«¿De Galicia qué te voy a contar? Sois todo maravilla. Ahí comí el mejor arroz con bogavante de mi vida», confiesa. Quema en sensibilidad, arrasó con Denver, encarna lo glorioso y lo indefendible en «Cristo y Rey» y estrena «Tin & Tina» cuando está a punto de ser papá de nuevo
04 abr 2023 . Actualizado a las 13:46 h.Algo de Marlon Brando lorquiano tiene Jaime Lorente (El Carmen, Murcia, 12 de diciembre de 1991), actor, cantante y poeta que quema al hablar. Reventó la máquina de la popularidad mundial como Denver en La casa de papel. Pero pasar de hacer obras de teatro por vocación y por lo justo a ser una estrella de la noche a la mañana no tenía que ver con lo que él entendía por éxito. Se dio cuenta pronto. El suyo no es un atraco de la fama, el éxito para el tiene más que ver con la tranquilidad, con estar con su gente. «Mi familia está por encima de cualquier papel», sostiene quien es Nano en Élite, el Cid y el waterpolista Pedro García Aguado en 42 segundos. Al hilo del estreno de esta película que recrea la agónica final de la selección española de waterpolo en Barcelona 92, Jaime admitió que la vida cambia en un suspiro: «A mí no me cambió en 42 segundos, pero sí en poco tiempo... Mi hija llegó de forma rapidísima y lo cambió todo». Hoy este actor de raza es un «padre normal» (según los códigos de los 80) en Tin & Tina, basada en el corto homónimo nominado al Méliès de oro.
Jaime enamora, pero atrás parecen quedar las locuras que hizo por amor. «Mi mayor locura por amor se llama Amaia y la tengo aquí delante, jugando en el parque...», asegura.
—«Tin & Tina» nos vuela la cabeza con la historia de Lola, que acude con su marido, Adolfo, a un convento donde adopta a dos niños angelicales. Esta ópera prima hace pensar en «La semilla del diablo», en «El resplandor», en «El buen hijo», en ese terror que revienta el costumbrismo al estilo de Paco Plaza.
—No sé bien dónde categorizarla, la verdad. Bebe de muchas fuentes. En la peli encontramos a un matrimonio joven en la Transición, que tras un aborto no puede tener hijos y adopta a una pareja de hermanos especiales. En un principio, la jugada parece salir del revés... ¿no? Y hay un reflejo de la época que vivía el país y del rol que en aquel momento ocupaba cada uno en la familia.
—¿Cómo preparaste el papel de este padre, tirando de tus vivencias?
—De mis vivencias no, porque ahí estábamos en plena gestación. No había nacido mi hija. Sobre todo, era entender el rol que ocupaba mi personaje en la historia, que es el soporte para el personaje que interpreta Milena (Smit), más complicado. Por decirlo de alguna forma, ella tenía una cara emocional más intensa, más difícil.
—El que interpretas es un padre clásico, no sé si «como Dios manda»...
—Ha sido un papel muy especial, muy diferente a lo que venía estando acostumbrado. He hecho de hombre normal, más o menos, jajaja.
—¿Igual es la primera vez que haces de hombre normal?
—La primera, y me he divertido. Fue un rodaje intenso. Rodamos en Sevilla en pleno mes de agosto. Estuvimos rodando todas las épocas del año. En alguna escena se ve una nevada... ¡y te puedo asegurar que hacía de todo menos frío! Fue bastante heavy.
—La ambientación y la factura visual de la película son para pararse.
—Sí... Y Adolfo es, de alguna forma, un buen hombre, ¿no? Un buen hombre con unas costumbres que no son buenas. La película habla un poco de las cosas instaladas.
—Una idea que define esa frase de la película que refleja un estilo de pensamiento: «La casa donde he vivido mi infancia es esta y aquí la vivirán mis hijos». Esa idea es una prisión.
—Sí, es una prisión, desde luego. Es una prisión física, emocional, sentimental. Es una prisión en todos los sentidos. Es decir: «Bajo esta condición nací, bajo esta condición crecerán mis hijos y también mi familia».
—¿Rodaste esta película casi a la par que «42 segundos»?
—La rodé un poco antes. Son dos películas que no tienen absolutamente nada que ver. Para mí, el trabajo en 42 segundos era más exigente a nivel físico. Yo rodaba Tin & Tina mientras entrenaba waterpolo en Sevilla... En 42 segundos mi personaje está más en el punto de mira, pero no sabría decirte en cuál me dejé más la piel... Dos personajes muy diferentes en un período de tiempo muy breve. El regalo es mi trabajo, el haber podido vivir esas dos vidas tan diferentes en un verano.
