Lorena y Carl, a Galicia por amor: «Nos conocimos en Dublín, nuestra hija nació en Francia y en el 2021 volvimos a empezar en A Coruña»

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Lorena y Carl en A Coruña, donde se instalaron el pasado agosto.
Lorena y Carl en A Coruña, donde se instalaron el pasado agosto. ANGEL MANSO

Son la generación que vive en la ola del cambio. Estas parejas «millennials» y «mestizas» han apostado por Galicia para empezar de cero y emprender en pandemia. «Emigrar tiene algo muy positivo, pero también pierdes, dejas mucho atrás», afirma Lorena, psicóloga experta en migración

20 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Se conocieron en Dublín, han emprendido juntos cuatro grandes mudanzas y el verano pasado empezaron nueva vida en A Coruña. Ella, Lorena Sánchez, nació en O Barco en el 84, pero vivió hasta independizarse en San Cibrao, y él, Carl Masurel, vio la luz en Casablanca en 1983. «Mis abuelos se movieron de Francia a Marruecos en los 50. Mis padres nacieron allí, se conocieron allí, y allí nacimos mis hermanos y yo», relata la parte francesa de esta pareja. A los 9, él se mudó con la familia a Carcasona.

Desde A Mariña, tras estudiar Psicología, Lorena despegó la sombra del verde suelo de su tierra con 22 años. «Me fui a Dublín con una beca, empecé a trabajar en la Universidad de profesora asistente, y ahí nos conocimos Carl y yo», comienza Lorena, psicoterapeuta experta en migración. Él llevaba en Dublín casi un año cuando llegó ella, trabajó en atención al cliente de grandes empresas tecnológicas y, finalmente, tres años como guía turístico. Así lo resume este músico de vocación, licenciado en Historia, que actualmente da en A Coruña clases de francés en la Escuela de Idiomas.

Lorena y Carl habían llegado a Irlanda con el propósito de mejorar el inglés. Lorena, que había hecho un Erasmus en Praga, se formó cuatro años en Psicoterapia en Irlanda. «Hice mi vida en inglés. Empecé mi carrera en ese idioma. Trabajaba con personas torturadas, con refugiados... Un trabajo muy duro», cuenta, pero que a ella le gustaba hacer. En paralelo, hacía yoga, quedaba con amigos, viajaba.

Dublín fue para ellos una rica ensalada de culturas. Coincidieron en una fiesta de amigos comunes, se vieron un par de veces y... «¿Sabes cuando ves a alguien y no te deja indiferente?», describe Carl con una pregunta.

La isla sin verano los unió, les dio oportunidades laborales, un buen recorrido, pero no les quitó la espina de volver, cada uno a su tierra. Los dos sentían el pellizco de la «morriña». Su segundo hogar como pareja, tras Irlanda, fue Francia. Primero estuvieron en Toulouse. Era un volver a empezar para los dos, algo más tibio para él, que regresaba a casa. «Para mí fue más difícil. Era fundamental conocer el idioma, para poder ejercer como psicóloga allí», explica Lorena.

El aterrizaje en la vecina Occitania tuvo una bienvenida sorpresa. Nada más llegar, Lorena se quedó embarazada. Acababan de dejar su casa, su trabajo, un país, un mundo, y «en un momento inestable», Lola se puso en camino.

La niña nació en el país de su padre. A él le surgió un trabajo como profesor de Historia en Carcasona y se mudaron desde Toulouse. Allí vivieron tres años. Lorena montó una consulta con otras psicólogas: «Es difícil, pero tienes que ponerte las pilas. El idioma, las dudas, el sistema, la legislación... Es mucho papeleo, es complicado. Te falta ese conocimiento de saber a quién dirigirte. Todo fue buscar por internet». Así lo recuerda la terapeuta gallega que ha barrido las fronteras.

El parón de la pandemia los empujó hacia Galicia en el 2021. «Yo estaba de profesor sustituto, ese año no tenía puesto y con la pandemia todos los proyectos que barajaba, de arte, de música..., quedaron parados». La psicología se disparó. «Yo trabajaba online y cada vez más», cuenta Lorena, que podía traerse el trabajo a España, donde sigue pasando consulta en la red

La decisión la maduraron durante «mucho tiempo». «De alguna manera, teníamos un pacto, el pacto de volver a su país», revela Carl. «Las circunstancias nos situaron en la encrucijada del ahora o nunca», comenta. «O lo haces o se escapa el tren...».

Subieron a él, no dejaron pasar la oportunidad y hoy reanudan la vida en A Coruña, a tiro de piedra de los abuelos maternos de A Mariña. Hasta llevan bien el clima, porque «no hay temperaturas extremas». «En Carcasona estaban hace unos días a 42 grados —apunta Carl—. ¡No se puede hacer nada por el calor!».

