—Pero hay muchas que no son como las que describes.
—Sí, y esas son el problema, pero esto va en contra de las normas sociales. El comentario que más he escuchado en estos dos años de pandemia en cuanto a las visitas ha sido: «Y menos mal el covid». Es fuerte que necesitemos una pandemia mundial para sentirnos en nuestro derecho de poner esos límites. Ahora en los grupos de posparto, muchas mujeres comentan que ya no se puede poner eso de excusa, pero que aun así, lo están intentando poner. Las entiendo perfectamente. Vivir en el extranjero es un plus para eso [risas]. Parece que lo que se ha hecho toda la vida sea la norma, y no te puedas salir de ahí. Hemos perdido un poco esa cultura de cuidar de las madres, de verlo como una etapa sagrada, en la que también ha nacido una madre.
—¿Hemos apartado al padre del posparto?
—Creo te diría que al contrario, venimos de un modelo en el que sí estaban excluidos de los cuidados, y conforme la familia nuclear ha ido tomando más peso, se han ido implicando más en la crianza, en el posparto... Es cierto que carecen de referentes, estamos como en una concepción, y faltan espacios para los padres para poder poner en común sus experiencias, eso que sí estamos recuperando las mujeres. Nosotros lo hemos intentado, y no hay mucha demanda, porque no hay necesidad de compartir. Además, han tenido padres relativamente ausentes, no todos, pero la mayoría sí, y esto hace que se sientan más perdidos, y por otra parte, la transformación del posparto nos marca tanto a madres como a padres, pero a ritmos muy distintos. Las madres pasamos por nueve meses de embarazo, cambios físicos y psicológicos que nos preparan para ese momento, y aun así es un gran impacto, pero los padres no pasan por todo ese volcán emocional, y esto requiere paciencia, tiempo, contacto con el bebé...