Ángel Martín, tras sufrir un brote psicótico: «Echo de menos muchas cosas de cuando estaba loco, como la viveza de los colores, la cercanía de la Luna y poder hablar con los perros»

YES

Todo parecía ir bien en la vida de Ángel Martín, cómico y comunicador de éxito. Hasta que en el 2017 despertó un día atado a la cama de un hospital psiquiátrico. Repuesto del brote psicótico, narra su experiencia y comparte sus reflexiones en «Por si las voces vuelven»

26 jun 2022 . Actualizado a las 12:21 h.

Pasaba por ser un tipo lúcido, brillante e ingenioso. Con una capacidad de ingenio e improvisación a la altura de muy pocos. Lo dejó patente en sus primeros años como monologuista de cabecera de Paramount Comedy. Después le llegó el gran éxito mediático con Sé lo que hicisteis (La Sexta), Órbita Laika (La 2) y el reconocimiento profesional y público. Asegura hoy Ángel Martín (Barcelona, 1977) que nada tuvo que ver la fama ni ciertos hábitos de vida que pueda llevar en el brote psicótico que en junio del 2017 lo llevó a un hospital psiquiátrico. Allí permaneció 15 días. Si bien reconoce que cuando salió de allí, para nada estaba curado. «Al revés, estaba sumido en el más absoluto desconcierto y en la más absoluta oscuridad».

Cuatro años y medio después de aquel episodio, Ángel Martín relata aquel descenso a los infiernos en su primer libro, Por si las voces vuelven. Un libro que, asegura, en primer lugar ha escrito para sí mismo. Pero, añade, «También es para cualquiera que haya pasado o esté pasando por algo parecido, y así romper de una vez por todas el estigma de las enfermedades mentales».

—¿Por qué seguimos teniendo tantos reparos y sintiendo tanto pudor a la hora de hablar de salud mental?

—Creo que tiene que ver con que tanto mi generación como las anteriores tienen primero que aprender a escuchar que se hable de salud mental. Si fuésemos lo suficientemente honestos como para que cuando alguien nos diga que está teniendo algún tipo de problema de este tipo, no seamos nosotros quienes le pongamos una etiqueta o empecemos a comportarnos de forma distinta, creo que la gente perdería el miedo a mencionar que puede estar pasando por ciertos procesos de salud mental. Ojalá que por lo menos nuestra generación aprenda rápido o por lo menos no intoxique a las generaciones que vienen después con los mismos miedos y las mismas vergüenzas.

—Da la sensación de que las nuevas generaciones sí que se están liberando de su estigma a las enfermedades mentales.

—No lo sé. Lo que sí es cierto es que ellos tienen mucho más conocimiento del tema y hablan de él más abiertamente. Hay muchas cosas que nuestra generación no conocía, que no había vivido y que, por lo tanto, no podía sentir. Yo hablo con gente joven, y algunas de las cosas que me trasladan, yo no recuerdo haberlas sentido como adolescente. Mi generación no era tan inquieta como lo son las de ahora. Yo a los 19 años no trataba de entender por qué el mundo era tan desastroso o por qué no se solucionaban ciertas cosas. Nosotros estábamos más preocupados de ligar y de disfrutar.

—¿El proceso de escribir este libro formaba parte de la terapia?

—No. Se convierte en terapia de forma inevitable, pero no era algo que yo estuviera haciendo como tal. Simplemente, en el momento en el que tienes la opción de escribir un libro para contar tu experiencia y ver si eso le puede servir de algo a alguien, como te toca profundizar mucho, forzosamente eso se convierte en terapia. Reflexionas sobre cosas que de otro modo no hubieses reflexionado tanto.

—¿Y qué has descubierto a raíz de ese ejercicio de introspección?

—Muchísimas cosas. La más evidente, lo poco y lo mal que escuchamos. Cuando aprendes la importancia de escuchar y el poder y el valor de las palabras, el mundo coge una dimensión totalmente distinta.

—Has dicho que no tienes ni idea de cuándo empezó a formarse tu locura, pero ¿hay un momento en el que te saltó el chip?

—No. No sé cuando saltó el chip, ni lo sabré nunca. Porque no hay un momento en el que digas: «Madre mía, me he ido a un sitio que no tiene sentido». Simplemente, en tu cabeza vas argumentando lo que te pasa de manera impecable y todo lo que vas sintiendo te parece coherente. Vas descifrando cosas y no te planteas que eso pueda no tener sentido o no ser real.

—¿Hasta qué punto es importante tener alguien al lado que sí que se dé cuenta de que eso que te está pasando no tiene sentido?