«A Coruña nos gustaba para vivir por el mar, porque está solo a dos horas de mi pueblo y porque es más dinámica que otros sitios. Tiene calidad de vida», valora Lorena.

En junio del 2021, se vinieron a buscar piso y a anotar a su hija en un colegio. Primer año escolar para Lola, primer año para Lorena como autónoma y primer año en Galicia para Carl. Lorena se acogió a un programa autonómico de ayuda a los emigrantes retornados, «y la verdad es que ha sido de mucha ayuda para organizarnos, para ir dando pasos. En otros sitios, esta orientación no existe».

«Choque cultural inverso»

Lorena sigue ejerciendo de psicóloga online (en inglés, francés y español, con su experiencia de diez años), y «no falta trabajo». Ahora, tras tener que hacer un máster durante dos años para poder trabajar en España de lo suyo, se propone abrir una consulta física en A Coruña. «Empezar de cero es difícil, hay que ser paciente, aceptar que las cosas no funcionan todo el tiempo como uno quiere», añade Carl. «Emigrar tiene algo muy positivo —sopesa Lorena—, pero también dejas mucho atrás...Te vas y al volver la vida que dejaste no es la misma». Tampoco ellos son los mismos. Han hecho de «sin miedo al cambio» su lema, en parte por necesidades laborales y en parte porque aman moverse, viajar, conocer, empaparse en otras culturas. «Nos encanta el cambio, pero ahora queremos un poco de estabilidad», concuerdan.

El balance de Carl tras un año en Galicia es «que la calidad de vida aquí hace que empezar sea más fácil que en otros lugares. Estar cerca del mar, la tranquilidad, el comer bien; es muy agradable, y el tiempo para mí también lo es», recalca. «Y viviendo en Irlanda, donde el verano no existe, aquí hasta parece que hay verano», complementa con humor Lorena.

«Soy gallega, pero conecto con esa parte de ser extranjera. Yo trabajo con españoles en África, en Japón... Siempre me gustó lo diferente y he encontrado muchas similitudes en lo diferente», explica quien habla de un «choque cultural inverso», el del que vuelve a un lugar que sigue en su sitio pero con otras historias, otro aspecto.

¿Es un choque combinar España-Francia en la pareja? «Nos gustan las diferencias, ser de países distintos es una riqueza. Venir aquí me rompió los esterotipos que tenía de España», dice Carl. El debate les gusta, pero en el estado de su unión no hay grandes discrepancias políticas. 

La pareja sigue afrontando el reto de estabilizarse, disfruta ahora todo lo que puede de «la abuelidad gallega», y cuenta los días para su viaje a Carcasona, donde otros abuelos esperan abrazar a Lola, que para crecer no espera.

Estelle e Ibán se conocieron en París y han vivido en Nueva Caledonia y en Toulouse antes de instalarse en A Coruña en la pandemia.
Estelle e Ibán se conocieron en París y han vivido en Nueva Caledonia y en Toulouse antes de instalarse en A Coruña en la pandemia. ÁNGEL MANSO

Ibán y Estelle, cinco mudanzas en nueve años: «La calidad de vida que tenemos en Galicia se parece a la del paraíso de Nueva Caledonia»

ELLOS EMPEZARON DE CERO no una, hasta cinco veces. Esta pareja «mestiza» es parte de esa generación que aprendió a vivir en la ola del cambio y han apostado por Galicia para emprender en plena pandemia

Ana Abelenda

Su vuelta a Galicia es un mundo y lleva en la maleta un mundo de cambios y cinco mudanzas. «Con la pandemia, empezamos de cero otra vez», comienza avanzando en el relato Ibán (Monforte, 1987), gallego que encontró en París un trampolín profesional. «Me fui en el 2008, tras acabar la carrera», cuenta. El primer gran salto lo dio desde Pontevedra. «Iban a ser seis meses en Francia, pero me fui quedando», resume. Le costó el primer año, el hacerse a costumbres como la de comer a las 12.00 y a las largas noches de invierno. Había elegido Francia por su fama como destino profesional: «En fisioterapia, tienes oportunidades, está integrada en el sistema público. Allí, vas al fisio y la Seguridad Social te reembolsa las sesiones. Hay trabajo y los fisios estamos más reconocidos en el sistema médico», explica. Recién licenciado, Ibán disfrutaba una vida «confortable» en el país, como funcionario; «la estabilidad económica allí es fácil».

Estelle (Montauban, 1989), de un pueblecito cercano a Toulouse, llevaba unos años en París cuando conoció a Ibán. Entre Toulouse y Estrasburgo sacó la carrera de Ingeniería Ambiental y encontró empleo en París. Su carrera despegó en una empresa de obras públicas en la capital del amor, donde conoció a Ibán. Coincidieron en un bar en el 2013 «por casualidad». «¡Yo fisios no conocía y españoles tampoco!», confiesa ella. La ayudaron unas prácticas en Costa Rica, que le dieron algo de soltura en español y ganas de más. «La noche que nos conocimos, ella quiso hablar español y hablamos español», sonríe Ibán. Se fueron conociendo... y al cabo de solo nueve meses se fueron de París «a la otra punta del mundo». A Estelle le surgió una oferta de trabajo por seis meses en Nueva Caledonia y se lanzaron los dos. «Sin miedo al cambio» podría ser su lema de pareja, que antes de irse al paraíso vivió tres meses en Montpellier.

