Prada A Tope, de vender botas camperas a situar El Bierzo en el mundo

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Santi M. Amil

Siempre al máximo. Empezó a trabajar con 15 años y desde entonces no ha parado de idear formas con las que poner en valor la naturaleza y los productos de su Cacabelos natal

08 mar 2023 . Actualizado a las 20:12 h.

José Luis Prada (León, 1945) ha vivido muchas vidas en una sola. A sus 78 años ha estado casado dos veces, tiene cuatro hijos y un imperio de lo artesanal a sus espaldas, Prada A Tope. Es alegre, contundente y enérgico. Dice lo que piensa sin tapujos y hace siempre lo que le parece que es mejor. Repite mucho la palabra inconmensurable, con la que le gusta definir su vida y todo lo bueno que ha cosechado hasta hoy. «Inconmensurable es el sabor de las castañas que elaboramos, de nuestros vinos y también lo es la belleza de este paisaje», dice mirando a unas cuantas hectáreas de viñedos, visibles desde cualquiera de las catorce habitaciones que tiene el Palacio de Canedo, una casa rural que reformó en Cacabelos, un municipio de la provincia de León. Este berciano, gallego de adopción por la proximidad de las dos tierras y por el origen de su padre —era de Cervantes (Lugo)—, tiene una peculiaridad que destaca por encima del resto: es feliz por estar en paz, por no haberse quedado nunca con las ganas. Para entender su historia es mejor empezar por el principio.

Hijo de madre asturiana y padre lucense, Prada nació en Cacabelos, un pequeño municipio de El Bierzo, en la provincia de León. Define su infancia como «chunga» no por infeliz, sino porque le tocó empezar a trabajar y olvidarse de ser niño demasiado pronto. Con 9 años ya acompañaba a sus padres a vender uvas en la plaza de abastos de Lugo. Luego llegó la promoción del vino de su tierra. A los 15, cuando empezaban a asomarle los pelos del bigote, su seña de identidad que todavía conserva, regentaba una pequeña zapatería. «Empecé a trabajar duro en esa tienda, que se hizo conocida por sus botas camperas. De hecho, en esos años yo ya era un adelantado, parecía recién salido de Carnaby Street, en Londres», recuerda. Ese fue uno de los viajes que hizo, junto a su séquito de amigos, pero ya de veinteañero. Antes, en el 72, constituyó su propia marca, Prada A Tope, cuyo logotipo es una imagen digitalizada de él mismo en aquel momento, con patillas, bigote y gafas de sol. Cincuenta años después, mantiene exactamente el mismo emblema. El A Tope es su peculiar manera de entender la vida y de hacer las cosas desde crío. Lo define así: «Significa hacerlo todo, desde el trabajo a cualquier actividad personal, entregando el máximo. Pero hay un punto límite porque si estás a tope y te pasas, se fastidió. Tiene que ser con xeito, como se dice en Galicia». Entre el «a tope» y el «con xeito» está la clave. «En esa línea es donde estriba el éxito y la felicidad. La percepción que tiene la gente de esto es normalmente el dinero y la riqueza, y bueno, se confunden. Yo nunca tuve una peseta; simplemente hago lo que me gusta, porque me mueve y me apetece, así que se podría decir que soy un egoísta innato. Por suerte, luego todo lo que monto le gusta a los demás y eso ya es una maravilla absoluta», explica.

Santi M. Amil

Tarros de cerezas

Con su marca empezó embotellando en tarros las cerezas excedentes que había en El Bierzo. Solo el primer año hizo 3.000 y los vendió todos. En el 74 comenzó con la producción y envasado de pimientos, asados con leña, esterilizados al baño maría y aderezados con un toque de limón. Se convirtió en uno de sus grandes éxitos. Tras esto llegó el cultivo de viñedos, que dieron su primer vino en el 75. «Hoy tenemos treinta hectáreas de producción ecológica con las que se da vida a diez etiquetas diferentes», afirma.

Tras el vino llegaron las castañas en almíbar denso, uno de los manjares artesanales que tarda más de un día en cocinarse; también los higos agridulces, las mermeladas y los membrillos. Ahora hasta elabora Xamprada, un espumoso que es su propia versión del champán. «Lo que no hago es rascarla. Voy mejorando y sumando cosas, porque creo que esa es la única manera de crecer», confiesa.

Santi M. Amil

En 1987 llegó uno de sus proyectos más ambiciosos, la compra del Palacio de Canedo, una construcción de 1700 en ruinas, con su bodega y los terrenos que la rodeaban. Apoyado en un equipo de cientos de personas, restauró el lugar, entre 1997 y el 2001, cuando se inauguró como restaurante, hotel y tienda. En él está todo cuidadosamente pensado. «Para mí los detalles son los que marcan la diferencia», dice Prada. Y en su templo, en el Palacio de Canedo, todo está salpicado de ellos: desde la madera de roble que recubre los inodoros hasta las celosías del techo del salón principal, diseñadas con láser con formas árabes. Tiene muy claro el objetivo. «Queremos que el que venga de fuera se reencuentre con la idiosincrasia, con el origen y la identidad del pueblo», admite. Por eso todo lo que hacen es artesanal, original, único y hecho a mano. Y eso es algo que conquista a miles de personas al año, que se acercan para disfrutar tanto de una degustación de cocina tradicional en el restaurante, como de una estancia en cualquiera de las habitaciones. Todos los cuartos tienen vistas a los viñedos para mantener esa conexión a la tierra y, de hecho, en el palacio también se organizan visitas para descubrir las vides y las bodegas. Aunque siempre está en el complejo, Prada casi nunca come en el restaurante por una sencilla razón: si se queda, se pasa el rato entre las mesas y no come. Todos preguntan por él. «¡Cómo no dedicar mi tiempo a conocer a personas que vienen desde Barcelona, desde Madrid o desde A Coruña solo para ver esto!», exclama. La mayoría de productos que exporta se van a Suiza y a Estados Unidos, donde sus vinos y sus castañas en almíbar son auténticos manjares.

Alcalde de Cacabelos

Prada asentó todo su imperio en su pueblo. Llegó a ser alcalde de Cacabelos y presidente del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Bierzo. También junto a su primera mujer, con quien celebró una boda para mil niños, descubrió algunos de los lugares más exóticos y sofisticados del planeta. «Siempre me gustó escuchar a los chavales del pueblo y darles, en la medida que pudiese, todo lo necesario para una infancia feliz», asegura Prada, que perdió a su padre a los 19. «Ahí empecé a ser adulto de verdad, el hombre de la casa», confiesa.

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Ahora con su actual esposa, Flor Bonet, el empresario berciano sigue viajando a ciudades en las que juntos se empapan de otras culturas como en Nueva York, Abu Dabi o Marrakech. La finalidad siempre es coger nuevas ideas, que le permitan seguir creciendo y aportando a Cacabelos. ¿La última? El bosque didáctico de Prada. Una enorme arboleda de diez hectáreas en la que ha plantado 53 variedades diferentes. «Quería poner en valor el planeta y que los niños de las escuelas de la zona puedan conocer estas especies de árboles», comenta.

Prada valora su herencia lucense, de la que se siente orgulloso. «Falo galego todos os días e encántame ler a Ferrín, a Otero e a Cunqueiro. Pienso que Galicia y El Bierzo estamos relacionados y unidos y me gusta verlo así, además», termina.