Juan Benavides: «Me torturaron, oriné sangre, pero nunca canté»

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BRAIS SUÁREZ

Fue uno de los impulsores de la huelga de 1972 en Vigo, que acabó cambiando la ciudad y fue la primera de muchas protestas contra la dictadura. Él y su mujer, Hortensia, recuerdan cómo vivieron aquella época y en qué quedó todo

15 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Es la víspera de Reyes. El centro abarrotado, el lucerío se va encendiendo, algunos apuran las últimas compras, y otros, las primeras copas, los atascos ganan volumen. Más o menos, lo de todos los años en los barrios periféricos de Vigo, que ni sufren el monstruo navideño ni disfrutan de las renovaciones del centro. Barrios que siguen, también más o menos, como siempre. En esa mezcla de bullicio festivo y monotonía, es sorprendente las historias que puede acoger un bloque de viviendas cualquiera y, a la vez, cómo esas historias son las que en el fondo sostienen la identidad de la ciudad.

 Que todo es cuestión de memoria lo deja claro Juan Benavides cuando empieza su relato por sus orígenes: «Soy oriundo», alude a su condición de extremeño. No importa que haya vivido entre Vigo y Cangas 62 de sus 83 años ni que sus ideas y actividad sindicalista hayan imprimido a esta ciudad una de sus señas características. Para entender hay que volver al inicio, a una infancia en un lugar hostil, con un padre ejecutado por la dictadura y una familia pobre. «Tenía un trabajo muy duro, arreglando carreteras, al sol, frío, lluvia, aquello no era vida», así que aceptó la invitación de un tío suyo, desterrado a Galicia tras 17 años en la cárcel, y llegó a Vigo en 1960, con 21 años. «Empecé a trabajar en una empresa de Madrid, la Casa Corcho, que hacía los montajes para Citroën. A los tres años pasé a la fábrica de coches, que ofrecía mejores condiciones, y donde trabajé hasta 1969, cuando me echaron por ausencias injustificadas», explica, a la vez que apunta la paradoja de que le enviaran la carta de despido a la cárcel.

«Claro, estaba detenido», dice con sarcasmo. «Hacíamos huelgas, protestas, todo lo que podíamos. En esa ocasión, me arrestaron por un piquete de manifestación en las Traviesas».

Entonces ya estaba metido de lleno en la lucha obrera. Cuatro años después de llegar y a través de su tío, contactó con él Carlos Núñez, líder del Partido Comunista en la ciudad, que lo implicó en un movimiento obrero que tomaba forma ideológica y se extendía con un carácter antifranquista: «Solíamos reunirnos en A Madroa o en el Galiñeiro, porque la persecución policial era muy intensa, sabían de nosotros y podían venir en cualquier momento. Una vez, en Redondela, alguien dio el chivatazo y nos sorprendieron seis parejas de la Guardia Civil y conseguimos escaparnos».

En este punto entra en escena Hortensia Otero, su mujer. Llega al salón justo cuando aparece en el relato, durante aquellos años 60 en los que se conocieron, también en casa del tío de Juan. Se sienta en una butaca, en el segundo plano que habitualmente destina la historia a las mujeres de sus personajes y, mientras calceta, va apuntalando los detalles. «Este siempre anduvo escapado», dice. Y Juan continúa: «En las reuniones nos proporcionaban formación política, leíamos muchísimo y también nos visitaban algunos líderes de otros países. Con el tiempo, adquiríamos más responsabilidades y planeábamos cómo organizar a los trabajadores en nuestras fábricas». Quizá sin saberlo, estaban moldeando la historia de la ciudad y de Galicia. De ahí surgirían los primeros movimientos obreros para eclosionar en la huelga de septiembre de 1972 y en la posterior formación de Comisiones Obreras.

Empezaron con la llamada táctica del entrismo, consistente en situarse a cargo del franquista Sindicato Vertical para anularlo desde dentro. «Boicoteábamos su funcionamiento con nuestro voto», explica Benavides, que también recuerda sus visitas frecuentes a Madrid y encuentros con entonces incipientes líderes como el recientemente fallecido Nicolás Redondo o Nicolás Sartorius. En las grandes fábricas como Álvarez, Citroën, Barreras o Vulcano, se formaron grupos de sindicalistas paralelos, las llamadas comisiones que obedecían la doctrina del Partido Comunista y servían de enlace con los trabajadores. «Íbamos a trabajar con ilusión, sabiendo que hacíamos algo por el pueblo. La organización era como una tela de araña, con pocas personas se extendía por todos los sitios, incluso en las comisarías teníamos informadores que nos alertaban si venía alguien». 

