Christine habla solo en inglés con su hijo: «Con solo 14 años se sacó el B2 sin preparar el examen»

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ANGEL MANSO

Cuando la nativa llegó a Galicia hace más de 20 años apenas había residentes extranjeros, y mucho menos madres que hablasen en su lengua a los niños. «Cuando el mío era pequeño se metían con él, pero hoy da las gracias»

21 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy su hijo Christian tiene 20 años y es felizmente bilingüe sin esfuerzo. Pero cuando Christine Blanco llegó a Galicia, era de las pocas británicas que había en A Coruña. Por extensión, también fue de las primeras madres en hablarle inglés a su hijo. «Yo soy nativa, y me pareció una buena idea, porque mis padres también fueron bilingües e hicieron lo mismo conmigo. Yo siempre he visto el bilingüismo como una ventaja enorme, poder aprender dos idiomas simultáneamente sin esfuerzo ninguno». Lo cierto es que la familia de Christine tiene cierta tendencia a engancharse de los gallegos. Su madre es coruñesa y se enamoró de su padre, un descendiente de gallegos criado en Gales. Y ahora ella misma no solo es británica descendiente de gallegos, sino que terminó enamorándose de uno que hizo que se mudase desde Bristol a A Coruña con él. «Lo conocí en Galicia, en unas vacaciones mías», recuerda.

Christine aprendió español de su madre, y en su casa también ha sido ella la encargada de trasladárselo a su hijo, con quien se comunica exclusivamente en su lengua nativa. «A mi hijo le he hablado siempre en inglés, y en su momento mi marido le hablaba en español. En casa entre nosotros dos sí hablábamos inglés, pero él prefería no hablarlo con el niño por si cogía una mala pronunciación suya».

Christian aprendió el idioma gracias a su madre y sin ser consciente de ello. Tanto es así que se sacó el B2 con 14 años y sin tan siquiera prepararlo. «Debería aprovecharlo más y presentarse a otros niveles, pero es un poco el tema de '¿para qué lo necesito si ya lo sé hablar?'», apunta Christine. «Yo ya había empezado a preparar el C1, pero lo dejé por temas de trabajo y tengo pensado retomarlo», dice Christian, que hoy agradece el empeño de su madre. No siempre fue así. «Yo veía que era el único de mis amigos que hablaba inglés, y quería ser como ellos», asegura. Si hoy una familia que habla inglés en el parque todavía sigue percibiendo cierta extrañeza, hace 15 años, cuando Christian era pequeño, en A Coruña era algo insólito.

«Se metían mucho con él cuando me oían hablarle en inglés, le llamaban 'bicho raro' y le vacilaban diciéndole: 'Tu madre es rara'. A veces yo le hacía algún comentario y él me contestaba en castellano. Es que cuando era pequeño, estaba mucho menos normalizado que ahora», señala Christine, que añade que el niño le pedía que no le hablase en su lengua nativa delante de los amigos: «Y yo pensaba: 'Qué pena'».

Ahora es al revés. Son los demás los que se matan por dominar el inglés como Christian. «Sí, ahora se valora más. La gente paga por ir a clases, y yo he tenido eso gratis», dice el joven, que reconoce que cuando viaja es cuando más nota el privilegio del bilingüismo. Su madre recoge feliz los frutos que sembró. «A día de hoy sí que es mucho más consciente, me dice: 'Gracias a ti me saqué un B2 con 14 años y ni lo preparé'».

«Se reían de mí»

Cuando Christine llegó a A Coruña, eran poquísimos los británicos —«y los extranjeros», añade— que vivían en la ciudad. Ahí sí se sintió un poco bicho raro. «Pronunciaba mal o me inventaba palabras cuando no me salían. Me vacilaban un poco, pero yo como tengo mucho sentido del humor, nunca me enfadé. La verdad es que no es que la gente fuese muy servicial por aquel entonces a la hora de ayudarme, porque en lugar de corregirme para que no volviera a meter la pata, más bien se reían de mí», rememora. Aquellos comienzos solo hicieron que se empeñara más en perfeccionar un español cuya pronunciación es ahora tan perfecta que nada hace sospechar su origen británico. «No quería ser una de esas personas que llevan 40 años casadas con un español, y con un acento... El acento es algo que se puede trabajar con mucha insistencia». Y no solo eso, porque también aprendió gallego, «en la calle», apunta.

Tenía solo 20 años cuando tomó la decisión de cambiar de país. «Me vine yo sola, a la aventura. Dije: 'Así mejoro un poco mi español', y en mi casa se lo tomaron bien». Nadie mejor que sus padres para entender que lo dejase todo por un coruñés. «Y mi jefe, que es escocés, también se enamoró aquí en unas vacaciones de una coruñesa», añade Christine, que reconoce que no fue solo el amor lo que le hizo quedarse: «Esto también es muy bonito... igual en otras condiciones hubiese tirado yo más para el Reino Unido, pero la verdad es que esto me gustó».

«No me muevo de aquí»

Lo mismo opina su hijo, que no se decide sobre si quedarse o probar suerte en el extranjero. «Un día dice: 'Voy a trabajar dos años fuera', pero al siguiente piensa: 'No me muevo, aquí se vive muy bien'. De hecho, muchas veces dice: 'Es que en ninguna ciudad de Europa voy a vivir tan bien como aquí'. No quiere perder la calidad de vida, porque aquí puede bajar todos los fines de semana a tomarse una cerveza con los amigos y a picar algo, y sabe que en cualquier otro sitio, eso mismo sería un lujo». Hace unos días, Christian estaba sacando el carné de conducir. No tuvo prisa hasta el momento por hacerlo, sin embargo tiene acreditado desde niño el inglés necesario para poder recibir un título universitario. Lo cierto es que en los tiempos que corren, para los jóvenes el inglés urge mucho más que conducir.

Eso sí, que no se confíe del todo, advierte su madre, porque algo tendrá que preparar si de verdad quiere presentarse a un nivel superior. «Él recibió las dos lenguas a la vez, pero es cierto que las conversaciones que puedas tener con un hijo limitan mucho el vocabulario. Por ejemplo, yo nunca le he hablado de política, por lo que el vocabulario relacionado con eso lo desconoce». También tuvo sus momentos críticos durante la infancia, cuando llegaba del colegio con errores que en casa jamás había cometido. «Cuando empezó la ESO, el profe ya les hablaba en inglés. Y ahí empezó a repetir los errores que decían sus compañeros, por repetición, por el hecho de oír el mismo error todos los días», recuerda Christine, que fue madre a los 29. «Y no me arrepiento, en absoluto, de haber sido madre antes de los 30. Mi hijo ya es adulto y yo todavía soy joven. Además, tenemos una amistad muy bonita y compartimos aficiones. Nos vamos a jugar al pádel, por ejemplo, y hacemos cosas juntos». Entre ellas, cómo no, hablar inglés.