Un amigo le salva la vida a otro en A Coruña: «Estuve muerto, pero el azar quiso que viniese Miguel con su desfibrilador»

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Miguel (izquierda) posa mostrando el desfibrilador con el que le salvó la vida a su amigo Gustavo (derecha)en el Restaurante Cervecería Torre Internacional de A Coruña, donde lo atendió cuando entró en parada cardiorrespiratoria.
Miguel (izquierda) posa mostrando el desfibrilador con el que le salvó la vida a su amigo Gustavo (derecha)en el Restaurante Cervecería Torre Internacional de A Coruña, donde lo atendió cuando entró en parada cardiorrespiratoria. MARCOS MÍGUEZ

A Gustavo su amigo Miguel le salvó la vida cuando se disponían a tomar una caña, justo después de jugar juntos el partido de fútbol de los martes. «Si llega a tener la parada cardiorrespiratoria más tarde, igual se acuesta en la cama y no se vuelve a levantar»

09 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El destino quiso que un martes 13, a sus 60 años, Gustavo tuviese la suerte de su vida. Como todas las semanas, este argentino afincado en A Coruña fue a jugar al fútbol junto a un grupo de amigos a los campos de la Torre. Entre ellos se encontraba Miguel, que a partir de ese momento se ganó también el título de ángel de la guarda. Le salvó la vida.

Todo ocurrió el pasado 13 de septiembre. Después de la pachanga, tocaba tomarse la caña en la tercera Internacional, que en lugar del número 3 ahora lleva «Torre» en el nombre y se ubica en la avenida de Navarra, junto a los campos de fútbol. El local es el punto de encuentro semanal del equipo y su lugar de distensión por excelencia, aunque ese día se convirtió en escenario de la parada cardiorrespiratoria de Gustavo ante la estupefacción de los clientes. «Yo entré y vi a un chico allí tirado en el suelo que resultó ser Gustavo, al que tenían en posición lateral. Decían que respiraba, y alguien añadió: 'Además, tiene pulso'», relata su amigo Miguel, que no obstante se dio cuenta de que la postura lateral no era del todo adecuada. «Cuando vas a un curso de primeros auxilios, lo primero que te dicen es que no puedes mirar el pulso, a no ser que seas un profesional, porque te puedes equivocar. Pedí permiso para meterme, le toqué la nariz y me pareció que no respiraba. Les pregunté si me lo podían dejar, lo volteé para arriba, y entonces ya vi que sí, que efectivamente estaba en parada cardiorrespiratoria».

Jugué al fútbol, en el bar me sentí mal y lo siguiente ya fue despertar en la uci

Entonces, empezó el despliegue. Otro cliente que había llamado al 112 puso el manos libres. Mientras, Miguel mandó a otro compañero del equipo a su coche a por un bidón. «Por el trabajo, —en un parque eólico— tengo un bidón de rescate en el coche que contiene, entre otras cosas, un desfibrilador», narra Miguel, que mientras tanto empezó a practicarle a Gustavo la RCP (reanimación cardiopulmonar). «Justo cuando tenía que preparar el desfibrilador para ponérselo, apareció un chico que dijo que era sanitario y sabía hacer la maniobra, así que me dio el relevo para que yo pudiera dedicarme a ello. Le di la descarga y empezó a respirar. Entonces sí, lo pusimos en posición lateral y esperamos a que llegase la ambulancia. Lo estabilizaron y lo llevaron al Chuac», afirma. Allí le colocaron un stent, y Gustavo se enteró de que tenía una arteria obstruida.

Sofoco y dolor de brazo

«Yo no sabía que tenía una obstrucción. Sí era consciente de que tenía un problema con el colesterol, pero hacía años que venía cuidándome por este asunto. De hecho, me habían hecho un electro hacía poco tiempo y no me habían visto nada», cuenta Gustavo, que tras un partido que jugó encontrándose perfectamente bien, se desplomó en el bar. Recuerda sentir un sofoco y un dolor en el brazo, pero a partir de ese momento y hasta que despertó en la uci, no hay nada. «Ese día jugamos al fútbol, nos duchamos y fuimos a tomar la cerveza de siempre. Yo recuerdo que estaba en el bar y que empecé a sentir un poco de calor, y que me dolía el brazo. Salí y no recuerdo más nada. Lo siguiente fue despertar en la uci».

