Bruno Rieira sufre el síndrome del atracón: «Me comía mis propios sentimientos»

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A este joven de 26 años nadie le enseñó a gestionar la ansiedad y los problemas de la vida. Eso lo llevó a padecer un trastorno de conducta alimentaria del que se trata en un piso terapéutico: «Me daba hasta dos atracones al día», dice

11 dic 2022 . Actualizado a las 10:07 h.

Bruno creció sintiéndose distinto a los demás. No porque lo fuera, sino porque el hecho de no encajar en un grupo determinado le hacía sentirse diferente al resto. «Me costaba socializar, pero al sufrir bullying, todavía me costaba mucho más. Incluso relacionarme con mi familia», comenta este joven catalán de 26 años, que tuvo problemas de acoso desde bien pequeño en primaria y que acabó desarrollando un trastorno de conducta alimentaria. Se daba atracones de comida para combatir la ansiedad que sentía y su malestar emocional.

«Era un bullying psicológico. Se metían conmigo por ser diferente a los demás, por no seguir la corriente. Era como que tenía que encajar en un sitio y ser de determinada manera. Iban detrás de mí para hacerme burla», comenta. Luego, la muerte de sus abuelos cuando él estaba en secundaria fue una bofetada de realidad. «Fue un golpe duro y lo llevé solo. Eso también fue un grave error. Todo esto me llevó a un trastorno de conducta alimentaria, pero también aparecieron la ansiedad y la depresión», dice, consciente de que todavía está en proceso de superar esta situación.

«El trastorno del atracón consiste en tener grandes ingestas de comida, sin llegar luego a vomitar. Sobre todo, en momentos en los que tú tienes ansiedad. Y en lugar de pedir ayuda, pues tu reacción es ponerte a comer así», aclara Bruno sobre el problema del que se está tratando en un piso terapéutico de Barcelona, gestionado por la Fundación Fita, especializada en la atención a la salud mental y emocional.

«Dependía del nivel de ansiedad que tenía. Pero había semanas que tenía dos atracones al día, otras uno. Iba un poco en función de la época», aclara sobre la frecuencia de estos episodios. Además, cuenta que el confinamiento hizo que su situación empeorara: «Estuve así durante la pandemia. Me hizo mucho daño. Pero también lo tuve durante parte de mi adolescencia». Y todo ello en silencio. «Mis padres sabían que pasaba algo, pero no sabían qué era, porque no me expresaba. Pero a finales del 2020 busqué ayuda psicológica. Ahí fue cuando le dije a mis padres: ‘Necesito ayuda’», afirma. Y con la llegada del 2021 fue cuando comenzó la terapia.

«Noto una mejoría. En los pisos me están ayudando mucho. También la gente externa a ellos. Al fin y al cabo es dejarse ayudar y abrirse, para poder salir adelante sin que te afecten las cosas», comenta.

Para él, el simple gesto de abrir la nevera o la despensa todavía supone un ejercicio de autocontrol. Sobre todo, en esos momentos en los que siente que la ansiedad le invade: «Era a lo primero que recurría: al atracón».

Tanto es así que, aunque no quiere entrar en detalle, reconoce que podía comerse grandes cantidades de comida: «En un momento de esos, de arrebato, me podía tomar una pizza grande entera e incluso varias cosas más». Y en esa ingesta, en la mayoría de los casos iba incluida comida hipercalórica: «Era lo primero que se me pasaba por la cabeza. Pensaba que comiendo eso me iba a ir bien. Y al final, te das cuenta de todo lo que has hecho y sientes frustración por estar haciéndote daño a ti mismo. Aparte de darme atracones, también me comía mis propios sentimientos y eso me perjudicaba más también». Era una manera de tragárselo todo: «Y todo para que no me vieran ni débil ni vulnerable». Y en esa huida hacia adelante llegó a pesar 120 kilos, cuando su peso normal está entre los 80 y los 85 kilos. «Ahora mismo tampoco me estoy pesando porque no me quiero obsesionar con eso. Lo primero que me gustaría tratar es la parte emocional», asegura.

Saber pedir ayuda

Bruno sabe que fue definitivo reconocer que tenía un problema y pedir ayuda a sus padres. Gracias a ello pudo iniciar ese proceso de recuperación en el que se encuentra inmerso. Aunque sabe que todavía tiene que seguir en él. «Depende de cada uno. Cada persona tiene su tratamiento y depende de la evolución. Aquí en los pisos terapéuticos hay tres niveles. El nivel 3 es donde hay más control. El nivel 2 es un poco más intermedio, te dejan un poco más de libertad y demás. Yo ahora mismo estoy en este nivel. Y la verdad es que al principio, cuando pasé a él, me costó porque tenía que tener más autonomía, más autocontrol, tenía que saber pedir ayuda cuando la necesitara e irme relajando día tras día. Y el nivel 1 es la preparación para la vida real», explica este chico, que no quiere ocultarse bajo un nombre ficticio ni tampoco tiene problemas por salir en la foto.

«Ahora me siento mucho mejor. Me resulta más fácil gestionar todo y los impulsos que puedo tener con el trastorno de conducta alimentaria. También el tema de la ansiedad, la puedo identificar mucho mejor y puedo utilizar los recursos que me dan los terapeutas y los psicólogos. Ahora me resulta todo más fácil, la verdad», apunta. Sobre el tiempo que lleva sin darse un atracón dice que bastante: «La verdad es que de la última vez casi ya ni me acuerdo. Te podría decir que un mes o dos, seguro».

Además, explica que ya no tiene miedo a enfrentarse a su propia ansiedad. «Es algo que he estado trabajando y con la ayuda que me han podido dar y con el esfuerzo y el trato que he podido hacer yo, se me está haciendo mucho más fácil y llevadero», comenta.

Menos conocido

Bruno reconoce que el trastorno del atracón es menos conocido que la anorexia y la bulimia, pero no por ello, menos grave. Todos ellos son trastornos de conducta alimentaria y explica que, aunque son muchas más las mujeres que los sufren, también hay hombres como él, que se encuentran en esta situación. Pero, a veces, les cuesta más detectarlo y reconocerlo.

En todos los casos hay un común denominador en esos momentos en los que la ansiedad los domina. Sienten mucha frustración: «También tienes miedo social porque no quieres que nadie te vea como tú te ves». Por eso, quiere enviar un mensaje a todas las personas que estén pasando por su misma situación: «Primero hay que saber identificar que algo está pasando, y que no es cualquier cosa tampoco. Evidentemente, también hay que saber pedir ayuda y buscar a alguien en quien puedas confiar realmente. A partir de ahí, pues ir mirando soluciones que puedan hacer que mejores».

Eso sí, recomienda «no tener jamás miedo de expresar lo que se siente, porque al fin y al cabo, todos somos personas, tenemos sentimientos y tenemos también nuestras cosas. Todos somos diferentes y eso nos hace únicos y especiales». «Y creo que también es lo más maravilloso y lo más bonito del mundo», aclara.

Si se lo preguntaran hace año y medio, Bruno reconoce que no habría podido contar su problema públicamente. «No sería capaz de expresarlo. Me daría mucho miedo lo que la gente podría pensar. Me vería como un incomprendido. Sentiría que me tacharían de todo y que estaría solo en la vida», añade. Por eso, este esfuerzo es tan valiente. Porque hay que serlo para reconocer un problema, pedir ayuda, iniciar un proceso de recuperación y contarlo a pecho descubierto.