Jesús Huertas, abogado y defensor del asesino de Ana Orantes: «Que ella apareciera en la televisión desencadenó su muerte»

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Miguel Rodríguez / Granada Hoy

Fue la defensa de José Parejo después de que la quemara viva. Quince días antes, ella había denunciado en un programa el maltrato que sufrió durante 40 años. Se cumplen 26 años de este caso que supuso un antes y un después en la violencia machista

06 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy toca ponerse en la piel del abogado defensor. De la persona que defiende a asesinos y delincuentes basándose en el principio constitucional de que todo el mundo tiene derecho a defensa y de que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Aunque, en algunos casos, resulta muy difícil creer en la inocencia de alguien. Sobre todo, si ha cometido un crimen atroz y ha reconocido los hechos. Es el caso de Ana Orantes, la mujer víctima de maltrato que salió en televisión en 1997 denunciando las palizas que recibió durante 40 años de su marido, José Parejo Avivar. Esa denuncia pública le costó la vida. 17 días después de su intervención televisiva, José Parejo la quemó viva en el jardín comunitario de su casa. El penalista, Jesús Huertas (Granada, 1968) asumió la difícil tarea de defender al asesino de Ana Orantes. Pero siempre supo, desde el primer momento, que este caso supondría un antes y un después en la violencia machista.

—Se cumplen 26 años de ese crimen, no sé si recuerdas cómo contactó Parejo contigo y cómo acabaste llevando el caso.

—Parejo ya había sido cliente mío del despacho. Tuvo, entonces, un juicio de faltas por daños en el vehículo de su hijo. Eso fue dos o tres meses antes. Y, luego, cuando lo detuvieron, se puso en contacto conmigo la Guardia Civil y ya me hice cargo del tema.

—¿Llegó a confesar que mató a Ana Orantes?

—Él se presentó voluntariamente en dependencias de la Guardia Civil reconociendo que había acabado con la vida de su exmujer. Y después, en el juzgado, siguió manteniendo que era el autor de los hechos y que estaba muy arrepentido.

—¿Crees que la intervención televisiva de Ana Orantes denunciando públicamente el maltrato de Parejo fue el detonante de su muerte?

—A mí no me pasó desapercibido que Ana Orantes saliera en televisión. Yo tampoco conocía a Parejo con la suficiente profundidad como para decir que iba a pasar algo sí o sí. Pero estamos hablando de Granada, no de Madrid ni Barcelona ni de grandes ciudades. Eran episodios bastante importantes los que relataban sin que hubiera un juicio respecto de ellos, eran cosas muy graves. Lo que quiero decir es que yo no las tenía todas conmigo de cómo lo iba a asimilar Parejo en una ciudad pequeña, como es Granada.

—Pero nunca estará justificado que la haya matado y encima quemándola viva.

—No, yo no estoy justificando nada. Y mi máximo respeto a la libertad de expresión de las personas que, públicamente, quieran hacer partícipe a la sociedad de sus situaciones. Lo único que me planteo es que si ella no hubiera salido en televisión, ¿hubiera pasado esto? Porque ten en cuenta que ellos ya no vivían juntos.

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—¿No vivían uno encima del otro?

—No, no. Él ya no vivía allí. Él tenía una pareja en Granada. Ya llevaba fuera de la casa unos cuantos meses.

—¿Crees que ella tendría que haber denunciado los hechos en un juzgado en lugar de ir a la televisión?

—No, yo no digo eso. Pero creo que el hecho de que Ana Orantes apareciese en televisión desencadenó su muerte. Con independencia de que creo que el foro para denunciar esos hechos no es un plató de televisión, sino un juzgado.

—En aquella época la violencia machista se contemplaba jurídicamente de otra manera.

—Sí, hay un antes y después de este caso. A partir de ahí se empezaron a mover muchas conciencias de lo que era la ley y la protección de la mujer y cómo se debían enfocar determinados tipos penales y las medidas a seguir.

—¿Crees que alguna vez se arrepintió de verdad de haberla matado?

—Anímicamente o emocionalmente no sé si se arrepintió de acabar con la vida de una persona o si se arrepintió por las consecuencias legales de lo que había hecho. O sea, ser condenado a una pena de prisión.

