Bea Franco: «A los 7 años mi hijo dijo: 'Me quiero morir para volver a nacer niño'»

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MARCOS MÍGUEZ

Martín tiene 12 años y desde que tiene uso de razón «es un niño», aunque haya nacido con sexo gonadal femenino. A los 2 dio las primeras señales y a los 8 se cambió el nombre. Su madre, Bea, cuenta cómo ha vivido toda la transición

16 mar 2023 . Actualizado a las 17:26 h.

Martín tiene 12 años y es un niño feliz. Feliz y valiente, porque esa es, sin duda, la principal cualidad que destaca su madre, Bea Franco, cuando se refiere a él. Hay que ser muy valiente para vivir lo que él ha vivido y mantener su fortaleza intacta. Porque aunque Martín se expresa como un niño con mucho coraje, hasta llegar a este punto ha hecho una travesía. Ha sufrido mucho. Y junto a él, su madre, que lo ha acompañado siempre en un proceso que es duro y largo. Hace 12 años, en el mes de octubre del 2010, Bea tuvo un parto gemelar del que nacieron dos personas con sexo gonadal femenino. Pasó el tiempo, y más o menos cuando los bebés tenían 2 años, uno de esos seres humanos chiquitines ya exteriorizó que algo no encajaba. «Recuerdo que me dijo: ‘¿Te gustaría tener un niño, mamá?», hace memoria Bea. Ahí Martín, que aún se llamaba con un nombre que no correspondía a su identidad, empezó a dar señales de que era un niño. Su hermana no manifestaba las mismas conductas y eso hizo empezar a sospechar a Bea que algo no acababa de cuajar. «Martín era un niño muy tímido, muy retraído, y como madre, yo ya tenía la mosca detrás de la oreja, como se dice coloquialmente. Te pongo un ejemplo: cuando era algo mayor, con 4 o 5 años, en una fiesta de la espuma lo vi poniéndose barba con la espuma. Siempre vestía como un niño, porque en eso le hemos dado toda la libertad y era de los que querían jugar al fútbol», cuenta Bea.

Sus comportamientos entraban dentro de lo que comúnmente se asocia a lo masculino, pero Bea tampoco sabía exactamente qué sentía y cómo se iba a expresar Martín en realidad, si bien ella ya veía que no se trataba de algo que fuera una etapa. «Nadie tiene una etapa tan larga», concluye. Cuando él tenía unos 7 años se abrió en canal con una frase que a Bea le dolió como una daga en el pecho: «Me quiero morir para volver a ser niño». «Se lo dijo a mi madre y a partir de ese momento no pude dejar de culparme —expresa Bea— por no haberlo visto antes, yo pensaba que no lo había ayudado lo suficiente, tenía miedo por si había estado sufriendo sin mi amparo», se quiebra. A esa edad, en torno a los 7 u 8 años, él ya dijo que se sentía claramente un niño. Mejor dicho: que era un niño. «Nos lo contó a su hermana y a mí, y a partir de ese momento yo le dije: ‘Bueno, ¿y cómo quieres que te tratemos? Porque no tienes nombre y el que elijas será importante; a partir de ahora será con el que te identifiques. Y se puso Martín», relata Bea.

Con la misma naturalidad quea él lo reveló, así fue cómo se presentó en casa de los abuelos maternos. «Yo lo acompañé a ver a mis padres a una casa donde estaban pasando el verano, y lo único que les dije fue: ‘Este es Martín’». «Fue todo muy fácil porque era evidente, ya lo veíamos todos, y eso de que la gente mayor no entiende es mentira, para mis padres es su nieto y punto. Lo único que importa es que lo quieren y lo cuidan como el niño que es», indica Bea. Para la familia fue un alivio hacer esa transición, pero en especial para Martín, que así me lo cuenta: «Yo lo supe dentro de mí desde que tengo uso de razón, pero cuando ya me puse Martín me sentí muy bien, porque por fin me sentía identificado con quien era». No se puede explicar mejor.

ALGÚN EPISODIO DURO

Entre idas y venidas, Martín tuvo que ir al psicólogo por miedos e inseguridades, pero su madre siempre le ha dado un consejo para que se lo grabe a fuego: «Siempre le digo que no agache la cabeza nunca, que no se quede, y si hay alguien que lo trata con un nombre con el que no se identifica, tiene que responder. No tiene que callarse y aguantar». Bea siempre le ha querido dar esa seguridad para evitar más sufrimiento, pero Martín ha pasado algún episodio duro. «Hace poco un niño para fastidiarme me estuvo llamando con un nombre con el que no me identifico, pero yo se lo dije a la directora del instituto y se arregló». Bea no tiene más que palabras de elogio para el centro en el que estudia Martín, el IES Blanco Amor, si bien el camino no ha sido recto: «Remueven cielo y tierra, es impresionante, están muy pendientes de mi hijo».

Ahora Martín, con 12 años, tiene el DNI con su nombre desde hace un tiempo y asiste cuando le toca al endocrinólogo para vigilar su crecimiento. No está hormonado, pero le han dado los bloqueadores para frenar su desarrollo. «A diferencia de su hermana —cuenta Bea— él está como un bebé, el poder de la mente es increíble, y como los niños desarrollan más tarde, él va lento. El cuerpo sigue siendo de niño, aún no le ha llegado la explosión», apunta Bea, para añadir: «A Martín no le importa quedarse más bajo, pero no quiere verse con caderas anchas o con pecho, no es capaz de imaginarse así, no puede pensar en ese desarrollo porque para él eso es traumático». Bea quiere ir paso a paso, acompañando a su hijo en todo el proceso según él vaya sugiriendo y necesitando. «Hablamos de la hormonación, de que hay que informarse bien, pero la última decisión será suya. Yo no puedo pensar más allá, porque nunca se sabe. Ya cuando tenga 16 o 18 años iremos viendo lo que él desea», insiste.

Si tiene que volver atrás y recordar un mal momento, Bea cree que fue el desprecio o la discriminación que sufrió cuando Martín quería jugar al fútbol. «En el club se portaron muy bien y conseguí que le hicieran una licencia especial federativa, como habían hecho con la jugadora madrileña Valentina Berr. El niño estaba emocionadísimo por jugar, me pidió que le cortara el pelo, estaba con todo listo, pero el entrenador no lo convocó dos fines de semana consecutivos y no jugó. Me dolió muchísimo, son detalles y momentos en que no sabes cómo quitarle el sufrimiento», dice.

Bea en estos años se informó primero en la asociación Chrysallis y después en Arelas, donde ha compartido experiencias. Cuando le pregunto si ha sentido rechazo por parte de la gente o críticas, ella responde con claridad: «A todos les prestaría los zapatos de Martín. Es una realidad que le ha tocado a mi hijo y a mí como su representante legal. Yo no quiero protagonismo, me he limitado a acompañarlo, no lo he animado ni lo he frenado en nada. Solo quiero darle seguridad y amparo, claro, pero sobre todo herramientas para que se defienda porque yo no voy a estar pegada a él». Y Martín, que es todo amor, le da un enorme abrazo.