José Antonio Molina, director del Instituto Español de la Felicidad e Investigación: «La gente cree que la felicidad es meditar y hacer mindfulness»

ALEJANDRA CEBALLOS LÓPEZ / S. F.

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«Hemos perdido la capacidad de valorar lo cotidiano porque siempre queremos vivir grandes experiencias para sentirnos bien», alerta este experto, que avisa: «Estar mal porque algo malo ocurre es lo normal; por eso no tenemos que ir rápido a medicarnos».

26 oct 2022 . Actualizado a las 12:43 h.

Últimamente no faltan los ránkings de los países más alegres del mundo, la lista de «hábitos para el bienestar» y cursos que prometen que alcanzaremos la felicidad, pero a pesar de la obsesión con esa palabra, y el interés de los países por mantenerse en los puestos más altos de estas mediciones, los datos indican que no basta con sonrisas para estar bien. Conversamos con José Antonio Molina, director del Instituto Español de la Felicidad e Investigación (EFI). Lleva diez años estudiando el tema y asegura que obsesionarnos con la felicidad es la receta perfecta para nunca alcanzarla.

—Llevamos muchos años hablando de la felicidad. ¿Nos hemos obsesionado con ella?

—Hay una demanda social que busca que la gente se sienta bien, que siempre esté alegre y sonriente. En consulta, mis clientes expresan que no les gusta sentirse mal. Hay que normalizar que sentir algo diferente a la alegría no está mal. De hecho, no es sentirse mal, es ser conscientes de que vivimos en un mundo real.

—Algunos hablan de la dictadura de la felicidad, ¿qué piensas de ese término?

—Más que una dictadura, yo hablaría de la esclavitud. La esclavitud nos amarra y no podemos escapar de allí. Hemos perdido incluso el pensamiento crítico. Este es el que nos sujeta a nuestras creencias, nuestros miedos y a la capacidad de cambio, sin él, nos sujetamos de cualquier discurso de autoayuda rayado. Las redes sociales también nos empujan a ese escenario de felicidad permanente que se alimenta del deseo. Estamos obsesionados con no sentirnos mal y con no reconocer que hay otros estados emocionales. 

—¿Los medios también contribuyen a la sensación de malestar?

—Hay un fuerte impulso de las marcas que invitan a las personas a ser felices desde el neuromárketing. Hay una tiranía emocional, que nos obliga a sentirnos bien y nos lleva a consumir más, a quedar siempre para tomar algo, porque tampoco nos gusta estar a solas con nosotros mismos.

 —En nuestro tiempo, hay muchos problemas que se han resuelto, ¿por qué parece haber tanto sufrimiento?

—De acuerdo con los índices, tenemos un porcentaje de felicidad del 84%, sin embargo, sigue aumentando el consumo de antidepresivos y los psicólogos de la Seguridad Social no dan abasto. Algo estamos haciendo mal. También hemos perdido la capacidad de valorar la cotidianidad, porque siempre queremos vivir grandes aventuras y momentos de éxtasis, hacer cosas extravagantes para sentirnos bien y nos olvidamos de que, tal vez, caminar hasta el metro es una delicia. A veces buscamos tantas emociones que todo nos parece vacío y tonto.

 —Cualquiera podría decir que buscar una sociedad feliz es un propósito bienintencionado.

—Se habla de una sociedad muy feliz, pero ojo, no se habla de los suicidios. En España hay más de 3.000 al año. Esto es terrible, hoy se van a suicidar diez personas. Los medios evitan hacer efecto llamado, pero lo que tendría que haber es una llamada a ser más fuerte emocional y psicológicamente, no a ser más felices. Parece dictatorial: ‘Tenéis que ser felices'.

 —También a nivel individual tendemos a creer que si lo tenemos todo, no nos podemos quejar de nada, no nos podemos sentir tristes…

—Ahí está el sentimiento de culpa que otros han creado. ¿Por qué siguen siendo tan altos los niveles de suicidio? Porque nos sentimos culpables de tenerlo todo y no agradecerlo. Entonces ven la pobreza como algo frívolo y agarran un niño pobre y lo abrazan y dicen: ‘Me siento feliz y agradecida porque tengo este niño flaco y desnutrido en mis manos'. Me parece bastante cruel porque buscamos esas emociones intensas para no sentirnos mal. Hay una desconexión: ‘Yo me siento bien porque he visto dolor de los demás', pero frivolizo el dolor de ellos.

 —¿Los talleres que plantean que la gente que va más feliz a trabajar es más productiva también nos hacen daño?

—Decir: ‘Yo te voy a dar un curso de motivación para que tú no te quejes' es una barbaridad. Sí tú le das un curso de motivación a una persona con ese propósito, puede que se sienta muy bien, pero a los dos días vuelve a caer y tal vez se sienta peor porque no logra estar bien.

 —¿Está mal plantear la felicidad como el único objetivo de nuestra existencia?

