Apellidos con muchas tildes

Fernanda Tabáres DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

MABEL RODRÍGUEZ

25 jun 2022 . Actualizado a las 10:22 h.

En los periódicos hubo el miércoles apretón de líneas para encajar la lista interminable de apellidos del marqués asesino de mujeres. Fernando González de Castejón y Jordán de Urríes. En la radio también, los locutores estiraron saliva para completar el patronímico del noble y la ahorraron en el de las dos señoras asesinadas. El maltratador, además de una cascada de nombres llenos de tildes, portaba títulos nobiliarios, dos en concreto, conde de Atarés y marqués de Perijaá, otra vez bien entildados y con una reminiscencia sonora de vodevil y alcanfor si no fueran los responsables de un crimen terrible.

Es muy curiosa la predisposición a pronunciar todos los apellidos cuando son compuestos y a omitirlos cuando parecen comunes. Contradice la vocación económica del lenguaje y desvela una reminiscencia genética que en algún sitio nos debe de quedar de cuando entonces, una fascinación involuntaria por reverencias, genuflexiones y cortes. Por la igualdad se tomó la Bastilla, pero en el disco duro social permanece un eco pegajoso que a veces resuena en la calle y en los medios y en las redes. Un eco que se manifiesta en la expresión «ser de buena familia», que obligatoriamente implicaría que también las hay malas. Hablo de ese buena que está vacío de valores éticos y ahíto de abolengo, buenas familias que no tienen por qué ser familias buenas y que conservan la capacidad de relacionarse entre ellas, protegerse y promocionarse. Lean el Hola! y comprobarán cómo crecen sus cachorros y cómo tras el amago de disolución de los ochenta perpetran hoy una salida colectiva y ruidosa del armario. El semáforo de esas buenas familias, el detector inmediato de clase, está en esos apellidos llenos de conjunciones copulativas, preposiciones y virgulillas, y en esos honores nobiliarios que en España todavía ostentan unas dos mil personas y que los vulgares devoramos embelesados. Por cierto, la II República abolió los títulos y Franco los restauró.