«A mi hija le diagnosticaron anorexia con 11 años»

FRANCISCA PACHECO / M.V

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La vida de Álex dio un vuelco en abril del 2019. En menos de un mes, su hija dejó de comer y tuvo que ser ingresada por anorexia. Tres años y múltiples ingresos después, por fin, ha conseguido el alta médica

11 ago 2022 . Actualizado a las 13:29 h.

María (nombre ficticio) siempre fue una niña normal. Creció rodeada de amor junto a sus padres, quienes siempre procuraron que estuviera en un entorno estable y feliz junto a su hermana pequeña. Era responsable, inteligente y graciosa. Disfrutaba del tiempo en familia y de las excursiones. Todo marchaba según lo esperado hasta que, a los 11 años, algo cambió.

Su madre fue quien detectó la primera señal de alerta cuando, al salir de una revisión de rutina con el ortodoncista, María no quiso comer el helado que ya se había convertido en tradición. Esto, sumado a varios días de irritabilidad, encendió las alarmas en la familia. En ese momento Álex, su padre, estaba fuera de la ciudad por trabajo, pero su mujer le contó lo ocurrido. Entonces decidieron hablar con la pediatra y la tutora del colegio para comprobar que todo estuviera en orden. Este episodio marcaría un antes y un después para María. Su secreto había quedado al descubierto. Esto aceleró notablemente los síntomas. «Pasó a comer mucho menos, a restringir los alimentos que le gustaban, y muy rápido vimos que estaba pasando algo muy raro, porque si algo característico tenía ella, era que le encantaba salir a comer fuera, comer hamburguesas, pizzas... y lo quitó de golpe. No era normal y la situación era cada semana más caótica», recuerda Álex.

En menos de un mes, las sospechas de Álex y su mujer se hicieron realidad: «Fue horrible porque no entendíamos lo que pasaba. Había mucha tensión en casa, muchos gritos, muchos: ‘¡Come o no sales!'. No atendía a ningún tipo de razón. Cada comida era una discusión: ‘Dejadme, me estáis agobiando. Sois los peores padres del mundo' —nos decía—».

Quince días después del episodio del helado, comenzaron los controles médicos y Álex escuchó por primera vez la palabra anorexia para referirse al estado de salud de su hija. Entonces, la situación se volvió insostenible. «Cada semana comía la mitad que la anterior. Antes de ingresar, estuvo varios días comiendo dos natillas: unas al desayuno y otras a la comida. Y eso era todo lo que comía, nada más». Pocos días después, la pérdida de peso y la incapacidad para comer hicieron el diagnóstico evidente. «Nos daba mucho miedo que nada de lo que pudiéramos leer sobre la anorexia coincidía con algo tan rápido como lo que estábamos viviendo. Fueron cambios muy grandes para una niña que nunca había tenido ningún problema», apunta Álex.

María fue ingresada por primera vez en el hospital con 11 años. Este sería el primero de al menos ocho ingresos. Álex perdió la cuenta. «Cuando nos reunimos con la médica y nos dijo que se iba a quedar ingresada al menos dos o tres meses, a nosotros se nos cayó el mundo, y a ella también. No estábamos preparados ni mucho menos para todo lo que pasó». En ese momento la causa no estaba clara. Todo sucedió tan rápido que no dio tiempo a pensarlo. Hoy saben que pudo estar relacionada con los conflictos de pareja que había entre Álex y su mujer, o las comparaciones de su físico con el de sus compañeras.

El primero de muchos

El primer ingreso fue en el área de Pediatría del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Allí, María contaba con el apoyo de una enfermera y una psiquiatra, pero estaban especializadas en mayores de edad, por lo que no podía participar en las sesiones de terapia grupales.

Ingreso tras ingreso, la situación era la misma. Una vez dentro, María empezaba a comer y a recuperar peso, por lo que el alta llegaba mucho antes de lo esperado. Así se repitió varias veces. «Nos decían que la niña tenía un problema que era pasajero y que se iba a normalizar. Si podía comer en el hospital, podía comer fuera y ya estaba, pero al volver a casa, poco a poco, dejaba de comer, y en dos o tres semanas se producía un nuevo ingreso», señala Álex. «Era muy duro. Nos preguntábamos si el problema éramos nosotros, porque a pesar de que ella sabía que si no cumplía con las indicaciones del médico iba a tener que volver al hospital, no lo podía evitar», agrega.