—No sé si es importante, pero intuyo que es mejor. En mi caso, tener alguien al lado que se diera cuenta de que estaba sucediendo algo extraño hizo que se pusiera freno a eso. Pero imagino que habrá gente a la que tener alguien al lado no le sirva de nada o incluso le perjudique.

—Los alcohólicos nunca hablan de exalcohólicos. ¿Con la locura pasa lo mismo? ¿Uno es loco para toda la vida?

—No lo sé. Lo que sí sé es que pasar por una situación así modifica tu vida de forma salvaje, determinante y para siempre. Obviamente pasar por algo así no es algo que vayas a olvidar. Ahora bien, si la pregunta es si eso se queda ahí instalado para siempre, como un miedo a recaer, en mi caso tengo que decir que no.

— Dijiste en una ocasión que antes de estar loco eras imbécil. ¿Es mucho peor ser imbécil que estar loco?

—Sí, con mucha diferencia. De hecho, no son cosas comparables. Yo antes era una persona que estaba construyendo mi vida por inercia sin pararme a pensar en lo que estaba haciendo, ni si estaba siendo quien quería ser. Eso, obviamente, me convierte en un imbécil. Y creo que es bastante peor que estar loco, sí.

—Cuando uno pasa por la locura, ¿le pierde el miedo a todo lo demás?

—En mi caso, sí. Mira, de los miedos que yo tenía antes de la locura, ninguno ha sucedido. Y sin embargo, sucedió algo que no estaba en mi lista de miedos. En mi lista de miedos no estaba ingresar en un psiquiátrico y salir en la oscuridad más absoluta. Así que he decidido no poner más miedos en ninguna lista, porque no tiene sentido gastar energía en cosas que quizá no pasen. Lo que tiene sentido es guardarla para que en el caso de que suceda algo, tengas toda la energía para ponerte a resolverlo. Porque además, te lo aseguro, va a ser tu única prioridad.

—Me decías antes que no tienes miedo a que las voces vuelvan. ¿Tomas alguna precaución al respecto, para que no vuelva a ocurrir?

—No, no tengo ningún tipo de vida distinta. No soy alguien que vaya con precaución en nada.

—Dices que la locura te ha vuelto mejor persona. ¿En qué sentido?

—En muchos. El primero, lo que te decía antes, el valor de escuchar. Solo el hecho de aprender a escuchar ya te convierte en alguien mejor, que no tiene nada que ver con el anterior. Además, el pasar por una situación así te permite entender y empatizar como nunca antes podrías haber hecho con alguien que haya vivido o esté viviendo situaciones parecidas.

—Cuando hablamos de locos geniales, como Panero, Van Gogh, Kafka o Robin Williams… ¿estamos idealizando la locura?

—Depende. Si pones el valor en que su obra se debe al hecho de estar loco, a lo mejor sí. Pero idealizamos tantas cosas que son tóxicas para nosotros, que no me sorprende. Vivimos en una sociedad en la que parece que hacerse daño es lo guay, y si no, estás fuera de onda.

—Y en el sentido contrario, en el cine, en la música o en el lenguaje coloquial, ¿frivolizamos en exceso con el término?

—Soy alguien que está muy lejos de preocuparse por el uso que le den a las palabras. Me parece una pérdida de tiempo preocuparse de si se usa el término loco en lugar de preocuparte por cómo te estás comportando con gente que esté teniendo ese problema. Yo creo que la gente tiene que ser lo suficientemente lista como para saber si ese término se está usando para faltar al respeto, insultar u ofender o si se está usando de manera coloquial.

—¿Qué culpa tiene la televisión o la fama en lo que te ocurrió?

—Nada. Cero.

—¿Y las drogas?

—La droga es una bala más en el cargador de las posibilidades de que suceda. Pero a raíz de escribir el libro me ha escrito mucha gente diciéndome que le ha pasado lo mismo que a mí sin consumir jamás ninguna droga. Y también hay gente que consume muchísima droga y a la que nunca le ha pasado nada de esto. Es una bala más en el cargador. Sin más.

—¿Qué echas de menos de estar loco?

—Muchísimas cosas. Probablemente lo que más, la intensidad con la que se disfrutaban ciertas cosas, como la música. O la viveza que tenían los colores. O la cercanía de cosas como la Luna. O poder hablar con la mente con los perros... Hay muchas cosas que echo de menos, claro. Si puedes hablar con los perros, joder, es mucho mejor que si no puedes, no nos vamos a engañar.