Antonio Ríos, psicólogo: «Un adolescente es como un miura de 650 kilos, si viene a por ti, ¡desaparece!»

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Antonio Ríos, autor de «¡La adolescencia se termina!», una guía para padres de adolescentes que ha alcanzado la segunda edición en tres meses.
Antonio Ríos, autor de «¡La adolescencia se termina!», una guía para padres de adolescentes que ha alcanzado la segunda edición en tres meses.

«Elige el momento de sacar el trapo rojo», aconseja este psicoterapeuta, que ofrece una guía para tener una buena relación con los hijos cuando ni te miran... hasta que van directos a por ti. «El buenrrollismo de endulzarles todo ha hecho mucho daño, educan más los límites», advierte

13 sep 2022 . Actualizado a las 18:29 h.

Solo hay una manera de convivir con un adolescente: las normas claras, mucho amor y bastante humor. Son ingredientes que no deben faltar en esa etapa inevitable que dura como mucho seis años, según el psicólogo Antonio Ríos, experto en orientación y psicoterapia de pareja y con adolescentes. «Yo uso mucho el tono de humor en las conferencias. De hecho, la gente que va a mis conferencias sale relajada, muy contenta, muy a gusto con sus dramas. Que suena paradójico...», comienza el autor de ¡La adolescencia se termina! (segunda edición en tres meses).

—Con la adolescencia viene la tormenta a casa... y a la cabeza de un padre la pregunta: ¿y esto cuándo se termina?

—En cinco años. De cinco a cinco años y medio, seis como mucho.

—¿Primera clase para padres en apuros?

—Lo primero es que los padres no dramaticéis ni tengáis miedo. Por ahí pasamos todos y de ahí salimos todos. Y es importante que los padres que tengan hijos preadolescentes empiecen a darse cuenta de que sus hijos dejan de ser niños. No le trates como un niño...

—Salvo cuando venga como un niño a refugiarse a tus brazos, ¿no?

—Sí, claro, y con algún interés... Esto es típico de adolescente. Cuando veas que merodea cerca de ti, muy cariñoso o cariñosa, dices: «¿Qué querrá este?». Ten claro que la adolescencia es una etapa por la que hay que transitar.

—¿Si no sucede con 12 o 13, sucederá después?

—Sí y será bastante peor, más complicada. En la consulta veo adolescencias tardías, chicos que empiezan a los 16 o a los 17 y se meten en 22 o 23 años, en tercero o cuarto de carrera. La adolescencia en estas edades es más complicada, porque ellos ya son mayores de edad, ya te dicen que pueden hacer lo que quieran. El desafío explícito de la afirmación del yo lo hacen con 19 o 20 años... ¿Y qué, le vas a quitar el móvil con 20 años?

—Con 13 ya cuesta negociar y poner límites. ¿Prohibir sirve de algo o es un recurso peligroso?

—La prohibición provoca compulsión. Lo prohibido ser convierte en compulsivo. Nunca aconsejo prohibir.

—¿Ni con el móvil ni, por ejemplo, a la hora de irse al botellón?

—El adolescente pasa la crisis de la afirmación del yo. Quieren decidir, así que hay que negociar con ellos. La gran estrategia con un adolescente es negociar. Habrá que negociar tanto los horarios como los consumos, de tecnologías y de sustancias. No vas a poder prohibir que salga y beba.

—Siempre está el padre que dice que su hijo no lo hace...

—¡Porque no se entera! Beber siendo menor de 16 años es un delito, pero la realidad es que con 14 y 15 salen con los amigos y las amigas y es muy probable que prueben el alcohol. No vamos a cegarnos. Considerando que existe esa posibilidad hay que hablar con ellos, hay que negociar y delegar la confianza en ellos. «Yo no voy a ir por la calle espiándote con una gabardina y con un sombrero, a ver adónde vas. Mamá confía en ti. Papá confía en ti». Yo también se lo digo en consulta a ellos: «Tienes un hígado que está creciendo. En tu caso, el alcohol hace más efecto. Pero no te voy a decir que no bebas, porque no soy ingenuo. Tú tienes la posibilidad de beber o no beber. Tú decides de manera que sea prudente. Y la primera vez, si te sienta mal, llámanos, vamos a por ti. Y no nos vamos a enfadar». Esto es muy importante. En una segunda ocasión, ya veremos qué pasa. «Pero tienes que aprender la cantidad que puedes tomar». Hay que enseñarles y prepararles para la vida.