Pese a los esfuerzos, la situación no mejoraba. Al contrario, María desarrolló un nuevo síntoma. Empezó a compensar la comida que le daban en el hospital con ejercicio. «No podía controlarlo. No podía soportar ganar peso o sentirse más gorda y lo contrarrestaba con ejercicio. Llegó a pasar 12 horas al día caminando. No se podía sentar absolutamente para nada. Y no solo era estar de pie, sino caminando», recuerda Álex. «Muchas veces tuve miedo de que esta fuera mi nueva realidad, que nunca se fuera a acabar. Con mi mujer nos preguntábamos si nuestra vida sería así para siempre, porque veíamos que el tiempo pasaba y hacíamos todo lo que los médicos nos decían, pero no mejoraba. Mi hija estaba anulada totalmente como persona. La enfermedad la controlaba», agrega.

Después del primer año de ingresos en el HUCA, María fue transferida a la unidad de salud mental infantojuvenil. Allí los ingresos fueron mucho más largos y solitarios —el primero fue de cinco meses y medio y el segundo de seis—. Si bien se lograron mejoras, los cambios no eran lo suficientemente significativos, y Álex y su mujer empezaron a buscar otras alternativas. Después de un año en la unidad, consiguieron que se le derivara a un centro especializado en Alcalá de Henares.

«Cuando llegamos allí nos recibió el director de la clínica, y hubo un detalle muy pequeño, pero muy significativo. Le dijo a María que se sentara para firmar los papeles, pero ella le dijo que no podía. Él le dijo: ‘Bueno, acabas de llegar, te permito que no te sientes, pero luego vamos a pasar dentro y ahí las cosas van a ser diferentes', y eso para mi hija era el mayor de los miedos. El terror que significaba tener que sentarse. Y para nosotros era preguntarnos cómo le podía afectar que la obligaran. Teníamos miedo, pero también esperanza», señala Álex.

En un principio, a María le preocupaba el rechazo de sus compañeras. En la clínica le habían explicado que todas las chicas ingresadas tenían que comer todo lo que les pusieran, y que si alguna no comía, le afectaría a todo el grupo. ¿Qué iba a hacer si no podía comer? ¿Se enfrentarían a ella las demás chicas? La realidad fue todo lo contrario. Y es que todas habían pasado por lo mismo, así que cuando había dificultades, sobre todo con las nuevas, se enfocaban en apoyarlas. «Ella rápidamente vio que estaba en un entorno en que todas estaban viviendo algo similar, que tanto el personal como sus compañeras sabían lo terrible que era todo, y que ella estaba haciéndolo lo mejor que podía. Creo que por primera vez se sintió entendida»

Tras 15 días, se sentó

Durante los primeros 15 días, María no recibió visitas. Cuando finalmente sus padres pudieron verla, la encontraron sentada, algo que no veían desde hace un año. Estaba moviendo las piernas y al borde de la silla, pero sentada. De ahí en adelante empezaron a notar que poco a poco la situación se normalizaba. «Casa semana íbamos viendo cambios en el peso y en su conducta, sobre todo, cuando nos enfrentamos a situaciones cotidianas. Cuando teníamos salidas de una noche y teníamos que cenar fuera, veíamos que ya lo llevaba con cierta normalidad y que comía lo que se le ponía. Y pasadas las semanas no solo comía, sino que lo disfrutaba, y eso ya era un cambio muy grande. La comida volvía a ser un momento para estar juntos y hablar un poco de todo».

Hoy María tiene el alta y sigue trabajando con una psicóloga para asegurar que la transición sea lo más fácil posible. Ha retomado sus estudios, ha comenzado a salir con sus amigas y lentamente está retomando una vida normal. «En este último tiempo hemos vivido alegrías enormes, porque vemos avances en una dirección correcta que se van consolidando, no que das un paso para adelante y uno para atrás como antes, entonces es una felicidad muy inmensa. Sientes mucho orgullo de decir que ha superado algo tan difícil. Ahora tenemos mucho respeto y precaución, porque sabemos que podría tener recaídas, pero estamos viendo que come y nosotros le damos la confianza en ese sentido».