Raquel Alonso, exmujer de un yihadista: «Mi exmarido le enseñaba a mi hijo vídeos de decapitaciones»

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Casada con el enemigo. Eso es lo que experimentó esta madrileña que estuvo conviviendo 20 años con una persona que, de un día para otro, se radicalizó: «En apenas cuatro meses», dice. Desde hace once años sufre amenazas, agresiones e incluso la intentaron sacar de la carretera hasta en tres ocasiones

06 feb 2023 . Actualizado a las 19:09 h.

Raquel es una luchadora. Ella sola ha sido capaz de plantarle cara a su marido y a toda una célula yihadista, la brigada Al Ándalus —entre los que estaban los maridos de las españolas Yolanda Martínez y Luna Fernández (Omar El Harchi y Mohamed El Amin Aabou), repatriadas hace un mes de Siria—. Raquel declaró contra esta célula yihadista en la Audiencia Nacional. Su exmarido, Nabil Benazzou, y los otros ocho integrantes fueron arrestados en el 2014. Pero el pasado mes de junio, Nabil salió en libertad del penal pontevedrés de A Lama, tras cumplir condena por integración en organización terrorista. Se le atribuyen labores de captación, radicalización, adoctrinamiento, financiación y envío de voluntarios para operaciones del Estado Islámico. Pero según cuenta Raquel, en el libro Casada con el enemigo, su radicalización fue en apenas unos meses. Él antes era un marido y un padre normal.

«Lo conocí en una discoteca cerca de la glorieta de Bilbao, en Madrid. Donde solíamos ir muchos jóvenes», y nada le hizo sospechar que pudiera ser una persona radical, todo lo contrario: «Él es de Marruecos, pero bebía, fumaba, salía por la noche... Éramos una pareja normal. Empezamos a salir hasta que decidimos casarnos. Y lo hicimos por amor, pura y llanamente».

Y, al principio, todo fue estupendamente. «Disfrutamos de nuestro matrimonio, tuvimos dos hijos en común y estuvimos 20 años casados. No tuvimos ningún problema hasta que falleció su padre. Además, él nunca había ido a una mezquita ni rezaba. Con lo único que cumplía era con el ramadán y que creía que Alá es el único Dios, y Mohamed, su profeta. Nada más». Pero la muerte de su progenitor le hizo acercarse a la mezquita de la M-30 y ahí comenzaron sus problemas: «Me dijo que quería ir para estar con el alma de su padre. Lo vi totalmente normal. Y ahí fue captado por la célula yihadista, la autodenominada brigada Al Ándalus».

De forma sutil

Los cambios comenzaron de manera sutil: «El primer día te dice: ‘No podemos tener alcohol en casa porque eso está prohibido'. Empezó en un tono muy empático, pero eran restricciones que no tenían ningún sentido: ‘Es que los niños tienen que ser musulmanes, tienen que ir a la mezquita a aprender árabe, tienen que rezar las cinco oraciones...'. Empiezo a ver un cambio en él. Se aleja de sus amigos de siempre, empieza a ir a la mezquita continuamente, se aísla socialmente, empieza a cambiar de aspecto, también su discurso y lo vuelve radical...». Y comienzan las restricciones en el ámbito doméstico: «Hasta que un día bajé con la niña a por el pan y cuando volví vi que mi hijo [entonces tenía 12 años] tenía la cara descompuesta. Cuando él se marchó a la mezquita, le pregunté qué le pasaba y me dijo que su padre le había estado enseñando vídeos de decapitaciones y de cómo se inmolan los jóvenes. Y que él le pedía que no le enseñara más imágenes, pero que le decía que ya era un hombre y que tenía que conocer y saber. Ahí empecé a ver que no era un problema religioso, que había mucho más». Además, explica que en esa época no tenía un conocimiento profundo del tema: «De yihadismo no sabíamos absolutamente nada. Piensa que la de ellos fue la primera célula detenida en España». Y reconoce que, a partir de ese momento, consultó a una abogada para divorciarse: «No podía seguir soportando ese infierno». «Todo eran restricciones. No puedes tener alcohol en casa, no te puedes pintar las uñas, no puedes ir maquillada, no puedes vestir así, que a la niña le pusiera pantalones en lugar de la falda del uniforme... Yo soy zurda y tenía que hacerlo todo con la mano derecha, tenía que cumplir con mis cinco oraciones, hacer ramadán...», comenta. Hasta el punto de tener que cambiar ella también en todo: «Fingí una conversión al islam con el fin de que se centrara en mí y dejara en paz a los niños. En cuatro meses se radicalizó. Para mí fue todo un infierno. Tuve que renunciar a mis valores y cumplir una serie de normas radicales, muy extremistas, que van en contra de mis propios pensamientos como mujer. Yo siempre fui una mujer independiente», comenta Raquel, que fundó la Asociación contra el Radicalismo Extremista y Víctimas Indirectas (Acreavi) para ayudar a las mujeres que están en su misma situación, que hay más de las que creemos, y que muchas veces se niegan a denunciar por las consecuencias que conlleva.

Las cosas se empezaron a poner muy feas, hasta el punto de que un día salieron a comer fuera y ella vio que los seguían cuatro coches: «Me dijo que la policía era muy racista en España y que a todos los que iban a la mezquita les seguían. Pero yo le dije que ese argumento no tenía ninguna validez. Y quise ir a denunciarlo. Le dije que, independientemente de lo que estuviera haciendo, que no quería saberlo, que no me salpicara ni a mí ni a mis hijos», explica. Cuando lo denunció, una agente le explicó que su marido estaba siendo investigado: «A los quince días fue detenido. Llegaron los geos, hicieron una operación conjunta en los domicilios de todos. Y empezó mi calvario. Pensé que ahí se acababa la historia, pero no. Me llamaron a testificar contra ellos y contra la célula y, llámalo venganza o represalias, pero empezaron las amenazas, las agresiones... Yo también solicité que se le retirara la patria potestad en concepto de yihadismo y lo conseguí. Fue una sentencia pionera en Europa. Con lo cual, se agravó todo más», relata.

Tres agresiones 

«He recibido cartas amenazantes en mi buzón, la última este mismo verano, he sufrido tres agresiones, dos de ellas me llevaron al hospital. Me han intentado sacar tres veces de la carretera... Y es verdad que conseguí que nos pusieran protección cerca de un año. Pero cuando empecé el proceso de la patria potestad, se alegó que era un problema de violencia de género y nos la retiraron», comenta Raquel, que le parece inaudito que se considere así, cuando su exmarido estaba en prisión. «Las agresiones que me llevaron al hospital las cometieron dos encapuchados en nombre de Alá. Y en las amenazas me dicen: ‘Cállate, infiel; déjanos tranquilos; deja de poner denuncias...' Han sido tantas. Yo he interpuesto 52 denuncias», aclara.

Ahora su exmarido está en libertad y reconoce que sigue teniendo miedo por lo que le pueda ocurrir y porque las condiciones de seguridad que tiene son muy precarias. Aun así, toma todas las precauciones que puede: «Llevamos once años de amenazas, de agresiones, de cambios de domicilio, de cambios en el colegio de los niños y ellos tienen secuelas desde que su padre empezó a cambiar». «Es una vida de infierno, de incertidumbre», dice, pero no se rinde. Tras montar la asociación, vio que su caso no era el único, y cree que «hay que visibilizar las amenazas porque si no, no avanzaremos». Sabe que no puede salvar el mundo, pero «sí poner un granito de arena»: «Si mi experiencia puede servir para ayudar a otras personas, voy a seguir haciéndolo».