Dandara: «Me escapé de una mafia y logré sobrevivir al tráfico de mujeres»

ALEJANDRA CEBALLOS / S.F.

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Salió de Brasil consciente de que trabajaría en la prostitución, pero jamás se imaginó las condiciones reales en las que viviría. «Comencé a consumir alcohol y drogas para soportarlo», asegura desde Madrid, donde ha comenzado su nueva vida

15 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Dandara Batista Soares de Melo (1977) nació en Campo Azul, una población de 3.000 habitantes en el oeste de Brasil, pero ella quería más. «Era un poblado muy pequeño para mí, yo quería volar alto», dice.

Su nombre al nacer fue Cloves, era hombre, pero ni su lugar de nacimiento ni sus genitales se adaptaban a lo que sentía. Cuando cumplió 10 años se fue para Corazón de Jesús a trabajar en el servicio doméstico y vender dulces en las calles y a los 14 se marchó para São Paulo. «Trabajé de ayudante de construcción civil, también hacía muebles, fui electricista, hice un curso de peluquería y estudié teatro. Después me mudé a Río de Janeiro con la esperanza de tener una vida de actriz», relata. Por aquel entonces tenía 18 años y la ilusión de ser famosa en una de las urbes más representativas de su país. Pero la fama nunca llegó. En lugar de eso, Dandara terminó ejerciendo la prostitución en las calles.

En ese entonces conoció a algunas chicas trans y se dio cuenta de que eso era lo que quería. «Yo siempre me había sentido una mujer, jugaba con muñecas y era muy femenina, pero lo que me hizo tomar la decisión fue que mis amigas sí parecían deseables para otros hombres y yo no. Entonces me puse pechos. No teníamos dinero para ponernos la silicona, así que utilizábamos una clase de gel o aceite que nos inyectábamos en el pecho y en el culo. Los primeros años no me causó problemas, pero eso se va incrustando en el cuerpo y es muy costoso extraerlo», explica. También se dejó crecer el cabello y comenzó a tomar hormonas, sin ninguna guía médica para hacerlo.

Los días en la metrópoli siguieron complicándose. Mientras trabajaba en las calles, veía cómo las chicas que ejercían la prostitución en el extranjero vivían mucho mejor. «Tú las veías en cochazos. Me convencí de que quería eso, de que quería venir a Europa», dice.

El negocio consistía en pagar 15.000 euros a unas personas en Brasil que se encargarían de conseguirle un pasaporte y llevarla a Italia. «Yo me imaginaba que llegarían, que habría una especie de alfombra roja y comenzaría a trabajar», recuerda. Pero el sueño no tardó mucho en volverse pesadilla.

El 16 de octubre del 2006 Dandara llegó a Italia y quienes la esperaban en el aeropuerto le retiraron el pasaporte, la montaron en un coche y la internaron en un hotel en Viareggio. «Dormíamos ocho chicas en cada habitación en condiciones muy precarias. Los lugares donde trabajábamos estaban impecables, pero nosotras vivíamos muy mal», relata.

En ese mismo hotel vivía la encargada de cuidarlas, quien además custodiaba los pasaportes. Así que consiguió un contacto en Zaragoza y junto con otras cuatro chicas, escaparon una madrugada. «Al final huimos de una mafia, pero llegué a otra. Parecía una pesadilla de la que no podía escapar», dice. Trabajó como prostituta en Mallorca, Bilbao, Madrid, León y en algún momento llegó a Galicia.

«Fue un período en el que estuve hundida. Trabajábamos en casas donde el propietario se quedaba con la mitad de nuestro dinero y nos daban el resto a nosotras. Me obligaban a tener hasta más de 20 clientes al día. Los que administraban los lugares se quedaban fuera de la puerta para controlar el tiempo. Yo estaba tan cansada que empecé a consumir alcohol y drogas, era la única forma de soportarlo», recuerda.

En el 2014 hubo una redada de la policía en una de las casas en las que trabajó en Galicia y ahí fue libre. Estuvo en un tratamiento psiquiátrico y, con la documentación de que había sido víctima de trata de personas, logró la autorización necesaria para estar dos años más en España, pero necesitaba volver a su casa. «Todo el tiempo sentía que había gente siguiéndome, o que me iban a matar. Estaba muy mal y necesitaba apoyo. La psiquiatra me dijo que lo mejor era que fuera a mi casa, así que volví a Brasil durante un año, con mi familia», relata.

Pero en su país tampoco estaba a salvo. Brasil es el país con mayor número de asesinatos de personas trans del mundo —125 en el 2021, según datos de Transrespeto versus Transfobia—. Así que al final, en medio de amenazas y miedo, decidió regresar a España. «Las chicas trans en mi país pagan muy caro para venir a Europa, pero lo hacen para huir de la violencia. Saben que van a estar jodidas, pero prefieren estarlo en Europa que con sus vidas en riesgo, es un pacto con el diablo», reflexiona.

Regresó con las esperanzas renovadas, pero sin estar preparada para el mercado laboral. Siguió trabajando como prostituta, sin embargo, ya no le pagaba la mitad a los administradores, sino una cuota de entre 150 y 200 euros semanales por el alquiler de una habitación donde trabajaba.

 Una nueva vida

Como si fuera obra de un milagro, Dandara huyó de donde estaba. «Yo creí que no podría salir de ahí, pero quería algo distinto. Yo creo mucho en Dios, y una noche, a las tres de la mañana, le pregunté: ‘¿En un país tan grande, con tantas personas, será imposible encontrar una oportunidad de trabajo?’», recuerda. Así que se armó de fe y ese día fue a la iglesia, en medio de un mar de lágrimas la encontró una pontevedresa que le ofreció trabajo en su restaurante. Era su oportunidad. No resultó como esperaba, pero fue el puente que Dandara necesitó para salir del mundo hostil en el que llevaba casi toda su vida.

También llegó a Ecos do Sur, donde la asesoraron para que siguiera adelante con su vida. «No sé qué sería de mi vida sin ellos. Estuve cinco meses trabajando gratis en ese restaurante y todo ese tiempo ellos me ayudaron con mi documentación, guía psicológica, una trabajadora social y pagaron el alquiler y la alimentación», recuerda agradecida.

Hizo varios cursos: de informática, otros para insertarse en el mercado laboral y, finalmente, encontró en redes sociales una oferta en Zenith Brunch, un restaurante que le abrió las puertas. «En Facebook decía que estaban buscando una ayudante de cocina y me presenté. Les dije que me mudaba a Madrid si ellos me contrataban y me dijeron que sí. Pero aún no había confesado que era trans, tenía mucho miedo; por esa razón muchas personas me habían rechazado antes, pero cuando les expliqué me respondieron: ‘A nosotros lo único que nos importa es que seas una buena cocinera’», relata con cariño.

Así que en marzo del 2022 se mudó a Madrid. Ahora vive tranquila con su sobrina y conserva la esperanza de encontrar el amor de verdad, a alguien que valore la persona que hay dentro, más allá de su cuerpo. Tiene un trabajo que le gusta, es ayudante de cocina y se ha convencido de que es posible volver a empezar. «Aquí somos cuarenta personas y solo hay respeto y admiración, nos tratan de una manera increíble», sentencia, por fin, en paz.