María Martul tiene 50 años y vive con sus padres: «Son los mejores compañeros de piso que puedo tener»

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MARCOS MÍGUEZ

En casa de los padres... ¡y a mucho gusto! María ha podido independizarse, pero no ha querido. No realiza una labor de cuidadora, sino que comparte su día a día con ellos porque así lo ha elegido

18 mar 2023 . Actualizado a las 22:31 h.

Si tuviera que elegir dos personas con las que vivir, María no tiene dudas. Se decantaría por Rosa y Moncho, sus padres, una y otra vez: «Son los mejores compañeros de piso que puedo tener». «Muchas veces me preguntan si a mis 50 años no he pensado en independizarme, que por qué sigo viviendo con ellos, y yo siempre digo lo mismo: ‘¿Y por qué no? ¿Dónde voy a encontrar a gente que cocine así de bien, que me trate tan bien, que me atiendan si no llego a algo en cualquier aspecto de mi vida, que hagan de canguros de mi perrita, y que encima sean tan independientes que haya momentos en los que viva con ellos y otros no?», señala esta fotógrafa que, además, trabaja para una fundación internacional de integración e igualdad a través del arte.

María se fue de casa a los 29 años, y por circunstancias personales, se separó, a los 36 estaba de vuelta. «Un día llegué a casa como se vuelve de una ruptura, con tres cosas en una mochila. Entré por la puerta y dije: ‘Vuelvo'. En hora y media tenía que entrar a trabajar, así que dejé mis cosas, y me fui. Cuando volví mi hermana y mi madre me habían montando de nuevo mi habitación. Ni una pregunta, ni un cuestionamiento, nada», explica, a la vez que insiste en que esta reacción tiene mucho que ver con la manera en la que la educaron. Cuando era pequeña, su padre siempre le repetía: «Puedes hacer todo lo que quieras, conseguir todo lo que te propongas, pero hay una cosa que no vas a conseguir, y es que nosotros dejemos de quererte y de apoyarte». Y eso es lo que sucedió cuando María regresó a su casa. Al otro lado de la puerta, se encontró un apoyo y respaldo incondicional. Nunca quisieron saber, solo estar ahí. «Hoy es el día que saben las cosas porque se las he ido contando yo, nunca hubo un porqué ni nada por el estilo. Cuando volví de trabajar esa noche tenía hasta peluches encima de mi cama».

Aunque todo fluyó como la seda, reconoce que, al principio, fue importante marcar unas directrices. «Dejas de ser hija —señala— para decir somos tres adultos conviviendo en el mismo espacio. En aquel momento incluso cuatro, porque aún vivía mi hermana pequeña con ellos». Asegura que sus padres son unas personas muy razonables, que hacen que la convivencia sea muy sencilla, y que se han convertido en una ayuda esencial en el cuidado de su perrita. «Te diría que casi me echan más una mano ellos a mí que yo a ellos. Ahora tengo una, pero antes tenía dos perros, y cuando no estoy en casa por viajes de trabajo o no puedo bajarla son ellos los que se encargan. A veces, nos decimos: ‘Yo voy a viajar, tú vas a viajar, ¿quién se queda con la perrita? Hacemos turnos y así vivimos», indica María, que al ser autónoma trabaja gran parte de su tiempo en casa. Al independizarse sus hermanos, en la vivienda había habitaciones libres para que ella montara su despacho, y esto nunca ha supuesto un problema, aunque dice, con mucho humor, que de vez en cuando se hace necesario recordar que no está viendo series delante del ordenador. «Voy a trabajar, no estoy». 

ESPACIO PARA CADA UNO

Compartir hogar con sus progenitores solo tiene ventajas. Dice que esta situación es un soporte a nivel económico, ya que gracias a ella se ha podido permitir una segunda carrera y un máster porque sus necesidades básicas estaban cubiertas. «No me va a faltar un plato en la mesa ni donde comer. Puedo permitirme crecer profesionalmente porque estoy compartiendo piso con ellos», señala.

