Carola García-Calvo, investigadora: «Entre las españolas yihadistas hay mujeres bien insertadas en la sociedad»

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Real Instituto Elcano

Qué las lleva a radicalizarse, cuántas condenadas hay en nuestro país y cuál es su perfil. Esta experta en terrorismo global explica cómo son las novias de la yihad. «Todavía estamos en un nivel de riesgo alto de atentado», dice días antes de que un hombre asesinara a un sacristán en Algeciras al grito de «Alá es grande»

26 ene 2023 . Actualizado a las 23:01 h.

Yolanda García y Luna Fernández son las últimas españolas yihadistas repatriadas y que se enfrentarán a la Justicia. Pero no son las únicas que se han radicalizado. Hablamos con Carola García-Calvo (Ourense, 1978) sobre cómo se produce ese proceso y en qué situación de amenaza real está España. Esta gallega, afincada en Madrid, es investigadora del Real Instituto Elcano, especializada en radicalización violenta y terrorismo global, y realiza un análisis minucioso sobre el perfil de este tipo de mujeres que abrazan el yihadismo. También nos habla del riesgo de sufrir un atentado yihadista en nuestro país, días antes de que un hombre asesinara a un sacristán en Algeciras al grito de «Alá es grande».

—¿Cada vez hay más casos de mujeres españolas que se radicalizan?

—En el verano del 2014 se produjo la detención de dos mujeres tratando de cruzar la frontera hacia Marruecos, donde las esperaban unos pasadores que las trasladarían al califato. Una de ellas era menor de edad, de 14 años, que quería casarse allí con un yihadista. Hasta ese momento ninguna mujer había sido detenida en nuestro país por delitos de terrorismo yihadista. Desde entonces y hasta el 2019, son una veintena las condenadas. Algunas son retornadas de Siria y otras habían iniciado el viaje al califato, pero en algún momento fueron interceptadas. También hay mujeres que permanecieron en zona de conflicto. Y son otra veintena, entre las que se encontraban estas dos repatriadas. Es un fenómeno relativamente reciente y vinculado al conflicto de Siria.

—¿Por qué se produce esta movilización de mujeres?

—Es en la emergencia del Estado Islámico y en el establecimiento del califato, cuando las mujeres se movilizan en Europa a favor de este grupo yihadista. En ese momento [2014], ese grupo hace un llamamiento explícito a las mujeres para contribuir a la expansión del califato. Y se ve la respuesta. Se calcula que en torno al 15 % de los movilizados desde Europa eran mujeres. Son unas 500 o 600. Y vemos algunas características que nos llaman la atención.

—¿Por ejemplo?

—Hay mujeres musulmanas de origen, pero también hay conversas. Es decir, mujeres que, sin ningún bagaje en ese sentido, se radicalizan en la ideología yihadista, que nada tiene que ver con el Islam, sino que es una versión tergiversada, una ideología que abanderan grupos como Al Qaida o el Estado Islámico. Si las comparamos con los hombres, ellas son más jóvenes. Según los casos que se han dado en España, son unos cinco años más jóvenes. En torno al 75 % de las condenadas en España tienen entre 18 y 26 años. Y es verdad que también hay un mayor número de conversas que entre los hombres. Mientras una cuarta parte de los varones tienen antecedentes penales, en el caso de las mujeres ninguna los tenía. Otro dato interesante es que se radicalizan en mayor medida a través de internet y de las redes sociales.

—¿Y qué les lleva a ello?

—Las motivaciones coinciden con las de los hombres, como la sensación de agravio o discriminación. Hay casos de mujeres que quieren vestir la ropa tradicional islámica y cubrirse con el velo y, por esto, sufren episodios de racismo y de islamofobia. Esto genera un sentimiento de rechazo, una crisis y un descontento con occidente. Y lo mismo por cuestiones de su religión o de su color de piel.

—¿Algunas pueden llegar a la radicalización tras haber contraído matrimonio con yihadistas?