—Pero los padres no somos colegas de los hijos. ¿Es normal que sus amigos sean la referencia máxima en esa etapa, que los amigos eclipsen por completo a los padres?

—Sí, sus amigos son la referencia afectiva. La referencia amorosa son sus amigos y sus amigas. Ellos saben que los padres les quieren, que les quieren más que nadie. Pero la experiencia de amistad en la adolescencia... Es la primera vez que sienten el vínculo de amor por elección.

—¿En la infancia es diferente?

—La amistad en la infancia no es por elección. Se debe a las circunstancias, a que los padres se conocen, a que van a la misma extraescolar, porque se juntan niños y padres en los cumpleaños. No hay elección. En la adolescencia se produce el fenómeno de la elección. Son ellos los que eligen a sus amigos.

—¿Qué pasa si el hijo no tiene amigos?

—A veces son chavales muy tímidos, introvertidos o de un perfil que no tiene habilidades sociales. Y es un drama. Ellos lo viven muy mal. Pero en lo que yo insisto mucho es: «Por favor, si no tienen amigos, que no se insista en que tengan amigos». Lo explico como una cojera. Imagina que tienes un hijo o una hija que tuvo un accidente o una enfermedad y quedó cojo. No estás todos los días diciéndole: «Cariño, que cojeas», «cariño, ponte recto»... No le haces evidente su tara todos los días, en todo momento. Lo que no hay que hacer si no tiene amigos es estar constantemente presionándole con «¿Pero has quedado?, ¿vas a quedar?, ¿has llamado?, ¿por qué no vas?». Así lo estás poniendo en evidencia.

—¿Y si en casa sucede lo contrario, que no hay día que no quiera quedar? Porque no parece razonable que con 12 años esté siempre con los amigos. Como padres, ¿no debemos estar siempre pendientes de ellos a estas edades frontera?

—Sí, eso lo necesitan, claro. Hace unos años, una chica que acababa tercero de la ESO me dijo: «Antonio, he suspendido seis en junio... y no ha pasado nada». Y le pregunté: «¿Y qué tenía que haber pasado?». «Pues que me pegase mi padre un broncón, que me quitasen el móvil, que me metiesen a estudiar todas las mañanas en una academia...». Los adolescentes se asombran cuando los padres no ejercen de padres. Cuando me preguntan qué hace falta para educar, yo digo dos cosas. Es como la cara y la cruz de una moneda: hacen falta el amor y la autoridad. Tú eres la que más quieres a tus hijas y la que más las tienes que educar.

—La autoridad es siempre la invitada plomo de la fiesta...

—Sí, pero tiene que existir. No se educar solo con el amor, porque sobreprotegemos de manera mala. Tampoco se educa con autoritarismo. Pero hace más de 20 años yo decía que estábamos entrando ya en unas dinámicas muy permisivas que nos iban a pasar factura. Los últimos 25 años hemos educado con una permisividad no saludable, con un buenrollismo que no es nada saludable ni en la escuela ni en la familia. Ese buenrollismo es endulzarles todo, y así no les preparamos para la vida. Yo prefiero cierta rigidez, un poco de autoritarismo, a un exceso de permisividad. Educan más los límites. Los niños y los adolescentes no saben lo que es mejor para ellos.

—Con ellos, señalas, hay varios tipos de conversación. Una, muy interesante, es la comunicación superficial. ¿Está bien cotillear con ellos?

—Sí. La comunicación superficial, hablar de cualquier cosa que no implique nada personal relativo a ellos, está bien. La música, los libros, el deporte... y el cotilleo de la vida de los otros. Ellos opinan y se sueltan cuando hablan de otros. En esa conversación superficial, entienden que contigo pueden hablar. El otro gran modelo de comunicación con ellos es la afectiva. Es cuando vienen a hablar contigo, que suele ser a la hora más intempestiva, en el lugar más inapropiado, cuando te ibas a ir a la cama, cuando estás en la cocina preparando algo... Ahí es cuando te dicen: «Mamá, tenemos que hablar», y es mágico. Y si te dice algo que no te parece correcto, no le interrumpas ni le corrijas. Te lo quedas y ya al día siguiente le dices: «Oye, ayer, cuando me comentaste esto me quedé pensando... Y no me parece muy correcto». Si ellos vienen a buscarte y les escuchas, vuelven. 

