Ana Carretero, becaria a los 50: «Después de hacer el máster, nadie me cogía para las prácticas»

ALEJANDRA CEBALLOS LÓPEZ / S.F.

YES

Hizo dos másters con la intención de reincorporarse en el mercado laboral, pero sigue sin empleo. «No tiro la toalla», dice

04 mar 2023 . Actualizado a las 10:12 h.

Ana Isabel Carretero Gómez (Talavera de la Reina, 1966) es licenciada en Filología Inglesa. Hace 24 años comenzó a hacer un doctorado, pero, por razones personales, tuvo que desistir. En ese momento decidió priorizar su vida familiar. En el 2016, 17 años después de estar alejada de las oficinas, Ana decidió hacer un máster para volver a incorporarse al mundo laboral. Desde eso ha pasado por prácticas sin remunerar, un nuevo máster y más prácticas.

Cuando tenía 33 años, cursaba un posgrado en su área de conocimiento. Sin embargo, su marido tenía un trabajo en otra ciudad y ella decidió que lo mejor era irse con él. «Estaba haciendo el doctorado y me pagaban muy poco, además, íbamos a tener que mantener dos viviendas, sin mencionar el coste de los viajes constantes. Ya no era cuestión de machismo o feminismo, sino de que no nos hubieran dado las cuentas, así que dejé el posgrado y me fui a vivir con él», argumenta.

«Luego ocurrieron una serie de cuestiones a nivel personal y cuando se solucionaron era muy tarde para volver a trabajar», explica Ana, quien hace siete años se reincorporó al mundo de la academia. Hizo cursos de agente de viajes, secretaria de alta dirección, y cuando nada de esto la llevó a conseguir un trabajo, decidió hacer un máster en Dirección de Comunicación Corporativa.

«Llevaba muchos años sin trabajar, así que lo sentí como una manera de reciclarme haciendo algo que me gustara y en lo que pudiera emplear las competencias que había adquirido durante mucho tiempo», fue su pensamiento en el 2016. Sin embargo, no fue tan sencillo como ella esperaba. «Una persona que no trabaja durante muchos años, está haciendo otras cosas, la vida te da muchas competencias, que no te da un máster, pero no se valora. Los empresarios lo malinterpretan como que te estás tocando las narices el tiempo que estuviste sin empleo», manifiesta.

A pesar de haber terminado el máster con buenas calificaciones, no logró encontrar prácticas. «Me exigían 200 horas de prácticas, pero la universidad me dijo que me buscara la vida porque no encontraban una empresa para mí. Con 52 años no me quería nadie. Los 9.000 euros, 10.000, 12.000 o incluso más que pagas por el máster no valen absolutamente para nada. Para qué si después tendré que buscarme la vida», se cuestiona.

Al final, tuvo que recurrir a un amigo empresario que le permitió hacer las prácticas obligatorias. Sin embargo, no era una empresa muy grande, así que no pudieron pagarle un salario, ni mantener su puesto de trabajo al finalizar ese período.

El caso de Ana es particular, por tratarse de una persona de más de 50 años, pero reconoce que la realidad de sus compañeros jóvenes tampoco es sencilla. «A pesar de que hay empresas que les pagan bien, 800 o 900 euros al mes, son muy escasas. Muchos terminaron el máster sin cumplir con el tiempo de las prácticas y otros tuvieron que aceptar puestos de nueve de la mañana a tres de la tarde por 150 euros al mes o sin cobrar», denuncia.

Otro caso común, continúa expresando, es el de los becarios que contratan para que realicen tareas que no le gustan a nadie, o para reducir el número real de la plantilla de las organizaciones. «Hay malentendidos intencionados en los que las empresas utilizan estudiantes bien formados para que realicen los trabajos que no quiere nadie, y que muchas veces no tienen nada que ver con su formación», dice.

Ana considera que las prácticas son fundamentales para conseguir experiencia, sin embargo, insiste en que están mal enfocadas. «En primer lugar, les dan a los chicos prácticas de nueve meses, pero luego les exigen experiencia de dos años para su primer trabajo. Por otro lado, no cobran un duro, prácticamente terminan pagando para poder trabajar y eso no les garantiza una continuidad laboral en ese o en otros lugares. En mi caso, al menos había un salario de respaldo, pero muchos no lo tienen», expresa.

 Segundo «round»

A pesar de las dificultades que supuso el primer máster, Ana decidió no rendirse. «Pensaba que al estar tanto tiempo fuera del mercado laboral, iba a ser muy complejo volver a empezar, pero me sentí muy suelta y capacitada, así que decidí hacer otro máster para seguir en la búsqueda de empleo», narra.

Se inscribió en uno de Protocolo y Organización de Eventos, pero tampoco tuvo tanta suerte como esperaba. «El protocolo sí exige algunas competencias que solo adquieres por edad, entonces, me llamaron de las primeras para hacer las prácticas, pero, al final, tampoco conseguí un empleo», expone.

En este segundo posgrado, reconoce, estuvo en contacto con algunas personas del mundo del protocolo y tuvo prácticas remuneradas, «pero siempre por horas, muchas veces quieren que seas una azafata en un evento, cuando deberías poder implicarte, al menos un poco, en la organización de este, es para lo que te has formado», dice.

Tampoco logró conseguir un empleo. Siente que no valió la pena la inversión. «A nivel conocimiento no perdí el tiempo, pero a nivel de empleo, sí. Quizá sea mejor hacer una FP antes de gastarte el dinero en un máster. Es una inversión muy grande para las oportunidades que te ofrecen», acota.

Reconoce que se arrepiente de haber salido tanto tiempo del mercado laboral. «En otras circunstancias existe la posibilidad de volver a insertarte, pero en España no», se lamenta.

Sin embargo, no pierde la esperanza. Estar empleada representa mucho más que lo económico, que ella, por suerte, tiene cubierto. «Es la confianza en ti misma, la seguridad, el ver que eres útil. Implica muchísimas cosas el tener trabajo», dice. Así que mientras encuentra una empresa que valore sus competencias, colabora como voluntaria en la Asociación Española de Protocolo.

Se sigue formando para mejorar las habilidades tecnológicas que tanto reclaman los empresarios y conserva la ilusión de encontrar un empleo, en una empresa o ayuntamiento pequeño en el que pueda encajar. «No tiro la toalla porque me gusta y estoy segura de que puedo», concluye convencida.