—Sí, también vemos motivaciones de tipo romántico. Esa idealización que venden las organizaciones terroristas en sus procesos de captación de casarse en la zona del califato, tener allí a su familia, traer al mundo a la siguiente generación de yihadistas y tener una vida idílica dentro de la ideología y con las leyes propias de este grupo, que es el estricto cumplimiento de la sharía [ley islámica]. Todo responde a una estrategia específica diseñada por el Estado Islámico para captarlas y atraerlas. Estamos hablando de una organización de ambición global, cuyo objetivo era establecer este califato universal y, para eso, las mujeres eran fundamentales. De ellas dependía traer al mundo la siguiente generación de yihadistas, transmitir la ideología, las actitudes, las creencias, es decir, educar a esta nueva generación que contribuiría a la consecución del califato global.

—En el caso de estas dos repatriadas, la familia de una de ellas dijo que se había criado en el barrio de Salamanca y en un colegio católico.

—Muchas veces se tiende a vincular yihadismo con exclusión social, pobreza, falta de educación... En los análisis que hemos hecho, en base a las condenadas, vemos que eso no es totalmente cierto. Son mujeres muy jóvenes, pero todas habían alcanzado, al menos, los estudios secundarios. Y si nos fijamos en su situación económica o laboral, es cierto que había casos de familias en situación precaria, pero también hay mujeres de clase media, bien insertadas en la sociedad, en su entorno, que, en un momento dado por una alguna motivación individual, transitan hacia el extremismo violento.

—Entiendo que ese ha sido el caso de, al menos, una de estas dos repatriadas.

—En el caso de las conversas, entre las razones que identificamos, como es el caso de Yolanda Martínez, es la de conocer a una persona musulmana, su pareja, que además era un individuo que ya pertenecía al círculo radical de la mezquita de la M-30 en Madrid. Y que, digamos por amor y para casarse con él, se radicaliza siguiendo a su marido y lo acompaña a Siria. En otros casos de mujeres conversas, hemos detectado etapas de adolescencia rebeldes o conflictivas, crisis personales por la separación de los padres, por situaciones complicadas en casa o por la voluntad de crear una identidad propia, al margen de la que viene dada de su familia. Y también, abusos y violencia sexual previos al proceso de radicalización, aunque estos dos últimos casos no los hemos visto en España, pero sí en otros países como Francia.

—La Justicia las acusa de integración a organización terrorista, ¿no son en cierto modo también víctimas?

—Me voy a ceñir a los hechos y con todas las precauciones porque estas mujeres tienen que ser juzgadas. Ellas ya tenían órdenes de detención internacional cursadas porque habían sido investigadas por actividades de terrorismo en España, dado que sus maridos pertenecían a la brigada Al Ándalus, una célula yihadistas que se desmanteló en Madrid en el verano del 2014 en la operación Gala. Quiero decir que ya estaban en un entorno yihadista. Sus maridos estaban radicalizados e implicados en la captación y envío de combatientes a Siria y eran conocidos por las fuerzas y cuerpos de seguridad por sus ideales radicales y extremistas. Se trasladaron a Siria el mismo año en el que se conforma el califato y permanecieron allí hasta el último reducto de este, en Baguz, donde fueron también las mujeres las que defendieron lo que quedaba de lo que había sido el califato. Ellas estuvieron hasta el final bajo la bandera del Estado Islámico, defendiendo o apoyando el califato.

—¿Más o menos está clara su implicación?

