—Carlos Cuevas (Pol Rubio, el alumno favorito de Merlí) nos reveló que de pequeño quería ser futbolista. ¿Tú tuviste claro lo de la interpretación?
—Sí. Punto. Totalmente. Cuando era niño, ¡me salía la vocación por las orejas! De niño explicaba chistes en público, imitaba a los profesores, hacía voces, me disfrazaba y aprendí a mentir... Mentir sin hacer daño, eh. Mentir en el sentido de fingir que eres alguien que no eres, hacerte pasar por otro era un juego muy divertido que además se me daba bien. Me fascinó esa posibilidad de poder trasladar a través del escenario o la pantalla emociones al espectador. Sentir que a él le ocurren cosas viendo una obra, la esencia de lo que es ser intérprete, corporeizar toda una serie de sensaciones, emociones, pensamientos y trasladarlo a los espectadores me pareció algo muy poderoso.
—Es curioso como contando mentiras podéis hacernos sentir verdad...
—Bueno, jajaja, es mentira lo que es, pero el público ya compra esa mentira. Pero lo que siente el espectador es de verdad, correcto. Eso es lo fascinante, lo que me decidió a dedicarme a esto, a probarlo cuando era... joven, muy joven.
—¿Eres del 11 de mayo o del 11 de junio? Internet confunde, y el horóscopo tiene su importancia.
—Del 11 de junio. Soy Géminis.
—¿Entonces, siendo Merlí en la ficción, en realidad no te va la Filosofía?
—No, no, ¡me gusta un huevo! Y me gustaba ya antes de hacer Merlí. Era una asignatura que me apasionaba. La primera vez que tuve la asignatura de Filosofía me sentí más adulto, me sentí importante. Era una asignatura que servía para reflexionar, para observar el mundo a tu alrededor, para plantearte las grandes preguntas. A mí esas grandes preguntas ya me atraían a los 15 años, pensaba: «¡Hostia, este año haré Filosofía! Soy adulto». Lo que no soy es filósofo, soy solo un actor, nada más. Pero me metí en la piel de Merlí, ¡y fue un reciclaje muy potente!
—¿Tuviste tú un Merlí en la vida?
—No un profesor tan radical, tan extremo, pero sí algún profesor que me hizo descubrir la historia moderna y contemporánea de nuestro país, un profesor de Lengua Española que era un gran cinéfilo que me hizo descubrir nuevas narrativas, nuevos lenguajes cinematográficos.
—Esa tensión sexual no resuelta entre el poder y la filosofía, de la que habla Merlí, va a peor con las nuevas leyes educativas, ¿o no?
—El sistema educativo nunca ha estado interesado en las asignaturas humanísticas y de letras. A la Filosofía la intentan apartar porque es incómoda. Lo que quieren los que nos mandan es que pensemos poco. Quieren que obedezcamos. ¡Esa tensión erótica no resuelta hace trabajar el cerebrito!, la Filosofía te convierte en sujeto activo. Y de eso se trata, de que no seamos meros consumidores que nos tragamos todo lo que nos venden.
—¿Eres de Platón o de Aristóteles?
—Soy más de Aristóteles, pero se saca provecho de todo. Yo soy bastante nietzscheano. De los contemporáneos, me interesa Bauman. Me cuesta quedarme con uno solo, me pasa como con los directores de cine. El primero para mí es Kubrick, un genio.
—Otra frase de Merlí: «¿Por qué hay cada vez más enfermedades del alma?». ¿Qué nos pasa?
—Sí, son momentos de enfermedades del alma. El siglo XXI ha empezado de pena. Hay que tener razones para el optimismo, pero lo ponen difícil. Si me pongo a hablar de este país, tenemos entrevista para otro día. Este país me pone de mala leche: políticos, jueces, empresarios y banqueros... Vaya fauna.
—¿Qué filosofía le ponemos a esto?
—Los estoicos. Hay que ser estoicos. ¡No, no, no! Rectifico. Táchalo, hay que ser rebelde, Camus: la rebelión empezando por uno mismo. Cuestiona primero lo tuyo, pero sé rebelde ante los diferentes abusos de poder.
—Mi hija de 12 años quiere ver «Merlí». ¿La dejo? Me parece potente para su edad.
—No lo sé. Tú eres su madre y tú sabrás qué quieres que vea o no. Sé que la han visto chavales de esa edad, pero yo no tengo hijos y no sé qué haría... Igual sí que lo disfruta mucho. Prúebalo si quieres, ella decidirá si le gusta o no. Seguro que van a salir preguntas...
—¿Futbolero?
—Sí, pero no soy un futbolero practicante. Sigo cómo va el Barça, que es mi equipo, poco más.
—¿Dónde está tu paraíso?
—Hay muchos paraísos. El Pallars es uno, el lugar donde nació mi padre, tengo sangre de allí, en la Suiza catalana... Pero haría una larga lista de paraísos del mundo.
—Estás en cines con «Toscana». ¿Pasaremos un buen rato?
—En algunos momentos del rodaje se escapaba la risa... La gente se lo va a pasar bien. Toscana te da un buen momento y te hace olvidarte un rato de esa realidad de la que te hablaba. Y empatizar con unos personajes muy tiernos.
—¿Qué te gusta más hacer?
—Leer, pasear, ir al cine, oír música, estar con amigos... y la comida. Esas cosas. Cocino lo que puedo y me gusta comer bien. Nada del otro mundo. Me gusta caminar por la montaña. Tengo la suerte de vivir en un sitio donde puedo hacer esas paseadas por el bosque.
—¿Entonces, eres peripatético, de esos que piensan mientras caminan?
—Soy bastante peripatético, de los que reflexionan mientras caminan. En mis paseos por el bosque le doy mucho al coco. Me gusta pensar, y pensar en voz alta.