LAS FÁBRICAS PARARON

En marzo de 1972, la policía reprimió una gran manifestación de los trabajadores de Bazán, en Ferrol, asesinando a dos de ellos y dejando más de cien heridos. Ese mismo día, las fábricas viguesas pararon en señal de solidaridad y las protestas fueron violentamente neutralizadas. Pero la semilla había germinado. 

Entonces, ya había sido detenido y sabía a lo que se enfrentaba. «Me torturaron mucho, porque sabían que yo sabía muchas cosas, me rompieron el esternón a patadas, salí con los testículos hinchados, oriné sangre, pero nunca canté», dice como si hablara de otra persona. «Una vez fui a visitarlo a la cárcel de Príncipe y hasta me pidió que no le tocara», completa Hortensia, «lo pasamos muy mal, pero siempre estábamos juntos». Lo llegarían a detener tres veces, «en las que solo esperaba que pasaran las 72 horas reglamentarias, tres días y tres noches que había que resistir», explica Juan. «En esos momentos, la gente era muy solidaria», coinciden.

Tanto durante sus detenciones como cuando se quedó sin trabajo, los vecinos de su barrio de San Juan solían dejar pagados algunos alimentos en las tiendas, para casos como este. Más adelante, durante una estancia de tres meses en la cárcel, Hortensia también encontró ayuda para empezar a trabajar como vendedora en las ferias. «El primer día gané 500 pesetiñas y me fue muy bien», recuerda orgullosa de haber sostenido a la familia. «Había mucha solidaridad», recalcan.

Esa solidaridad condujo a la huelga general de septiembre de 1972, que estalló como respuesta a los despidos de cinco trabajadores de Citroën. Durante 15 días, llegó a paralizar a más de 30.000 obreros y se convirtió en un referente internacional de la lucha contra el franquismo. «Quisimos llevarla a todo el país, pero no lo conseguimos», lamenta Benavides. Se contaban decenas de detenidos, la ciudad estaba prácticamente en estado de sitio, paralizada, con hasta 5.000 obreros despedidos. Muchos de ellos fueron readmitidos por pura necesidad de las fábricas.

«A mí me metieron tres meses en la cárcel y, por un indulto, no llegué a cumplir los seis años a los que me condenaron», dice Benavides. Entonces ya trabajaba en Vulcano, pero tras varias detenciones fue despedido y pasó a una «lista negra» que le impidió encontrar trabajo en otras fábricas. Tras la dictadura le otorgaron la invalidez causada por las palizas policiales.

«¿Qué ocurre con los grandes acontecimientos? Quedan fijados en la historia. En cambio, los pequeños, que sin embargo son importantes para el hombre pequeño, desaparecen sin dejar huella», escribía la nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich.

Con Juan y Hortensia, esas dos dimensiones se fusionan. Las fechas y los hechos se diluyen en esta memoria un poco desgastada, o quizá saturada. Pero lo importante es la vigencia de sus conclusiones, las convicciones y los sentimientos. «Fue muy duro, pero no me arrepiento de nada, todo tenía sentido, allí conocí a lo mejor de la sociedad, la solidaridad», dice Benavides, que demuestra que la memoria es, sobre todo, emocional. Por eso piensa con resignación en el presente. «Ya no estoy muy al día, pero noto que retrocedemos, los sindicatos abandonan a la clase obrera y solo piensan en seguir rumiando en su pesebre, con el dinero que les da el Gobierno». Y algo parecido opina sobre la ciudad: «Ahora en Vigo hay poco de socialismo y mucho de populismo», critica. «Abel fue un buen estudiante del Partido Comunista, pero ahora piensa con el estómago y la gente lo sigue».

Quizá esta indagación en el pasado explique el toque artificial de las calles de esa ciudad «con larga trayectoria revolucionaria», pero que «perdió su conciencia de clase», zanja Juan.