—A tus 31 años, impresiona la madurez, el bagaje. Podríamos hablar de todas las cosas que has hecho y que eres: poeta, cantante, actor, padre de casi dos niños... Una hija y otro que viene en camino, ¿no?
—Sí, tengo una hija y otro está en camino, viene ya. Está a puntito de nacer. A ver qué nos trae...
—Pareja estable, la cabeza sobre los hombros, hijos... ¿Todo eso es posible con 31? No parece una corona de espinas.
—Yo estoy muy contento del lugar donde estoy ahora. Creo que la vida me ha regalado muchas cosas bonitas, que me las he trabajado. Prefiero estar donde estoy que que se me hubiera ido la pinza. Que se me hubiera ido la pinza en cualquier momento no habría sido muy complicado, porque ya sabemos lo que hay.
—El éxito precoz es una dura prueba, difícil saber digerirlo. ¿Te ha pesado tu sensibilidad?
—La sensibilidad es una cruz y una virtud. Sabiendo gestionarla, manejarla, es algo positivo, pero sí, las personas que somos muy sensibles tenemos ese punto de intensidad en las cosas, de emoción, de vivir todo con una pasión diferente.
—Es una llama preciosa, pero puede arrasarlo todo...
—Efectivamente. Esa llama o ilumina o quema. Soy muy sensible, pero ahora mismo eso no es ninguna cruz.
—Gran variedad de registros en tu carrera, ¿cómo trabajas la versatilidad?
—Cuando las cosas están bien escritas, es sencillo. Cuando uno se enfrenta a un guion de mierda, es más complicado. A mí me gusta trabajar desde la corporabilidad. Soy poco mental. A la hora de trabajar mi personaje, busco su forma de moverse más que su forma de pensar. Cuando uno tiene una forma de andar diferente, una forma de moverse, cambia la forma de pensar.
—¿Está todo unido? Dime cómo andas y te diré cómo piensas...
—Sí, sí, está todo superunido. En la escuela de arte dramático, hubo mucho trabajo de conocer al personaje desde el comportamiento animal. Y he visto que ha sido lo que más me ha servido a la hora de construir personajes. Unos días me funciona una cosa, y otros días, otra.
—Son de método desde Michael Caine a Mario Casas. Aunque no sé bien qué significa eso...
—Hay gente que considera el método un machacarse a trabajar... El término método se ha prostituido un poco. Ser de método significa ser un actor que trabaja de verdad. Creo que la verdad la trabajan muchísimos actores, sean de método o no. Hay muchos métodos: Stanislavski, Strasberg... Yo uso un poquito el del profesor de verso, el de otro que estudiaba repetición... Voy cogiendo de cada sitio lo que me funciona. También pienso que a veces los actores son esclavos de sus metodologías, y estar pensando siempre en la metodología te hace no estar muy disponible.
—Háblanos de «Cristo y Rey». Qué fuerza como rey del circo. ¿Duro?
—Es un proyecto especial y muy duro; de los pocos trabajos donde me he llevado el personaje a casa. He tenido la oportunidad de vivir cosas maravillosos al interpretarlo [a Ángel Cristo], pero he encarnado cosas que son indefendibles. Estoy orgulloso del trabajo que he hecho, pero ha sido duro.
—Has sufrido a Cristo...
—Sí. He sufrido a Cristo. He estado en la cruz de Cristo, nunca mejor dicho.
—¿Qué tal los tándems con Belén Cuesta y Milena Smit?
—Con Belén ya había trabajado en La casa y a Milena es una actriz a la que no conocía, pero ella fue uno de los motivos para hacer la película. Quería trabajar con Milena. Que hay química creo que en la peli se nota. Ella se sale.
—Nos sorprende y nos fascina verte en YouTube recitando a Pedro Salinas. ¿Cómo va lo tuyo con la poesía?
—Tengo una relación un poco inestable. La visito de vez en cuando. Me pillas en una época en que no la visito mucho...
—Quizá la paternidad influye un poco en eso.
—Sí, vamos, la poesía la tengo en casa, jajaja. La poesía sí, va por épocas, paso dos años sin leer un poema y llega una semana y lo meto todo ahí.
—¿Sigue estando tu familia por encima de todo? Tenías ese pensamiento hace ya unos años.
—Sí, es un pensamiento que tengo claro que no cambiaré. Y mira, me pillas recogiendo a mi hija en la guardería [«¡Enanita, hola, mi amor!», le dice]. Acaba de aprender a andar y me muero...
—¿Te ha cambiado la vida ser padre?