—El problema es la felicidad vista como la satisfacción y disfrute. Terminamos frustrados porque no todo el tiempo podemos tener la cena perfecta. Nos llenamos de expectativas y si las cosas no salen exactamente como las planeamos, sentimos que todo está mal.

 —¿Influye la relación que tenemos con los otros?

—La felicidad es intersubjetiva. Suele plantearse como algo por alcanzar desde la individualidad y no es así porque si yo digo que estoy feliz, pero mi alrededor está hecho un caos, creo una burbuja de felicidad y esas burbujas siempre explotan porque hay dificultades, retos, problemas… Hay que aceptar que eso es parte de la vida.

 —¿Entonces, tenemos que pensar en los otros?

—Claro, cuando descuidamos las vulnerabilidades de otros, hay retrocesos a nivel social. La gente cree que la felicidad es meditar y hacer mindfulness, y claro, esas son herramientas para afrontar las dificultades, pero hay unos cambios sociales, que exigen de nuestro pensamiento crítico. Pero lo que ves es gente que evita a quienes se quejan, por ejemplo de la homofobia o de la xenofobia, entonces ante maltratos a migrantes todos se quedan callados porque ‘solo quieren tranquilidad'. Yo estoy casado con un hombre y sería doloroso que dentro de 50 años las nuevas generaciones no pudieran decidir con quién casarse.

 —Si debemos aprender a vivir con todas nuestras emociones, ¿cómo identificamos si estamos bien o no?

—Las emociones no son ni malas ni buenas. Desvelarte una noche por una preocupación personal no está mal, siempre y cuando eso no se convierta en algo que trastoque todo tu día a día. Para mí la felicidad debe ser reconocida como una forma de vida, que es en sí mismo estar vivo, entendiendo que tenemos momentos que nos hacen sentir muy bien y otros momentos que nos hace sentir más frágiles, más humanos, más vulnerables y que no está mal, que no por eso tenemos que ir a medicarnos inmediatamente.

—¿Y cuándo hay que recurrir a especialistas?

—Estar mal porque algo malo ocurre es normal. Estar triste uno o varios días, también. Pero si sentimos que se apodera de nuestras vidas, podemos buscar ayuda profesional, ir más allá de leer libros de autoayuda, que esa es la solución que le funcionó a esa persona concreta, debes buscar lo que te sirva a ti.

 —Dejando a un lado la felicidad, ¿cómo podemos trabajar en el bienestar?

—Hay que preguntarse: ¿qué necesito realmente yo para sentirme completo? Porque son justo esos vacíos emocionales los que me hacen querer llenar mi vida con cosas. Y no fingir que todo está perfecto, debemos olvidarnos de ese: ‘Yo vivo en mi mundo y como me lo he creado, es perfecto'. Si yo me interno en un templo zen toda mi vida, pues no me va a afectar el exterior, pero si algo se perturba de ese universo, ¿qué va a pasar con nosotros? Habría que ir y ver si la gente de verdad vive la felicidad como la describe y no es una cosa cosmética.

—Hay quienes premian el mínimo esfuerzo y los que se inclinan por el «hay que sufrir para ganar», ¿cuál es peor?

—La cultura del no esfuerzo es dañina para la sociedad y para la persona que lo aplica. Sin embargo, es algo que debe tratarse con mucho cuidado. Muchas personas que no se esfuerzan lo hacen porque (tal vez) se han esforzado muchas veces y no consiguen las cosas, así que terminan por creer que no pueden lograr nada, eso se llama indefensión aprendida y hace mucho daño. Por su parte, los autoexigentes, el que duerme tres horas, la supermujer o el superhombre, también deben aprender que no hay que ir hasta el máximo esfuerzo para lograr lo que anhelaban. Lo ideal es buscar el equilibrio preguntándose qué quiero realmente para mí, qué necesito, qué me causa satisfacción a mí. No lo que diga mi madre, mi padre o las redes sociales. Eso solo se consigue siendo muy reflexivos, y por eso la invitación al pensamiento crítico.

 —En resumen, hay que trabajar en el pensamiento crítico…

—Estar vivo es suficiente, no necesitamos ser esclavos de los deseos o las expectativas de nadie. También recalcar que si necesitamos apoyo terapéutico, hay muchos psicólogos y psiquiatras que están allí para el servicio de las personas. Puedes buscarlo en el Colegio de Psicólogos de las comunidades autónomas. Muchos se quejan de que los servicios están saturados, pero hay que intentarlo y reconocer que a veces no podemos solos. Sobre todo, entender que una parte de nuestra química cerebral puede ser genética, pero que también tiene solución. Finalmente, insisto, para sentirnos más plenos tenemos que comprender que sin sufrimiento tampoco entendemos la felicidad y que hay que aprender a vivir en ese torbellino que es nuestra vida, aceptar la imperfección. Podemos tener recursos para afrontar situaciones y eso es parte del aprendizaje emocional, pero también es importante reconocer que no podemos tener el control de todo.