—Un proceso de radicalización siempre implica una parte de manipulación. Y esta organización terrorista diseñó productos muy en sintonía con las inquietudes, los valores y los hábitos de los jóvenes europeos. Conocían muy bien al público al que se dirigían y ya no lo hacían en árabe, sino en inglés o en francés, con unos vídeos profesionales, y un impacto visual muy similar al de cualquier película de acción que les gusta a los jóvenes occidentales. En el caso de estas mujeres, sin embargo, diría que provienen de entornos yihadistas en España, que ya estaban siendo investigadas y que ahora lo importante es saber cuál fue la motivación para trasladarse a una zona de conflicto. Incluso poniendo en riesgo la integridad de sus hijos. Y lo que sí es importante saber es qué hicieron allí desde el 2014 al 2019, que estuvieron bajo la bandera del Estado Islámico.

—Entiendo.

—El traslado al califato ya es una manera de legitimar el proyecto. Además, ser esposa y madre es un rol en sí mismo dentro de la organización terrorista. Sabemos que el rol de las mujeres ha ido evolucionando y han sido muy activas en tareas de captación y radicalización de otras mujeres, también en apoyo logístico. Y en Baguz, las hemos visto portando armas porque muchos combatientes varones habían muerto y fueron las mujeres las que defendieron este último reducto. Es muy importante saber lo que estas mujeres han hecho allí, cuáles han sido sus actividades y, en consecuencia, tendrán que rendir cuentas ante la Justicia.

—Traen trece hijos, que no han visto otra realidad que la del califato.

—El enfoque de los menores es completamente diferente. Ellos son víctimas. Y siempre prevalece el interés del menor. Son los servicios sociales de Madrid quienes se han hecho cargo de ellos y se trata de hacer programas de acompañamiento para resocializarlos y reintegrarlos. Estos niños han estado sometidos a situaciones de violencia y de guerra y no han sido escolarizados. Hay mucho trabajo que hacer y se determinará lo que es mejor para ellos: si estar con sus familias o bajo la custodia de los servicios sociales. En nuestro país no tenemos experiencia, estos son los primeros menores que llegan, pero en otros países europeos llevan tiempo gestionando estas casuísticas. Y los casos de éxito son numerosos.

—¿En qué nivel de alerta terrorista está España?

—Lo establece el Ministerio de Interior. Actualmente, en un nivel cuatro sobre cinco. Estamos en un nivel alto desde el 2015.

—¿Significa que se podría producir otro atentado en cualquier momento?

—Sí. Todavía estamos en un nivel de riesgo alto de comisión de atentado.

—¿Y qué hace una ourensana investigando el terrorismo islamista?

—Llegué a Madrid con 18 años para estudiar Ciencias Políticas en la Complutense y, de alguna manera, decidí que mi vida transcurriera en el ámbito de la investigación. Siempre me interesó la violencia política y los movimientos sociales. Y mi trayectoria me ha ido llevando a especializarme. Llevo ya 15 años trabajando en esto.

—Has vivido atentados graves como el de Las Ramblas, ¿se esperaba algo así?

—Un atentado siempre es la historia de un fracaso. Es muy triste porque sabemos el enorme trabajo que hacen todos los actores implicados en la lucha antiterrorista. En el caso de los atentados del 17A [el de Las Ramblas], un atentado es la suma de la voluntad de alguien de querer cometerlo, disponer de los medios, encontrar la oportunidad y tener suerte. En un contexto como el que vivíamos en el 2017, con un cambio estratégico dictado por la propia organización de actuar en los propios países de origen, pues por sorpresa no, aunque siempre te da un vuelco el corazón. Es una noticia que no quieres oír.

—¿Recuerdas cómo te enteraste?

—Yo estaba en Menduíña, en la playa, con mi familia veraneando. Y cuando me estaba metiendo en el agua empecé a ver que todo el mundo estaba mirando sus móviles. Me salí del agua y me fui a mirar el mío y ya vi la noticia. Eso implicó recoger todo e irme a casa de mis padres, a Ourense, para poder hacer allí un seguimiento y después venirme a Madrid. Pero estando en un nivel de alerta elevado y en aquel momento, inmersos en esa ola terrible de atentados en Europa, tristemente no era una sorpresa. Era una posibilidad y, a veces, ocurre. El riesgo cero es imposible.