierpes de Sevilla o en el paseo Zorrilla de Valladolid son totalmente demodé, porque siguen fieles a una forma de vestir que es igual desde hace 40 años», expresa. ¿No han cambiado nada? «No —continúa Paz Gago—, los hombres siguen exactamente con la misma ropa: de abajo arriba llevan zapatos castellanos, y en lugar de los Levi’s 501 ahora usan un pantalón chino color beis, pero visten el polo o la camisa Oxford, normalmente azul o rosa, y el Pulligan atado al cuello: no han variado en 40 años. El pijo madrileño, el vallisoletano y el sevillano están entre lo clásico y lo rancio», confirma Paz Gago, que asiente cuando le digo que es el perfil de lo que hoy conocemos como Cayetanos.

NO SIEMPRE TIENEN DINERO

Tanto Paz Gago como Olga Casal, consultora y docente en Comunicación, Protocolo y Eventos, coinciden en que el pijo no tiene por qué tener dinero. «La moda es apariencia y hay gente que se viste de pija aunque no pertenezca a esa clase social», señala Paz Gago, que asegura que suelen ser muy marquistas. «Suelen llevar Hackett a nivel formal, un estilo british muy clásico, elevado y abordable para una clase media alta. Su imitadora española, más asequible, sería Scalpers, pero uno prototípico sigue hoy poniéndose Ralph Lauren Polo, Lacoste, y el castellano Lottusse o Sebago», concluye el profesor, que hace este retrato masculino porque, en su opinión, ellos se han quedado más anclados frente a las mujeres, que suelen ir más a la moda. «Para mí los pijos están en vías de extinción. No es una tribu urbana actual, son del siglo pasado», remata.

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Para Olga Casal, la palabra pijo no es peyorativa sino descriptiva y cree que existe otro lujo silencioso, no tan exhibicionista, que identifica al pijo hoy en día. «Hay esos pijos engominados que llevan el fachaleco, que se identifican por su estética. Pero son los menos, y muchos son gente ya de una edad, que se han quedado con la misma ropa que llevaban hace 40 o 30 años. Pero los más jóvenes no están en ese estilo. Ahora la moda se ha democratizado tanto que se han difuminado las diferencias, pero las distancias siguen existiendo, aunque es verdad que en la estética no se perciben tanto esas diferencias de clase». ¿Los nuevos pijos cómo serían? «Digamos que se identifican por matices, no por líneas gruesas como antes, pero teniendo el ojo acostumbrado, sí se diferencian por la calidad de la ropa y por el comportamiento. El pijo sigue siendo marquista, pero hoy puede ser más sport, puede llevar pantalones de chándal, más grunge, pero siguen siendo igual de marquistas. Obviamente, no lleva el mismo estilo alguien de 14 años que de 30, los estilos son diferentes. Uno puede ir con sudadera y otro con traje y corbata, pero hay algo sutil que los identifica de la misma clase: para mí, la calidad de la ropa en la estética, las marcas y la gestualidad, el tono de voz, el trato... El pijo ahora es menos marcado estéticamente. Las modas pueden cambiar, pero esa pijería es una manera de ser aprendida, de su estrato social, de su familia, que los distingue y eso va de generación en generación», apunta Casal.

Para Paz Gago, los hermanos Medina, hijos de Nati Abascal, representan ese pijerío ya pasado, y Tamara Falcó, en opinión de Olga Casal, es la que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en alguien así. «¡Pero ya tiene 40 años!», remarca la profesora, que ve en Victoria Federica una continuadora de ese legado: «Es una chica con clase que causa impacto».

«Un pijo fetén —de esos que ves en Amazónico, en la calle Jorge Juan de Madrid, el sitio de moda— no permitirá nunca el chándal ni los pantalones flojos tipo boho», matiza Paz Gago, que está de acuerdo en que hoy la fast fashion ha abierto tanto a la sociedad que todo se ha difuminado. «Siempre digo que el mayor revolucionario social en los dos últimos siglos ha sido Amancio Ortega. Antes, comprarte un polo Lacoste era muy caro, pocos podían hacerlo. Y hoy las marcas de fast fashion han difuminado esa imagen tan fuerte de un grupo social vinculada a un grupo económico. La sociedad ha roto con eso. Se ha abierto, salvo en esas ciudades, como Sevilla, en donde siguen asociados los señoritos andaluces a esas marcas. Señoritos con fincas y propiedades en el campo. Eso en ciudades como Coruña no se nota», expone.

Ana Becerril es diseñadora y profesora de Diseño de Moda en la Escuela Goymar y cree que el pijo no siempre nace sino que se hace. «Para mí ese término no es peyorativo», insiste, y asegura que los pijos han evolucionado y se han diversificado. La imagen del pijo antes era una, pero hoy hay diferentes tipos. «Además, el nivel de pijerío —matiza— depende del nuestro propio, todo depende de lo pijo que tú seas». Becerril diferencia al pijo del norte de España del del sur; «El pijo del norte viste con prendas más neutras, con más capas, todo más oversize, es más fluido. En el sur, en cambio, visten más ajustados, llevan más marcas a la vista, con el polo o la camisa con el logo». «Además, creo que se podría hacer otra categoría dependiendo de la edad: el pijo hijo y el pijo adulto». «Los más jóvenes aman las marcas y muestran con orgullo todos los logos. Marcas tipo Christian Dior, Prada, Ralph Lauren... Y el adulto invierte bastante en decoración, en experiencias gastronómicas, y viste marcas cool, pero menos evidentes. No abusan tanto de los logos, son menos visibles, pero de mucha calidad. Se visten más soft, con colores neutros, es un estilo más relajado, con zapatillas buenas, el abrigazo que te mueres de Max Mara... O marcas locales, les interesa lo bueno y de muchísima calidad», concluye Becerril, que en su opinión, los pijos no están en vías de extinción: «No van a desaparecer».