Si besas no conduzcas

FERNANDA TABARÉS DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

MABEL RODRÍGUEZ

30 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Poco se habla de todas las cosas que están pasando en el interior de uno de los espacios más utilizados de nuestras vidas, un angosto territorio en el que viajas, piensas, escuchas, vives y algunos mueren. En el proceso de transmisión que siempre es la educación, esa cadena de historias que tú escuchaste y que después contaste, hay un espacio reservado para los coches, esos lugares que los boomers recordamos con una mezcla de nostalgia y asombro sobrevenido. A los hijos del aire acondicionado y los cinturones traseros, del puerto usb y el manos libres, de las sillitas infantiles y el airbag, les hemos contando cómo eran nuestros viajes y nuestros coches, habitaciones móviles de una rudeza inquebrantable y un tamaño reducido. O el ser humano de los setenta era más menudo que el de ahora o aquellos autos tenían propiedades de una elasticidad misteriosa que contradecían las leyes de la física.

El lado menos poético de aquel parque móvil lo aportaba la insoportable estadística de la muerte en carretera que explica el interminable arsenal de prohibiciones que se ha ido aplicando a la conducción hasta las normas más recientes, poco difundidas y menos interiorizadas, sospecho. Porque de aquel seminal «Si bebes no conduzcas», que introdujo la cultura de la seguridad en unos automóviles sin pruebas de alcoholemia, hemos llegado a un catálogo de actos prohibidos que incluye no comer, no morderse las uñas, no manejar descalzo, no sacar el codo por la ventanilla, no vestir abrigos demasiado aparatosos o no activar el claxon o llevar la música demasiado alta. Aunque de todas las normas recién activadas, la más dolorosa prohíbe besar a tu copiloto mientras conduce, un gesto irresponsable que implica distracción, pero que asociamos a algunos de los grandes instantes de la vida. Poco a poco, el coche se ha convertido en lo que probablemente es: un peligroso artefacto que se cobra vidas y al que solo hay que recurrir por necesidad. Aunque algunos de los mejores momentos de tu biografía hayan transcurrido entre las ventanillas de uno de ellos, con los pies en el salpicadero, la música a todo trapo, tu mano en su pierna y el calor abrasador amortiguándolo todo.