—Son inoportunos, son exámenes sorpresa que los hijos nos ponen a los padres.

—Exactamente. Un hijo adolescente se comunica así, cuando él lo decide. La comunicación superficial es la que hay que hacer en las comidas y en las cenas, donde no se debe hablar de cosas serias. Mejor, deporte o cotilleo.

—¿Les dejamos en su habitación a puerta cerrada?

—Sí. Hay que respetarlo. Psicológicamente, su habitación se convierte en su lugar privado. Es su castillo.

—¿Qué pasa si la comparten con hermanos?

—Siempre sugiero que haya una habitación individual para cada hijo. El adolescente está ensimismado y es normal. Si su hermano pequeño la busca para jugar le molesta. Si no se puede tener una habitación aparte, el hermano mayor debería tener al menos tiempos diarios para estar solo, para que se respete su privacidad. Es importante.

—Sus biorritmos cambian. ¿Debemos respetar también su lentitud en las tareas básicas cotidianas?

—Ellos no van a nuestro ritmo. Ellos se levantan y van lentos y tardan media hora en desayunar. Si algo les interesa y los motiva, la cosa cambia. Yo no entraría al cuerpo a cuerpo con un adolescente. No vas a ganar, vas a salir lesionado. Yo pondría límites, pero con tiempo: «Antes de comer, tienes que tener recogida la habitación y la ropa sucia en el cesto». Lo que no soportan es que les digas: «Recoge ahora tu habitación». Dales margen. Lo harán en el último minuto, pero lo harán.

—Dices que un adolescente es un toro bravo. Explícanos.

—Yo uso la metáfora del miura, pero la editorial prefirió morlaco o toro bravo. Yo suelo decir que convivir con un adolescente es convivir con un miura de 650 kilos, que va por los pasillos de la casa buscándote, buscándote, buscándote. ¿Cuando viene a por ti un bicho de 650 kilos, qué debes hacer? ¡Desaparece! Pero a los padres os encanta salir al pasillo con el trapo rojo. Ellos te cornean, te cornean, ¡si están enfadados, vete! Ya sacarás el trapo en otro momento, más adecuado, para intentar hablar, convencerles.

—¿Los cargamos con nuestras expectativas y deseos como padres? ¿Es natural que a partir de los 12 o 13 ya no quieran estar casi nunca con nosotros?

—Claro. ¿Cómo van a querer de adolescentes ver una serie con vosotros? Piensan: «No soy una niña, no quiero salir con vosotros ni ir de viaje con vosotros». Es normal, y eso no significa que no os quieran. ¡Luego vuelven! Pasan cinco años, máximo seis, y de pronto un día se sienta en el sofá contigo: «Mamá, qué a gusto se está en casa, ¿puedo ir hoy a cenar con vosotros?». Y dices: «¿Cómo?». Sí, esto ocurre.

-Son diferentes chicos y chicas, ¿ellas son más intensas y complejas en lo afectivo?

-En general, la pandilla de chicos es mucho más lúdica. Ellas cuando tienen un problemilla con un amiga lo viven con una intensidad... con mucha más que los chicos. Siempre habrá el caso de cada uno, pero suelen ser pandillas distintas las de chicos y chicas. 

-¿La imagen les pesa más a las chicas? Da la impresión de que hoy la percepción de su aspecto las marca mucho más que hace 30 años.

-Sí, y pueden ser en esto competitivas entre ellas. A veces compiten en lo estético, y esto es un producto de la sociedad que hemos creado, donde mandan la imagen, los likes que se tienen...

-Es paradójica la liberación de la mujer... 

-Sí es una paradoja. Lo que crees que te libera por un lado te está esclavizando, creo. Hay que enseñarles a que sean capaces de elegir bien los amigos, las amigas. En el libro hay un capítulo sobre amigos y amigos donde pongo un listado de criterios para elegirlos bien. Esto en la terapia con adolescentes, y con familias de adolescentes, lo trabajo directamente. Por ejemplo, no debes elegir a gente que se ría de ti. O que te deje en la estacada cuando hay dificultades. Porque ellos por tener amigos son capaces de casi cualquier cosa.

-Incluso de autodestruirse.