«Unos chicos me contaron que cuando Gustavo salió del bar a tomar el aire, aún dijeron: 'Buf, menuda borrachera lleva este'. Porque iba como ido, deambulando, y de repente se cayó», dice Miguel, que añade que si le llega a dar en otro momento, «igual tenía un accidente en el coche, o se acostaba en la cama al llegar a casa y no volvía a despertar». La rapidez con la que actuó fue crucial no solo para salvarle la vida, sino para que Gustavo no tenga ni una secuela. «Si la gente lo pone en posición lateral y espera a la ambulancia sin hacer nada, son unos diez o doce minutos que está el cuerpo sin riego sanguíneo, sin llegarle a la cabeza ni a los órganos vitales. Todo ese tiempo es calidad de vida que después puedes perder», explica.

«Lo que son estas cosas, el azar permitió que tuviese a Miguelito al lado con un desfibrilador en la furgoneta y que haya recibido esa formación», dice Gustavo. Una formación que, indica su salvador, debería impartirse en los colegios: «El primer curso de desfibrilador lo hice hace más de 12 años, y desde entonces ya llevo unos cuantos refrescos, de hecho me toca hacer otro en marzo. Y cada vez que tengo una conversación de estas, digo: 'Lo de la RCP debería ser una asignatura'. Tanto que le dan vueltas que si Lomce, que si Loe, que si Lomloe... Y a nadie se le ocurre dar una materia sobre esto, sobre nutrición... sobre tantas cosas básicas. Está bien saber los ríos y las montañas, la cultura es necesaria, pero aparte de la cultura, si a alguien le pasa algo, hay que saber reaccionar. En el bar había más de 50 personas, pero nadie sabía hacerlo».

Afortunadamente, él sí. Eso permitió que Gustavo despertase en la uci. Con mucho desconcierto, eso sí, y algunos daños colaterales de la maniobra respiratoria. En junio, precisamente jugando al fútbol, se rompió las costillas. Y ahora, a consecuencia de la reanimación, se le volvieron a fracturar. «Me desperté sin saber qué hacía allí y, aunque estaba sedado, con bastante dolor, porque se me habían roto de nuevo las costillas. Además, tenía tubos en la nariz —la intubación le produjo una pequeña infección respiratoria que, durante la realización de este reportaje, le hacía toser y estornudar, lo que le generaba más dolor en la zona—, y a mayores una cánula para la orina y todo eso», cuenta Gustavo, que también recuerda ver la cara de una persona preguntándole si sabía quién era y contándole lo que le había pasado.

Sin tabaco ni fútbol

«Creo que me volví a dormir inmediatamente después, y al día siguiente ya pude encontrarme con mi mujer y mi hijo». Pronto lo hizo también con Miguel. «Me fue a ver al hospital y me dijo: 'Amigo, solo quiero que te recuperes para tomarte una copa con todos nosotros y que nos volvamos a juntar'. Y pensé: '¿Una copa? Yo no puedo volver a tomarla', ja, ja».

Ahora Gustavo afronta la vida con tranquilidad... pero sin fútbol. Eso es lo que más le va a costar: «Empecé a jugar a los 4 años, tengo 60 y solo paré en el confinamiento. Dado mi origen argentino, que a nosotros el fútbol nos lo meten por las venas, jugar para mí es como volver a ser niño». Es lo que verdaderamente lamenta, mucho más que dejar otras cosas. «Los médicos siempre te asustan para prevenir posibles futuros accidentes y que te cuides un poquito más. Yo fumo desde hace muchos años, pero poco. Estaba en tres o cuatro cigarrillos. No voy a fumar más, evidentemente, pero con eso me asustaron un montón. Y alguno también me dijo que estuve muerto», asegura Gustavo, que sobre ese punto quiere defender su propia experiencia: «Soy un defensor del ateísmo, y quería decir que ahí no hay nada. No vi nada de nada. Yo soy profesor —es ingeniero y músico, y da Tecnología Industrial, TIC e Imagen y Sonido en bachillerato—, y siempre que hablamos de estos temas, hay profesores que defienden fervientemente este tipo de creencias, pero yo les muestro la otra opción. Toda la evolución humana es fruto del azar, como lo son las mutaciones benignas que les ocurren no solo a los seres humanos, sino a todas las especies. Y cuando ocurren, ocurren cosas como pasar del mono a bajarnos del árbol».

Pero su verdadero dilema ahora no es existencial. Gustavo no sabe cómo agradecerle a Miguel su segunda oportunidad. «Es algo que no se puede agradecer del todo, y ahí tengo un dilema grandísimo. Tanto yo como mi familia hemos quedado en deuda con él para siempre. Le ando dando vueltas a qué puedo hacer para tener un gesto, pero al pensar en un regalo, me parece que es como volver superfluo un acto tan grande», señala. Tan grande como que está vivo gracias a él. «A ver qué tal me va en esta segunda vida, en la primera me fue bastante bien», asegura. Con amistades así, seguro que le irá mucho más que bien.