El reparto de tareas no es el organigrama al uso de un piso compartido. En este caso, no está muy equilibrado. Básicamente, sus padres asumen la mayor parte, aunque ella se encarga de todo lo relativo a la ropa: pone lavadoras, tiende y recoge. Ella, que se define como «desastre», dice que cuando están en la casa de Infesta (Betanzos), donde pasan seis meses al año, asume más protagonismo, ya que se encarga del jardín así como de otras pequeñas obras que surjan. «El problema es que cuando tienes una madre como la mía —se explica— que es totalmente hiperactiva a sus 70 y pico, es muy difícil asumir responsabilidades, porque cuando comentas algo, ella ya lo ha hecho. No has acabado de decir la palabra, y ya lo tiene pensado».

Esta «hiperactividad» da una idea de lo bien que se encuentran, y del ánimo que desprenden. Dice que su madre, a pesar de tener sus cosillas de salud, y su padre han asumido muy bien su papel de jubilados y están cumpliendo a rajatabla la directriz que les dieron sus hijos: «Fundíroslo todo, habéis trabajado toda la vida, viajad y haced todo lo que podáis mientras podáis, porque en esta vida nadie te garantiza que mañana vayas a estar bien».

Dicho y hecho. Sus padres hacen entre seis y siete viajes al año, a veces solos y otras con amigos, a lo que hay que sumar las dos o tres veces que se desplazan al año hasta Alemania, donde vive uno de sus hijos. Es verdad que viven juntos, pero también tiene mucho espacio individual, y, eso, asegura, es una de las claves de esta buena convivencia. Por momentos, es como si viviera sola, aunque esto le pueda llegar a producir algún quebradero de cabeza para organizarse con su otra compañera de piso. «Necesito de cierta logística, porque me supone ver qué días no voy a estar en casa en toda la mañana para llevársela a mi hermana o si mi cuñado puede venir a pasar un rato con ella, pero también quiero que se vayan. Esa tranquilidad de poder estar en casa sola, ocupar el salón por tu cuenta, o llevar gente, que no tengo problema mientras están ellos, pero no es lo mismo. Yo creo que esto es lo que hace que me compense tantísimo vivir con ellos, porque tengo esos momentos de respeto absoluto por mi espacio», explica María, que asegura que a esta libertad también contribuye el que no sean unos padres invasivos.

A sus hermanos les da una cierta tranquilidad saber que sus padres están acompañados, pero también le recuerdan constantemente que ella tiene que seguir viviendo. «Siempre me dicen que somos tres, que no estoy sola para pelear con ellos. Mi padre es profesor universitario jubilado, y de todo sabe más que yo siempre, y eso a veces me pone un poco enferma —dice con cariño—. Me repiten que siga haciendo mi vida, y yo la hago, si yo me viera coartada por vivir con ellos, a lo mejor ya me habría ido, pero no lo he visto así».

Alguna vez sí que se le ha pasado por la cabeza, porque también le tira mucho la casa de Betanzos, pero, de momento, le tira todavía más la relación tan simbiótica que tiene con ellos. «No todo tiene que implicar una ruptura, un cambio drástico. Hay épocas que están en Betanzos, porque en verano se suelen ir antes, y yo en Coruña, y el resto del tiempo estamos todos juntos. He estado con y sin pareja viviendo con ellos, pero a estas alturas eso que dicen de ‘cada uno en su casa, y Dios en la de todos' me parece fantástico. No me planteo irme con una pareja, me gusta conservar mi espacio, soy bastante independiente». Y sus padres, a pesar de vivir bajo el mismo techo, le dan eso que ella tanto necesita, por eso es rotunda: «No hay ningún mérito en mí en cómo vivo con mis padres, el mérito está en cómo viven ellos conmigo. Y cómo han asumido el hecho de que somos tres adultos conviviendo. Somos compañeros de piso, pero con un grado de afectividad más alto del que puedan tener otros».