-Ser aceptado, tener amigos, es una gran necesidad del adolescente. Por eso es un drama que no los tengan. Cuando no tienen amigos, a veces recomiendo que si el padre, por ejemplo, tiene un grupo ciclista de amigos, él se vaya con ese grupo de adultos. O a zumba con la madre... Es importante que no se le recuerde la «cojera», la tara, y que salga con gente, como abuelos, tíos paternos o maternos, que salga con adultos que le refuercen. Para que poco a poco vaya cogiendo seguridad, guiado por los padres. Porque, si no, ellos para salir del atolladero eligen siempre la tecnología.

-La caverna digital.

-Sí. Y dicen: «Tengo amigos, tengo muchos amigos». Pero es un problema que todos sean virtuales...

-¿Es interesante tener conflictos con ellos? ¿Qué puede aportar el conflicto en la relación con un hijo adolescente?

-Hay que asumir con un adolescente en casa es convivir cinco años con un conflicto. Porque depende mucho de su personalidad, de su afirmación del yo. El conflicto ayuda mucho, por ejemplo, a tener que negociar, a tener que llegar a acuerdos, a tener que ceder... El conflicto le ayuda a afirmar su yo, porque significa que se atreve a defender lo que piensa, lo que quiere. Esto es muy importante que lo tengan para poder convertirse en adultos seguros. Les ayuda a ser asertivos, a defender sus puntos de vista. El conflicto, el desafío, tiene una vertiente muy positiva: les hace convertirse en adultos mucho más seguros. Son seguros de adultos porque con 13, 14 y 15 años se han atrevido a defender lo que piensan con sus progenitores. Os desafían por defender lo que piensan. Claro, esto a los padres os trae un agotamiento. Pero piensa que, si en el futuro, no está de acuerdo con un jefe, lo dirá, lo expondrá. Si no está de acuerdo con su pareja, también. 

-Sin embargo, enfada ver que es tu hijo el que da la cara, cuando otros se callan, se inhiben... Porque esto, plegarse, suele ser más aceptable.

-Sí, y luego te encuentras con adultos que han aguantado lo iniguantable.

-Y hay quienes te dicen que en la vida hay que aguantar, aprender a aguantar.

-No, hay cosas que no tienes por qué aguantar. Hay adultos que vienen a la consulta y yo pregunto: «¿Cómo habéis hecho para aguantar con esto hasta ahora?, ¿por qué?». Que alguien te humille sistemáticamente, aguantar algo que atenta contra tu dignidad, no es sano. Con ellos es importante recalcarlo: si un amigo o una amiga te humilla, si se ríe de ti, tendrás que aprender poco a poco a irte de su lado. Si no, al final se acostumbran a aguantar lo que no deben.

-Ese tipo de cosas deben de ser un abono para las relaciones tóxicas.

-Efectivamente. Después, aguantarán lo que les echen, en el trabajo, con su pareja... Es una parte importante esa afirmación del yo. 

-Entre las observaciones más sorprendentes de «¡La adolescencia se termina!» está esa recomendación de no consultar con otros padres y madres sobre alguna situación o dificultad de tu hijo, «excepto que sean muy empáticos», matizas. ¿Por qué no deberíamos hacerlo? Porque es algo que hacemos a veces en los grupos de padres. 

-Yo sugiero que no se haga, a menos que tengas mucha confianza, mucha intimidad  y sepas que esos padres te van a escuchar y aconsejar desde el cariño. Generalmente, te van a dar desde lo que ellos saben, pero no tal vez desde lo que sea más adecuado. Pueden aconsejarte desde su experiencia, que no puede ser utilizada como pauta general. Es como si yo en mi consulta aplicara mi experiencia personal como técnica profesional. Esto no se debe. Y, por otra parte, hay personas que te aconsejan como que ellos no tienen problemas, y te hacen sentir extraña, peor... 

-A veces, llegas a ver incluso cierta satisfacción en algunos ojos cuando cuentas tu dificultad, o el problema de tu hijo.

-Eso es... Entonces, ¡cuidado, cuidado! Yo insisto en que, cuando sea un tema delicado o serio, lo mejor es consultar con un profesional. O con alguien de mucha confianza. Tienes que ver hasta qué punto pueden decirte: «No te preocupes, yo también estoy pasando o he pasado por algo así». Si no, cuidado. Yo nunca aconsejo quedar con amigos y amigas con los que, al marcharte, sientes que solo eres tú la que tiene problemas o un hijo adolescente que no quiere estar contigo.