MORRIÑA EN EL PARAÍSO

Nueva Caledonia «fue un cambio grande». Estelle iba con trabajo como consultora ambiental, e Ibán, sin empleo, que no tardó mucho en encontrar. «Hubo que pedir un permiso de trabajo de seis meses, prorrogables, y enfrentarse al papeleo, «latoso». «Fue empezar otra vez de cero. Encontré trabajo de fisio relativamente pronto en una clínica por la mañana y en otra por la tarde», comparte Ibán. Los seis meses previstos se convirtieron en año y medio en «el paraíso». «Es un paraíso. La vida al lado del mar, un entorno natural increíble... Encuentras mucha gente, con motivación, haces amigos rápido y, como estábamos aislados, al otro lado del mundo, enseguida formamos una pequeña familia de amigos», explica Estelle. «Podías ir a bucear a la barrera de coral por la mañana antes de irte a trabajar. Los fines de semana, a los islotes que están enfrente de la isla grande», se recrea Ibán.

Además de una vida de lujo y amistad, el paraíso les dio morriña. «Tras mi primer contrato, surgió otro en una mina. ¡Nunca me había planteado trabajar en una mina!», confiesa Estelle. Estaban a 24 horas de viaje de su hogar, de sus familias, «y te pierdes un montón de momentos». Ibán se perdió, por ejemplo, el nacimiento de su ahijado. Así que el deseo de afianzar el vínculo con su vida de antes los movió.

Estelle, con 27 años, e Ibán, con 29, hicieron, por tercera vez juntos, la maleta de vuelta. Volaron a Toulouse. A Estelle le costó encontrar allí trabajo de lo suyo, se empleó en lo que fue surgiendo (fue dependienta en un súper) y volvieron a París (cuarta mudanza), de nuevo por lo que suponía en oferta laboral. Esa segunda experiencia parisina la vivieron como un déjà vu. Esa desazón les quitó el miedo a cambiar una vez más. La pandemia fue la oportunidad.

En Galicia estrenaron el 2021. La quinta mudanza en nueve años les acabó instalando en A Coruña. Ibán buscó un local para una clínica de fisioterapia —así nació el negocio que lleva con su hermano, Físico—, y Estelle se vino por amor, pero entregada también a una vocación que le dio un gran giro a su carrera. Tras emplearse en París en un instituto dependiente del ministerio de Medio Ambiente francés, le dio bola a su pasión por la restauración de muebles antiguos, quizá una herencia de su padre, que es ebanista. Estelle quería trabajar «con las manos», probó la tapicería y, tras formarse, se prendó del oficio.

En el 2021, Estelle estrenó en Galicia su primera experiencia como autónoma, con el taller Atelier Estelle B, acogiéndose a una ayuda autonómica para mujeres emprendedoras. «Tener un taller de tapicería no solo es tapizar, es llevar la empresa, hacer la contabilidad, atender a los clientes, dar clases de tapicería... [sus alumnas son todas mujeres]. Pero me gusta esto de descubrir cada día algo nuevo. Porque no hay nada seguro, cada mes es una sorpresa», detalla esta artesana a la que ha sorprendido el volumen de trabajo al poco de emprender. El despegue en A Coruña ha superado sus expectativas, dicen los dos. «El cambio ha sido mejor de lo esperado», valora la pareja. «Yo no imaginaba —señala Estelle— que la cosa en lo profesional fuera a ir tan rápido». Era más optimista Ibán como fisioterapeuta, quizá también por «jugar en casa». ¿Mejor que en Nueva Caledonia? «Esto se parece a Nueva Caledonia en la calidad de vida. Vemos el océano todos los días, vivimos en un piso que no nos podríamos permitir en París, podemos ir en bici el trabajo...», resume Ibán. «Aquí se puede hacer todo andando o en bici —añade Estelle, que en Galicia da cancha también a su afición por la vela—. En París es todo lejos, todo debes planearlo con tiempo, no es muy viable improvisar. Aquí es todo más fácil... y se come muy bien». En esta valoración cuentan los huevos caseros que se traen de la aldea...

A la familia de Estelle la ven menos de lo que ella desea, pero la morriña se va llevando con fiestas y ferias gallegas. «Me encantan», admite. «A Estelle solo le falta vivir el momento de la matanza del cerdo para tener el carné de gallega», bromea Ibán.

Siempre les quedará París, pero ellos se quedan aquí... de momento.