Ibán y Estelle, cinco mudanzas en nueve años: «La calidad de vida que tenemos en Galicia se parece a la del paraíso de Nueva Caledonia»

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Estelle e Ibán se conocieron en París y han vivido en Nueva Caledonia y en Toulouse antes de instalarse en A Coruña en la pandemia.
Estelle e Ibán se conocieron en París y han vivido en Nueva Caledonia y en Toulouse antes de instalarse en A Coruña en la pandemia. ÁNGEL MANSO

Ellos empezaron de cero no una, hasta cinco veces. Esta pareja «mestiza» es parte de esa generación que aprendió a vivir en la ola del cambio y han apostado por Galicia para emprender en plena pandemia

16 jul 2022 . Actualizado a las 09:19 h.

Su vuelta a Galicia es un mundo y lleva en la maleta un mundo de cambios y cinco mudanzas. «Con la pandemia, empezamos de cero otra vez», comienza avanzando en el relato Ibán (Monforte, 1987), gallego que encontró en París un trampolín profesional. «Me fui en el 2008, tras acabar la carrera», cuenta. El primer gran salto lo dio desde Pontevedra. «Iban a ser seis meses en Francia, pero me fui quedando», resume. Le costó el primer año, el hacerse a costumbres como la de comer a las 12.00 y a las largas noches de invierno. Había elegido Francia por su fama como destino profesional: «En fisioterapia, tienes oportunidades, está integrada en el sistema público. Allí, vas al fisio y la Seguridad Social te reembolsa las sesiones. Hay trabajo y los fisios estamos más reconocidos en el sistema médico», explica. Recién licenciado, Ibán disfrutaba una vida «confortable» en el país, como funcionario; «la estabilidad económica allí es fácil».

Estelle (Montauban, 1989), de un pueblecito cercano a Toulouse, llevaba unos años en París cuando conoció a Ibán. Entre Toulouse y Estrasburgo sacó la carrera de Ingeniería Ambiental y encontró empleo en París. Su carrera despegó en una empresa de obras públicas en la capital del amor, donde conoció a Ibán. Coincidieron en un bar en el 2013 «por casualidad». «¡Yo fisios no conocía y españoles tampoco!», confiesa ella. La ayudaron unas prácticas en Costa Rica, que le dieron algo de soltura en español y ganas de más. «La noche que nos conocimos, ella quiso hablar español y hablamos español», sonríe Ibán. Se fueron conociendo... y al cabo de solo nueve meses se fueron de París «a la otra punta del mundo». A Estelle le surgió una oferta de trabajo por seis meses en Nueva Caledonia y se lanzaron los dos. «Sin miedo al cambio» podría ser su lema de pareja, que antes de irse al paraíso vivió tres meses en Montpellier.

MORRIÑA EN EL PARAÍSO

Nueva Caledonia «fue un cambio grande». Estelle iba con trabajo como consultora ambiental, e Ibán, sin empleo, que no tardó mucho en encontrar. «Hubo que pedir un permiso de trabajo de seis meses, prorrogables, y enfrentarse al papeleo, «latoso». «Fue empezar otra vez de cero. Encontré trabajo de fisio relativamente pronto en una clínica por la mañana y en otra por la tarde», comparte Ibán. Los seis meses previstos se convirtieron en año y medio en «el paraíso». «Es un paraíso. La vida al lado del mar, un entorno natural increíble... Encuentras mucha gente, con motivación, haces amigos rápido y, como estábamos aislados, al otro lado del mundo, enseguida formamos una pequeña familia de amigos», explica Estelle. «Podías ir a bucear a la barrera de coral por la mañana antes de irte a trabajar. Los fines de semana, a los islotes que están enfrente de la isla grande», se recrea Ibán.

Además de una vida de lujo y amistad, el paraíso les dio morriña. «Tras mi primer contrato, surgió otro en una mina. ¡Nunca me había planteado trabajar en una mina!», confiesa Estelle. Estaban a 24 horas de viaje de su hogar, de sus familias, «y te pierdes un montón de momentos». Ibán se perdió, por ejemplo, el nacimiento de su ahijado. Así que el deseo de afianzar el vínculo con su vida de antes los movió.

Estelle, con 27 años, e Ibán, con 29, hicieron, por tercera vez juntos, la maleta de vuelta. Volaron a Toulouse. A Estelle le costó encontrar allí trabajo de lo suyo, se empleó en lo que fue surgiendo (fue dependienta en un súper) y volvieron a París (cuarta mudanza), de nuevo por lo que suponía en oferta laboral. Esa segunda experiencia parisina la vivieron como un déjà vu. Esa desazón les quitó el miedo a cambiar una vez más. La pandemia fue la oportunidad.

En Galicia estrenaron el 2021. La quinta mudanza en nueve años les acabó instalando en A Coruña. Ibán buscó un local para una clínica de fisioterapia —así nació el negocio que lleva con su hermano, Físico—, y Estelle se vino por amor, pero entregada también a una vocación que le dio un gran giro a su carrera. Tras emplearse en París en un instituto dependiente del ministerio de Medio Ambiente francés, le dio bola a su pasión por la restauración de muebles antiguos, quizá una herencia de su padre, que es ebanista. Estelle quería trabajar «con las manos», probó la tapicería y, tras formarse, se prendó del oficio.

En el 2021, Estelle estrenó en Galicia su primera experiencia como autónoma, con el taller Atelier Estelle B, acogiéndose a una ayuda autonómica para mujeres emprendedoras. «Tener un taller de tapicería no solo es tapizar, es llevar la empresa, hacer la contabilidad, atender a los clientes, dar clases de tapicería... [sus alumnas son todas mujeres]. Pero me gusta esto de descubrir cada día algo nuevo. Porque no hay nada seguro, cada mes es una sorpresa», detalla esta artesana a la que ha sorprendido el volumen de trabajo al poco de emprender. El despegue en A Coruña ha superado sus expectativas, dicen los dos. «El cambio ha sido mejor de lo esperado», valora la pareja. «Yo no imaginaba —señala Estelle— que la cosa en lo profesional fuera a ir tan rápido». Era más optimista Ibán como fisioterapeuta, quizá también por «jugar en casa». ¿Mejor que en Nueva Caledonia? «Esto se parece a Nueva Caledonia en la calidad de vida. Vemos el océano todos los días, vivimos en un piso que no nos podríamos permitir en París, podemos ir en bici el trabajo...», resume Ibán. «Aquí se puede hacer todo andando o en bici —añade Estelle, que en Galicia da cancha también a su afición por la vela—. En París es todo lejos, todo debes planearlo con tiempo, no es muy viable improvisar. Aquí es todo más fácil... y se come muy bien». En esta valoración cuentan los huevos caseros que se traen de la aldea...

A la familia de Estelle la ven menos de lo que ella desea, pero la morriña se va llevando con fiestas y ferias gallegas. «Me encantan», admite. «A Estelle solo le falta vivir el momento de la matanza del cerdo para tener el carné de gallega», bromea Ibán.

Siempre les quedará París, pero ellos se quedan aquí... de momento.