—¿No te lo llegó a verbalizar?

—Me acuerdo de que cuando terminó el juicio y cuando le dieron la última palabra lo que pedía era que lo condenaran a muerte, puede que lo dijera de corazón. Pero no te puedo decir al 100 % que estuviera arrepentido, de lo que significa la aflicción. De lo que estoy seguro es de que sí pudo sentir arrepentimiento por las consecuencias legales, y que no descarto que el sentirlo de corazón también existiera.

—Lo condenaron a 17 años de prisión, pero no pudo cumplir la pena íntegra.

—La pena no es que fuera corta, fueron 17 años. Se le hizo corta porque se murió. Yo creo que se murió a los cuatro o cinco años. Le dio un ataque al corazón. Le tuvieron que hacer una operación quirúrgica de la que salió, pero al día siguiente o a los dos días se murió.

—¿Ese fue tu primer gran caso?

—Sí, ese fue mi primer gran caso y mi primer caso con jurado popular. Era el segundo juicio o el tercero de Granada con jurado popular.

—¿Cómo lo viviste?

—Con mucha intensidad emocional. Creo que fueron cuatro o cinco días con sesiones de mañana y de tarde. En aquel entonces tenía una compañera de despacho, Elvira, y nos fuimos los dos a hacer el juicio, pero lo viví con mucha emoción.

—Un jurado popular no te beneficiaba.

—El jurado popular siempre tiende a posicionarse con las acusaciones. Ten en cuenta que no son jueces profesionales. Desde el momento en el que ven a la persona en el banquillo del acusado, hacen de la presunción de inocencia la presunción de culpabilidad.

—¿Quedaste satisfecho con la condena?

—Sí, creo que el pronunciamiento fue justo y creo que el jurado hizo un buen trabajo. Todos menos uno, que se me quedaba dormido todas las tardes.

—¿En serio?

—Sí, se lo dije al magistrado presidente, pero él me respondió: «Ese no es mi problema, letrado». Pero sí era el mío porque tenía que dictar un veredicto.

—Además de llevar la defensa de este caso, también asumiste otras...

—Recuerdo a un señor de Motril que había quemado su casa con la familia dentro, aunque afortunadamente les dio tiempo a salir. Pero, ¡fíjate lo que podía haber provocado! También llevé el caso de un señor que atropelló a su mujer tres o cuatro veces. Fue la primera mujer que murió teniendo ya una orden de protección. A un hombre que mató de ocho puñaladas a su pareja cuando la sorprendió con su amante. Y a otro que, después de una discusión con su pareja, le disparó dos veces con una escopeta. Llevé también el caso de un taxista que, mientras dormía su mujer, le asestó ocho o nueve hachazos...

—¿Nunca has temido que te etiqueten como el defensor de estas causas?

—No, ya llevo menos de estos temas. No creo que sea cuestión de etiquetas. Se ha dado la coyuntura de que en determinado momento he llevado a muchas personas que han hecho estas barbaridades, pero yo soy un abogado y ya está.

—También defiendes a las víctimas, como el caso de Marina, la joven de 18 años que fue acuchillada por su pareja, otra mujer. ¿Te sientes mejor en esta faceta?

—Ni mejor ni peor. Es más cómodo porque vas con el bueno. Pero ten en cuenta que las acusaciones son más difíciles que las defensas. En las acusaciones tienes que demostrar que han ocurrido los hechos, que han ocurrido de una determinada forma y que el autor de esos hechos es una determinada persona. Y si concurren circunstancias agravantes también tienes que demostrarlas. El acusador tiene que destruir la presunción de inocencia. ¿Y cómo se consigue? Con pruebas.

—¿El hecho de defender a un asesino te ha creado alguna vez algún conflicto moral?

—No. Primero porque soy un profesional y, aunque yo sepa que ha acabado con la vida de alguien, como abogado creo que esa persona constitucionalmente merece ser defendida. Si te dedicas a esto, tienes que defenderlo de la mejor manera posible, aunque está claro que en situaciones como esta, no voy a poder conseguir la absolución de mi cliente. Nunca me he provocado ningún conflicto y he llevado temas feísimos. Siempre he tratado de hacer mi trabajo lo mejor posible.