—Sí, claro, como a todo el mundo... ¡Lo cambia todo! Ahora vamos al parque... Los actores pensamos a veces que hacemos la cosa más importante del universo. Yo no soy ese tipo de actor. La paternidad lo que ha me ha hecho es cerciorarme de que no iba mal encaminado. Todo a tu alrededor cambia para adaptarlo a la nueva vida que tienes. Todos los días desde que tienes al hijo es ver la vida desde otro lugar, porque hay una cosa mucho más importante. Relativizas las cosas, les das el valor justo y necesario... A mí pesan menos los problemas, sufro menos en el trabajo, tengo más claras mis prioridades.
—¿Crees en los milagros?
—Sí. Creo que hay cosas bonitas que pasan por sorpresa. No sé si milagros desde un lugar divino, por así decirlo, pero ocurren cosas milagrosas. Cosas que, por lógica, no debían suceder, pero suceden. Y es bonito que pasen. La vida en sí es milagrosa. Que estemos aquí... Yo lo considero un milagro. Yo creo que he sido una persona con mucha suerte, yo tengo mi ración de milagritos diarios, jajaja.
—¿Has dicho que no a un papel en Hollywood?
—Bueno, sí, más o menos. Pero fíajte te digo que ahora no habría dicho que no. ¿Sabes qué pasa? Me he liberado de muchas cruces que tenía en el trabajo. El éxito repentino que tuve también me hizo vivir el trabajo desde un lugar de obligación heavy, con una exposición y una presión constante. Cada vez que pisaba un set de rodaje, me sentía en la obligación de estar defendiendo una cosa que no era. Dije no, no. Necesitaba estar conmigo, tratarme bien. Ahora si me lo hubieran dicho, por probar quizá diría que sí. No sé si me gustaría tener una carrera allí, pero me siento orgulloso de haber dicho que no, porque no era el momento. Porque me cuidé. Dije que no por cuidarme.
—Hay un gran valor en la renuncia.
—Sí, sí. Es que era un momento donde yo estaba prendido a fuego, y lo único que habría hecho hubiese sido quemar. No habría sacado nada de provecho ni disfrutado. Y mira, ahora dirijo el año que viene mi ópera prima. Pero después de eso sí me apetece probar en otros países, otras culturas. Me apetece trabajar en Francia, ¡me alucina el cine francés! Me apetece salir, probar otras cosas...
—Pero eres de los pocos que sacan pecho por cómo se vive en España... Y esto nos gusta, pese a todo.
—Sí, y desde luego cuando digo «trabajar fuera» no digo «vivir fuera». Yo voy a vivir en España toda la vida. ¡Vivimos en el mejor país del mundo, por Dios!
—¿Eres aún un chico con miedo?
—Sí, me cuesta superarlo, pero el miedo a mí nunca me ha bloqueado. Yo soy una persona que no ha tenido miedo a reconocer sus miedos. Creo que todos tenemos miedos, pero unos los reconocen y otros no. Yo creo que he sabido situarlos bien. Ahora estoy bien, me pillas en una buena época.
—¿Qué le debes a Denver?
—Nada. Como no me deben nada a mí. Estuvo bien. Creo que fue un trabajo recíproco. Yo amo y amaré siempre a Denver, a La casa de papel y al equipo, pero sí es verdad que los tiempos cambian.
—Hemos visto alguna de las grandes locuras que has llegado a hacer por amor. Cuéntanos una.
—Es que ahora mismo solo puedo tener palabras para mi familia. Mi mayor locura por amor se llama Amaia y la tengo aquí delante en el parque... jejeje. ¡Esa es la máxima!
—¿Qué significa Galicia para ti?
—Es importante. Rodé mi primera película allí. ¿De Galicia qué te voy a contar a ti? Sois todo maravilla. Estoy deseando comerme otra vez un arroz caldoso con bogavante. El que comí en Galicia fue el mejor que he comido en mi vida. Otra cosa no... ¡Pero comer me gusta una barbaridad!
—¿De quién aprendes tú, quiénes son tus grandes referentes?
—Ninguno. En la interpretación me encontré con una voz muy propia. Nunca he querido seguir los pasos de nadie... Desde pequeñito tuve claro que quería ser actor y mis padres nunca me pusieron problema. Nunca, nunca, nunca.
—Una veintena de papeles, dos hijos, amor, poesía, miles de seguidores, ¿qué más le pides a la vida?
—Nada, pan cada día y que mi familia esté sana. Ahora no tengo espinitas. Pero me surgirán seguro, eh, porque soy un culo inquieto.